Especial dedicatoria para el Historiador Luis Caraballo
José Antonio Fernández, comisario de “El Cañadón”, arriba, en Los Pueblos del Sur, no le apuesta mucho a la política nueva. Tampoco el hijo de Cipriano y Hermelinda guarda rencor alguno porque no haya podido hacerse doctor en leyes de la República.
Por el contrario, agradece a la vida «el haberme dado licencia para vivir, pensar y soñar». También por estar con los suyos. Feliz, recuerda haber aprendido a leer y a escribir, «muy sute, sin palmeta de por medio y mucho empeño personal»; alumbrándose con velas porque la electricidad no había llegado a «El Guaimaral»; hace treinta años.
«Y lo hice de noche, porque el día, desde que tuve uso de razón lo dediqué a trabajar, trabajar y trabajar».
José Antonio Fernández, al decir de sus amigos, es un libro abierto para quien quiera enterarse de lo que un campesino merideño piensa, en ese orden, de Dios y de los hombres, de las mujeres, de los ancianos y de los niños; del sol, la luna, las estrellas; de la gota de rocío, del agua para beber, la de la lluvia y el río; de las rosas, claveles y hortensias, sus flores preferidas; de los pájaros, las vacas, los caballos, del camino y las huellas que uno deja cuando tiene alpargatas nuevas; del amor, del desamor, de las lágrimas y de los olvidos. También de la democracia que él define de manera tan particular, del progreso, de la revolución e, incluso, del propio Chávez.
“El Cañadón”, en ruta hacia «El Viento”, capital de «El Guaimaral», la zona más alejada de la geografía sur merideña, le hace honor al nombre con el cual, desde siglo y medio atrás, le distinguieron los adelantados que primero, recorrieron ese apartado e intrincado lugar del mundo, el último eslabón de nuestro piedemonte, un poco más allá de Canaguá, un poco más acá de «La Vueltosa», muy del límite con la serranía tachirense, buscando a Pregonero.
Es una cañada profunda, que la demarca, abajo, el río y arriba, al borde de la carretera, árboles gigantescos de los que cuelgan largas barbas y enormes helechos y sirven de cerca a los sembradíos. Una vaca aquí, más allá pastan los caballos. Piedras monumentales blancas, rojas y moradas, sobresaliendo de la tierra, como soldados allí enclavados «por los hombres altos y blancos, que llegaron primero, para descubrir, custodiar, defender y preservar aquellos sitios de Dios». También advirtiendo el barranco que, se nos asemeja insondable porque la niebla está a ras de la carretera.
«El Cañadón» es tierra buena para el apio, la papa, el maíz. Ese es «el lugar más hermoso del mudo», donde José Antonio Fernández -de quien el periodista lamenta no tener el registro fotográfico-, orgulloso y cumplidor resguarda la ley y el orden; como comisario. Y «el sitio y nido», así me dijo, «donde unos venezolanos estamos pendientes de qué acontece en las ciudades, para que la revolución que quieren inventar ahora en Caracas un nuevo país, no se quede allá, sino que venga a favorecer a los campesinos. Porque ya está bueno que sigamos poniendo el hombro y sirviendo de carne de cañón».
-¿A quién le manda usted este recado?
–A todos los que ahora se llaman compatriotas y antes se llamaban compañeros. A todos los que siempre dijeron que defendían al pueblo y se defendieron ellos solos. A quienes, ahora, se cogieron el coroto y se están recogiendo los ideales, porque con el cuentico ese que se tiene que cambiar todo van a terminar cogiéndose todo. Hasta los reales.
-¿Y usted no quiere que cambien las cosas?
-Pero, ¿qué es cambiar? Cambiar es que si uno ha estado toda la vida viviendo mal, le acomoden la vida.
-¿Qué es acomodar la vida?
-Mire, significa que se le abra a la gente pobre la puerta de la esperanza. Y al abrirla, uno ve que más allá del dintel está una mejor manera de vivir.
-¿Eso qué incluye, José Antonio?
-Todo. Hasta la manera de caminar. Porque sí uno siempre recorrió el camino, en pura pata y el camino marcó la misma huella, que lo llevaba a uno a sitio fijo o a ninguna parte, ahora, con alpargatas nuevas, uno sabe que las huellas son muy débiles y por débiles distintas porque uno no profundiza en el barrial para no ensuciarlas. Por tanto, como la huella es débil, a causa de las alpargatas nuevas, el que viene atrás, tiene que fijarse mucho para seguir la senda.
-¿Y usted cree que los que ahora tienen alpargatas nuevas dejarán huellas profundas que el pueblo pueda seguir?
