Uno de los bares más emblemáticos de Los Robles fue sin dudas El Bar la Gloria que estaba ubicado en el terreno de Pedro Alberto Velásquez “El Negro Velásquez” por herencia familiar de su padre el maestro Pedro Velásquez.
Ese fue un espacio de la diversión entre los años 60 y 70. Todavía el espectro de Pitoco debe desandar por esos espacios enmontados donde transitó toda su vida buscando la forma de sobrevivir a la crisis que agobiaba a estos pueblos por centurias.
El Negro Velásquez le entregó en una especie de comodato a Luís Beltrán González “Pitoco” para que regentara el Bar La Gloria y el hijo de Polo lo hizo de corazón al transformar aquellas instalaciones en el sitio más concurrido de Margarita. Rodeado de árboles frutales de jobito, ciruela, ponsigué, guayaba y mango ese espacio era el centro de la diversión en la isla.
Contaba el Bar La Gloria con una pista de baile enorme, con barandales de caña brava y madera que le daban seguridad al espacio, una tarima de cemento donde se instalaban los conjuntos musicales y una rockola que hacía su trabajo con discos variados.
Las parejas pagaban por set de tres canciones y su pago no excedía de dos bolívares con grupos musicales como los Grands Rojos, Los Blancos y otros conjuntos musicales que venían de tierra firme.
Había un bar fabricado de ramas de coco que era el centro de distribución de las bebidas, comidas, refrescos y cervezas. Y debajo de cada mata de ciruelas y jobitos estaban las mesas de madera y las sillas de madera y cuero de vaca que eran muy cómodas para sentarse a compartir.
La atención era de Pitoco y sus hijos que paño en mano iban de mesa en mesa atendiendo a la clientela. A Edgar, Héctor, Oscar, Miguelito, Nereida, Coromoto y Pilarica y a su madre Aura le correspondía no solo llenar las cavas de hielo duro y de meter las cervezas para que se enfriaran porque era una condición que estuvieran como “culo de foca”.
Daba gusto ver en las mañanas a Pitoco con manguera en mano regando las matas y el suelo para que se pusiera duro y al resto de los hijos rastrillando, barriendo y recogiendo las hojas para que el negocio estuviese floreciente.
Cada cosa estaba en su lugar y no solo abrían al público cada día, sino que los sábados, domingos y días feriados el compartir del pueblo era en el Bar la Gloria donde el ambiente familiar daba pie para que robleros y visitantes de otros municipios disfrutaran el momento.
En esos espacios se celebraban los desayunos de los galeronistas que bajaban de La Ermita después de cantarle a la Cruz de Mayo y en ese espacio la ceremonia del sancocho, el brindis y la entrega de trofeos y premios era parte de la organización de las festividades de La Ermita y donde los robleros organizaban el evento.
No como se hizo hace dos años y se trajeron de Pampatar dos importados para que organizaran el evento y que se sumaron a Pedrito González para hacer un acto contra la robleridad.
No por el acto, sino porque es una fiesta de los Robleros y lo organizan los de aquí y no los de Pampatar. Eso quedó así, pero no entendió el desfasado ex miembros del CIMA que ni a él, ni a mí, ni a ningún Roblero le dan cabida en la directiva de la Junta del Cristo porque se prende Pampatar en canela si eso ocurre.
Eran tiempos de esplendor del Bar La Gloria, pero más allá del buen funcionamiento había una administración que debía rendir cuentas por las ganancias y eso hizo estallar un conflicto entre el Negro Velásquez y Pitoco que terminó con la magia de ese espacio familiar.
La gente nunca supo lo que pasó entre el Negro Velásquez y Pitoco, pero intempestivamente se cerró el Bar la Gloria a finales de los 70 para más nunca abrir sus puertas. Tanto fue el problema legal que se desarmó como un circo hasta no quedar ni un solo palo de pie.
Eso llevó a la gente del pueblo a formarse sus propios criterios y hubo muchas leyendas tejidas por la gente del pueblo.
