
Los estudiantes que pasamos por los espacios del Liceo “Francisco Antonio Rísquez” en los años 68 recordamos con una visión poética aquella obra patrimonial arquitectónica que después de ser la sede de una cárcel se transformó en la sede de unos de los centros de enseñanza más importantes en la historia de Nueva Esparta.
El liceo con el nombre de unos de los sabios más importantes de la historia nacional Francisco Antonio Rísquez que junto a José María Vargas, Luis Razetti, Augusto Pi Suñer, José Ignacio Baldó y Rafael Hernández Rodríguez conforman un cuadro de la medicina científica como grandes exponentes de la ciencia médica y grandes valores de la medicina contemporánea.
A esa élite perteneció el sabio Rísquez a quien conocieron como el padre de la enfermería y que además fue científico, periodista y académico. A eso hay que agregarle que fue el fundados de la Academia de la Medicina en Venezuela y representante de la Cruz Roja venezolana y creador de la higiene del trabajo.
Éste Juangrieguero ilustre que fue capaz de rechazar la propuesta de Guzmán Blanco para que fuera miembro de su gobierno con el argumento que prefería ser médico de Petare y que solo fue miembro del consejo Legislativo de Nueva Esparta y concejal en la parroquia Santa Rosalía.
Pero desglosar aquí en esta crónica la vida exitosa de uno de los médicos más prominentes de la historia de la salud en Venezuela no es válido porque solo quisiera mencionar el nombre del prestigioso Liceo “Francisco Antonio Rísquez” de otros tiempos y que ahora se cae a pedazos.
De eso no se hacen eco los que tienen rato escribiendo pistoladas de la vida del ilustre médico margariteño que trascendió con sus estudios y su alta valoración las fronteras del país y se ganó un espacio por su sabiduría en la ciencia médica venezolana.
Por eso cuando recibo las gráficas de la destrucción del Rísquez, el liceo donde tuve el honor de formarme en los años 67,68 y 69 antes de irme al liceo Nueva Esparta por una decisión idiotezca de la Zona Educativa de aquel momento que consideró que los que no eran de La Asunción no podía estudiar en el Rísquez.
Esa decisión firme me la hizo saber un hombre noble su director Alberto Bitar que me llamó en persona a la dirección del plantel para informarme que no podía seguir siendo alumno del Liceo Rísquez el año siguiente. No le respondí nada al director y me retiré de su oficina con el dolor del desacuerdo colgado en mi rostro inconforme.
Atrás quedaron mis sueños de graduarme en el Rísquez y no le participé nada a mis compañeros de estudios porque mantuve la tesis que eso no le importaba a nadie sino a mi persona. Me fui con mis recuerdos al Nueva Esparta en medio de mis contradicciones y terminé graduándome en el instituto porlamarense aún con los recuerdos del Rísquez en mi pensamiento.
De aquella construcción arquitectónicamente bien trabajada con su plaza interior insignificante, pero donde cada árbol estaba en su lugar con el busto de Rísquez en su centro y los salones con puertas de dos hojas de color marrón y la dirección y la secretaría como espacios de entrada donde se imponía el respeto y la valoración de una institución bien ordenada para la enseñanza.
En una esquina estaba la Sala de Profesores donde los docentes formaban sus algarabías entre chistes y rochelas. Con un auditorio de concreto donde se hacían los actos culturales y donde los estudiantes hacían las siestas el mediodía y formaban sus periqueras.
Y la cancha ubicada en el centro de la institución donde se jugaban grandes partidas de voleibol y más allá hacía un lado la cantina con unos muritos diminutos donde nos sentábamos a comer las meriendas y a mano derecha estaba el comedor donde no recuerdo haber comido ni una sola vez.
Y a un lado de la cantina estaba la señora Mercedes con sus empanadas enormes y sabrosas que erran el tractivo de los estudiantes de la época.
Lo demás eran salones alineados uno al lado del otro con una limpieza impecable y la solemnidad de verdaderos espacios del conocimiento.
En la parte de abajo un ala nueva con dos niveles y techos de dos aguas donde estaban los laboratorios y una cancha con tableros de concreto, un piso de asfalto y unos barandales pequeños fabricados con tubos gruesos.
No puedo olvidar la música de fondo del célebre Liceo Rísquez porque desde Raquel la Pecosita, Aidee, Dime, Margarita me espera, Lucila, Lejos de ti, Mediodía, ¿Eso por qué?, Me voy a pescar, Juan Griego, Girasol, Lamento de un marino. Esa música que recuerdos en mis noches solitarias cuando recuerdo lo injusto de haberme quitado la posibilidad de graduarme el Rísquez todavía las recuerdo con nostalgia.
Por eso cuando veo las gráficas de la destrucción del Liceo “Francisco Antonio Rísquez” reducido a ruinas y donde la Zona Educativa no acepta que el Gobierno de Morel Rodríguez le meta la mano a su maltratada edificación no termino entendiendo como los organismos como el IPC en vez de contribuir a que esas instalaciones sean remozadas más bien sean un obstáculo para detener la muerte del Rísquez.
Va a ocurrir lo mismo que con los castillos de la isla, como el Convento de San Francisco y como gran parte de las reliquias históricas de la isla que van feneciendo ante la mirada escrutadora de una sociedad que ve morir de pie arquitectura colonial de la espartanidad.
Menos mal que la Catedral de La Asunción recibió la atención de manos especializadas para evitar du derrumbe y aún contra la terquedad de muchos que prefieren que se caigan los espacios históricos pudo el Gobierno Nacional hacer el maquillaje arquitectónico necesario para evitar el colapso de la edificación religiosa.
El Rísquez hoy espera la mano amiga que frene su deterioro como se hizo con el Grupo Zulia y que hoy lo mantienen fuerte y preparado para atender a las próximas generaciones.
Qué se ocupe la Zona Educativa del Rísquez y que aporten una idea por lo menos y que se sacudan las telarañas de leyes obsoletas y patrimoniales para que se la gobernación o el Gobierno Nacional quien se ocupe de salvar este ícono de la educación margariteña que se está cayendo a pedazos.
Las leyes patrimoniales se respetan y la historia de las instituciones también, pero es urgente atacar la destrucción del Rísquez antes que se derrumbe y vaya a causar una desgracia que se puede evitar con la rehabilitación de nuestro querido liceo asuntino.
Encíclica/ManuelAvila