-Yo lo que creo es que se debe hablar claro para que la gente entienda. Yo lo que pienso es que deben trabajar mucho para arreglar lo que se pueda arreglar. Por eso deben tener mucho cuidado los que ahora están arriba y recordar que antes estaban abajo.
-¿Y por ese camino llegaremos a alguna parte?
-Siempre los caminos conducen a alguna parte. El destino lo marca uno después que se ha encomendado a Dios y a la Virgen. Pero recuerde, siempre habrá malas compañías y en el camino, largo o no, de subida o de bajada, uno puede encontrarse al diablo y caer en tentaciones. Lo que debe hacerse es trabajar mucho para arreglar lo que se pueda arreglar y no desarreglar para después no arreglar nada. Si sucede así, todo terminará siendo otro engaño.
-¿Lo han engañado mucho, José Antonio?
-A mí, a los míos y a los que son como nosotros. Es decir a todos, porque por estos lados todos somos iguales. Por eso en este sitio y nido nosotros estamos pendientes de qué acontece en las ciudades, para que la revolución, sí la hacen, no se quede allá, repito sino que venga a favorecer a los campesinos.
-¿Siempre la vida ha sido así, tan dura?
-Para nosotros, y que yo recuerde, toda la vida ha sido muy dura. Por eso estamos endurecidos y la vivimos confiando sólo en Dios
-¿Ya no confía en los hombres?
-No es cuestión de confiar o no confiar en los hombres. Hay hombres buenos y hombres malos. Hombres decentes y hombres torcidos. Hombres de palabra y hombres de mentira. Hombres a los cuales se les puede confiar secretos y entregar la vida. Pero hay hombres que de eso apenas tienen la palabra y la forma, porque ni las tomuzas que les puso Dios saben usarlas. Yo aprendí a confiar en mí mismo para no vivir de mentiras sino vivir de puras verdades. Muchas y todas buenas; porque sin pena alguna le debo decir a usted que soy de los hombres que da confianza, que vive desprendido, que trabaja y reparte, que quiere y lo quieren. Una verdad es que creyéndose en Dios uno vive libre y la libertad es como el viento, que vuela y vuela, nadie lo ve pero todos lo sienten.
-¿Cuáles pueden ser las mentiras?
-Las mentiras son aquellas cosas que se dicen para tapar huecos, pero sin que el mentiroso se dé cuenta que, al decirlas, no tapa ningún hueco sino que se abre el hueco en donde habrán de enterrarlo por mentiroso.
-¿Y qué sucede si, pasando el tiempo, los que están haciendo la revolución se olvidan de ustedes?
-Pues que una vez más se burlaron de Dios, de los hombres y del país, De Dios, porque Él regula nuestras vidas, la de los hombres porque los hombres formamos un país, y del país, porque Venezuela es la tierra de nosotros, Ya no podemos coger el machete, como en otros tiempos y enfrentamos a los del poder. No. Nos quedará la gran arrechera de haber caído por inocentes una vez más. Por eso hay que ponerle fundamento al país que quieren inventar ahora allá en Caracas.
-¿Cómo te Imaginas ese nuevo país?
-Tal y como van las cosas, porque uno ahora escucha radio y ve televisión, el mundo grande está muy dividido y el mundo pequeño revuelto.
-¿Cuál es el mundo más grande, José Antonio?
-El de los países que se la pasan en guerra. Y uno los ve peleando a cada rato y con cada guerra que inventa uno aprende que hay nuevos países.
-¿Y el mundo pequeño?
-El de nosotros.
-El de aquí, igualito al de allá.
-Si el de allá está lleno de guerrilleros por un lado y de bandoleros por el otro, aquí no tenemos ni lo uno ni lo otro, afortunadamente, pero sí muchos vivos que hacen más peso, bulla y daño que aquellos.
-¿Te refieres a los políticos?
-A todo el mundo, porque el país se perdió, como por ahí dicen, no sólo porque los políticos lo dejaron perder. Mentira, al país lo jodimos todos. Todos fuimos culpables
-¿Tú eres político?
-Bueno, yo soy democrático. Mis nonos adecos, papá adeco, mamá, adeca. Yo adeco. Yo soy de la política vieja. Pero eso no quiere decir que me quedé bruto pensando que nada debe cambiar, que todo debe seguir igual. No señor. Las cosas deben cambiar. Todo debe mejorar. Pero eso sí, con mucha seriedad, con mucha responsabilidad. Y yo todavía no he visto nada así. Por eso todavía no le apuesto mucho a la política nueva.