Dos bandos de opiniones. Unos a favor de Pitoco y el otro a favor del Negro Velásquez y sus familiares. Pero Pitoco con su habilidad habló con su compañero del Centro Ideales Luís Beltrán Brito que trabajaba en el bufete Marín para que lo orientara.
No hubo litigio porque el dueño acabó con la sociedad entre dos compadres y se acabó la historia del Bar La Gloria. Sabrán allá en el cielo Pitoco y el Negro Velásquez lo de las cuentas de esa sociedad.
Lo cierto de este dilema fue que Luís Beltrán Brito que era el picapleitos Roblero de la época y que era compañero de PItoco en el Centro Ideales le planteó la posibilidad de pedirle el terreno a mi padre Manuel Avila “El Negro Chocolate” para que le cediera en calidad de préstamo el terreno de entrada al Bar La Gloria por la Plaza de Los Robles para construir un pequeño bar en el lugar y así nació el Bar el Ponsigué que fue primero terreno de paso al Bar la Gloria y por el cual mi padre nunca cobró ni medio real.
La nobleza del Negro Chocolate lo hizo entregar el terreno para que Pitoco construyera su nuevo bar y por el cual percibía una suma insignificante que era simbólica y terminó convencido por Luís Beltrán Brito para que le vendiera por cuatro lochas su terreno a Pitoco González. Nunca le dieron ni las gracias porque la gente cree que vivimos para solucionarle sus problemas de vida.
De los bares La Gloria y El Ponsigué solo quedaron recuerdos porque el Gobernador Morel Rodríguez con sus políticas de desarrollo le compró al Negro Velásquez, la casa de su padre para hacer el Pequeño Teatro de Los Robles y a Pitoco el Bar el Ponsigué para construir el Conservatorio de Música y Danzas “Alberto Requena” y solo le faltó comprar los terrenos del Bar la Gloria como se lo sugerí para construir la nueva iglesia de Los Robles y por eso cuando intentó hacerla en la Plaza Bolívar por poco terminó en la cárcel y se salvó por su amistad con José Vicente Rangel.
De los bares de Los Robles apenas queda el Bar San Judas Tadeo desbaratándose a pedazos como una muestra de una época de la cual solo quedan recuerdos e imágenes imborrables de aquellas fiestas patronales donde los bares eran la esencia de las festividades.
Ya pasó otro octubre con sus garúas y solo vimos una retreta distorsionada en sonidos, unos pocos cohetes, los juegos deportivos como símbolos de un pueblo que tuvo atletas, una copia torcida del certamen Miss Venezuela, los actos religiosos y el acto central de la Alcaldía y la Cámara municipal. La crisis económica no trajo más nunca a las mareras de La Asunción, ni los caballitos, ni los juegos de envite y azar.
La soledad embriagaba la Plaza que ya sin Mata de Ceiba más nunca tuvo las bailantas espectaculares bajo el árbol y ahora la trasladaron a la pista improvisada frente a la iglesia.
La nota resaltante fue el espectáculo de la pintura con fachadas cromáticas por un gran esfuerzo de la Alcaldía y que se ven bonitas ante el paso de la gente, pero esconden la miseria y la pobreza de estos pueblos tristes donde ya la gente ni va a las fiestas porque rumian dolores de una economía colapsada que vapor dentro como las procesiones preñando sinsabores de una nada que muestra a lo lejos una visión difusa del pasado.
A lo lejos se escuchan unos cohetes distantes y unas escasas campanadas de un pueblo quedó hasta sin campanero para siempre porque la gente no tiene energías ni para levantar el badajo de los sonidos religiosos.
Ahora San Judas quedó prisionero de fiestas pequeñas que invadieron al pueblo con la imagen del nuevo santo José Gregorio y la fe del roblero ahora se debate entre dos milagros santos que ojalá hicieran el milagro de devolverle a este pueblo su mentalidad crítica y lo alejaran de esas zambumbias donde lo que menos importa es la tradición de los pueblos, sino inflar egos espichados por cheffs que fabrican fiestas donde solo Daniel el de Silvia cabalgaba sobre las ancas del Médico de los Pobres.
Encíclica/ManuelAvila