-¿Por qué?
-Porque estoy curado de salud. Así como le digo que debe ponérsele fundamento al país que están inventando igualito digo que la política nueva, para creer en ella, tiene que dar primero muchísimas muestras de que es de verdad. La política vieja, aunque ya lo dio todo, tiene cosas buenas. Una de ellas es que le conocemos por las mañas.
-Pero, hay que quitarle las mañas, José Antonio.
-¡Claro!, Pero desaparecer de golpe, sin que se haya clarificado la otra, no me parece.
-¿En cuál cree usted más? En la moribunda o en la que están redactando?
–A la moribunda Chávez le quita a cada rato la bocanaita de aire que le queda. Que la deje morir en paz. La nueva, me parece que tiene mucho de la vieja y, al final, como por ahí se dice, terminará siendo el mismo musiú con distinto cachimbo.
-Y eso sería grave.
-Muy grave, sí. Gravísimo. Haría mucho daño al país. No dejaría que los campesinos, por ejemplo; recibiéramos los beneficios que debemos recibir. No porque seamos o no chavistas, seamos o no adecos, seamos o no copeyanos, sino porque tenemos cuatro dedos de frente, lo que debemos es examinar el futuro que tenemos por delante. Manejar un país es tan serio que esa tarea debe dársele únicamente a gente responsable.
-Los que ahora tienen el poder, ¿son o no responsables?
-Pues ojalá lo sean, porque el país se los agradecería. Y sí no lo son, el país debería condenarlos. Lo que sucede es que el país no puede darse el lujo de perder más tiempo. Y nosotros de estar cambiando de caballo en mitad del río. Y el Canaguá y el Caparo cuando se amechan se amechan…
-¿Qué recomiendas, José Antonio?
-Yo pienso primero qué voy a sembrar y dónde voy a sembrar. Después limpio el terreno. Paso los bueyes y voy regando la semilla. Me pongo a cuidarla de la lluvia. Cuando comienza a florecer, vigilo que la plaga no me la coma. Cuando crece y está lista, todos los de la casa, y si es mucha, llamarnos los vecinos y recogemos, Se vende. Se reparten las ganancias. Y todos felices. Eso es lo que es Venezuela, limpiar, sembrar, recoger y repartir para que todo el mundo sea feliz.
-Una manera muy práctica de gobernar, ¿verdad?
Sí, ¿por qué dificultar más las cosas? Ordenar el país es dar ejemplo cumpliendo las leyes y haciéndolas cumplir. Por aquí, por “El Cañadón”, todos cumplimos. Primero con las cosas de Dios, después con las cosas de la naturaleza y finalmente con las cosas de los hombres.
-¿Eso sería democracia?
-Sería democracia. La democracia es como una mujer. A esa mujer uno la ve, la admira. Uno la mira, la siente. Uno la quiere y quiere agarrarla. Cuando uno la agarra, se enamora. Ella no se enamora. Uno la vuelve a mirar y ella ya no nos mira. Porque ha llegado uno más rico que uno o más vivo que uno y ella se va con él y lo deja a uno. Entonces uno termina por no sentirla y uno cree que la democracia ya no lo quiere a uno. No. Lo que pasa es que esa mujer es boba; se deja engañar y agarrar de todo el mundo y, cuando se cansan de sacarle el camisón a cada rato, la dejan. Por eso ahora anda por ahí, con el camisón todo roto y recibiendo piedra como si fuese la magdalena. Pero eso sí, ya nadie la quiere, nadie la cuida, nadie la protege, todo el mundo la rechaza, todo el mundo le saca el cuerpo, todo el mundo le tiene rabia, después que todo el mundo se aprovechó de ella.
-¿Incluso el presidente Chávez?
-El presidente es presidente porque la democracia lo hizo presidente. Es militar porque la democracia lo hizo militar. Por eso el presidente Chávez debe estar agradecido de la democracia que le dio todo lo que tiene para estar ahora mandando, acusando a la democracia de mala, de corrupta. Ojalá rectifique para que él pueda pagarle lo que le debe a la democracia y ojalá los cambios que haga permitan a todos los venezolanos agradecerle lo que la democracia nos ha dado a los venezolanos. Claro, a unos más y a otros menos.
-¿Cómo te imaginas a Dios?
-Como el mismo cielo de grande y poderoso, como el rayo y el río crecido.
-¿Y qué piensas de los hombres?
-Hechos de barro, si no se cuadran con la vida y no saben para qué vinieron al mundo, se pueden resquebrajar como una tinaja y cuando eso pasa, ya no sirven para nada.
-¿Y las mujeres, José Antonio?
-Como las goticas de rocío, tiernas y bonitas. Como las hortensias cuando son grandes, hermosas y como los botones de rosa cuando se esconden para observar a uno, y terminan siendo como las rosas abiertas cuando uno cae entre ellas.
-¿Muy enamorado?
-Alguna que otra vez han picado pajaritas, pero sin doler mucho.
¿Y si hubiera sido de avispa?
-Esa todavía no me ha picado, y a lo mejor duele. Ya veremos.
¿Te han dicho que habías como hablan los poetas?
-Y, ¿cómo hablan los poetas?
-Con el alma, José Antonio, con el alma.
-¡Ah! Muy bonito entonces, muy bonito. Yo siempre he hablado así.
-¿Has escrito alguna poesía, José Antonio?
-Pues hace tiempo escribí algunas cartas de amor, en un cuaderno que tenía pero está perdido y no sé dónde.
-¿Y de los desamores qué hay, José Antonio?
-Pues por ahí han llegado, por aquí han pasado y por allá se han ido. Los desamores son como la sombra, llegan y se le pegan a uno por un rato, lo acompañan otro rato y al ratico, sin que uno se dé cuenta ya se han ido. El desamor es traicionero como la sombra: por eso hay que tenerle cuidado, no dejar que se le aposente a uno.
-¿Y si se le aposenta, José Antonio?
-Pues si se aposenta nos envaina la vida.
-Eso de la huella débil, lo de la alpargata y el camino…
-Bueno, cosas que a uno se le ocurren. Es como cuando uno mira el sol. La mirada tiene que ser rápida porque si no se queman los ojos. Así sucede: viene la imaginación y, zuas, si uno la aprovecha bueno, si no pues la pierde.
-Y cuando llega la luna, ¿qué sientes?
– Pues por ahí dicen que a los locos les pega la luna. Yo no sé si estaré o no loco, pero me gusta echarme en la grama, de noche, cuando está clarito y ver las estrellas. Las estrellas -¿sabe?- son miles de ojos que tiene Dios regados por el firmamento para vemos a todos al mismo tiempo de noche, mientras duerme, porque Él también tiene derecho al descanso.
-¿Y los niños?
-Son mis amigos: Los niños son como gotas de algodón, no pesan, pero tienen gran valor. Son como los ángeles, que uno no los ve, pero los necesita. Los niños son todo, porque los niños son la continuación de uno. Ellos son la cadena de la vida.
Ivonne Carnevali, la primera dama merideña, que nos acompaña durante la conversación con José Antonio, que fue el día 30 de agosto de 1999, en gira con el gobernador Williams Dávila por Los Pueblos del Sur, allá en “El Cañadón”, quiere saber qué piensa sobre la naturaleza este buen hombre, buen conversador y nuevo buen amigo:
-Para mí la naturaleza, señora, es lo más grande, señora; lo más grande. Mire esas piedras de allí; son soldados que pusieron los hombres altos y blancos que llegaron, no sabemos de dónde y las dejaron como guardianes para que nadie echara a perder tanta belleza. ¿Usted ha visto el río, allá abajo? ¿Ha visto estos árboles con estas barbas y estos helechos? ¿Quiere usted algo más bonito? ¿Se ha fijado en la gotica de rocío que es la agüita que bebe el tucusito? ¿Por qué echar a perder el agua de beber que es distinta al agua de lluvia? ¡El agua de lluvia es la que bebe la tierra, la que beben las flores, las matas, los animales!
-Tiene usted toda la razón, José Antonio.
-Y esa razón hay que metérsela hasta los tuétanos a quienes no quieren creer que la naturaleza llora cuando le hacen daño. Las maticas lloran cuando ven la candela…
-¿De verdad, José Antonio? ¿Cómo sabes que así sucede?
-Una mata crece y se abre, como si se desperezara, todas las mañanas, mostrándose en pelota al sol, como una muchacha bañándose en el pocito. Pero si a esa muchacha usted de pronto la asusta; ella corre a taparse sus secretos y no le alcanzan las manos. Pues bueno, así mismo sucede con las maticas que, si usted les habla duro, se cierran. Y ni hablar si se les un acerca un fósforo. Lloran.
-¿Lloran?
-Sí. Lloran. Uno no ve las lágrimas pero las siente. Y sentir esas cosas resulta especial porque es sentir la otra vida, la que uno no ve pero vive.
-¿Cuál es esa vida, José Antonio?
-La de adentro, la del alma.
AngelCiroGuerrero