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Esa es la verdad. Por eso hay que decirla. A los ya escasísimos adversarios, les sigue costando lo indecible seguir estando en contra del recordado presidente de la república y fundador de Acción Democrática, el partido del pueblo. Porque la historia de la Venezuela Contemporánea ha sido precisamente la encargada de afirmar que Rómulo Betancourt es, sin duda alguna, el Padre de la Democracia Venezolana.
Su figura, respetada en todos los escenarios dentro y fuera del país, honra nuestra nación. El significado de su meritoria lucha por la libertad, la democracia, el progreso y desarrollo cumplida en favor del pueblo, se estudia en las Universidades de mayor prestigio internacional. En tan respetables centros del pensamiento, la educación y cultura, académicos, historiadores y analistas del acontecer mundial califican a Betancourt como uno de los más ilustres líderes políticos continentales del siglo XX hispanoamericano.
La suya fue una trayectoria ejemplar desde muchacho, cuando junto a otros rebeldes como Jóvito Villalba y Raúl Leoni, con la excusa de conmemorar la célebre “Semana del Estudiante”, enfrentaron sin violencia, pero si mucha firmeza, la feroz dictadura de Juan Vicente Gómez.
Liderando la llamada “Generación del 28”, marchó desde entonces hasta su muerte, acaecida en Nueva York el 28 de septiembre de 1981, a los 73 años de edad, de los cuales dedicó 19.345 días a la actividad política bien luchando contra tiranías aquí y en el exterior; en la plaza pública, en la clandestinidad, en la cárcel o en el exilio. Había nacido en Guatire, el 22 de febrero de 1908.
Juan Liscano y Carlos Gottberg, dos de los biógrafos de Betancourt que más le conocieron, así como el también afamado historiador Manuel Caballero, no dejan resquicio alguno sin examinar de la vida del presidente, el primero electo por mayoría popular luego de ser reconquistada la democracia venezolana, después del derrocamiento de Marcos Pérez Jiménez.
Los tres, al igual que otros reconocidos intelectuales, coinciden en afirmar que la presencia del líder fue y seguirá siendo fundamental no sólo para la democracia misma sino para la reafirmación de la libertad en Venezuela.
Liscano, quien en el libro “Multimagen de Rómulo”, escrito a dos manos, con Gothberg, señala lo siguiente: “Si en un hombre puede encarnar el tránsito de la Venezuela tarda y rural, a la Venezuela trepidante y distorsionada de hoy, es en Rómulo Betancourt, no propiamente porque vivó ese tiempo y esos episodios, sino porque determinó por aceptación o por proposición como todo lo sucedido en la política desde 1938, inclusive antes de las jornadas cívicas estudiantiles que señalaron, en pleno auge del gobierno férreo del General Juan Vicente Gómez, el nacimiento de una conciencia de libertad sojuzgada.
Recorrer el camino abierto por Betancourt equivale a regresar a un momento del pasado en que el país se desconoce aún a sí mismo; ignora sus energías, sus bienes, se aduerme en el medio y está olvidado de la gesta libertadora. El giro de los estudiantes en 1928, sacudirá su pasado sueño sin despertarlo del todo. Será preciso la muerte del sonecto dictador, a fines de 1935, para que la afluencia de exiliados, entre ellos Betancourt, abra ventanas a un amanecer esperanzador”.
Por su parte, el también poeta Gothberg afirma: “Aunque Betancourt posee una capacidad notable para hallar soluciones inmediatas y valederas, se aplica seriamente a prospectar el devenir político de Venezuela y del mundo para comenzar a modificar ahora lo que puede acontecer mañana. No es futurólogo.
Es un hombre que sabe que en política hay que ser extremadamente precavido, cuidando siempre que no se le adivinen los motivos de la precaución. De aquí el que sea un afortunado estratega político y un lúcido defensor de la democracia a quien el tiempo le ha venido a conferir plena justificación…”
Gottnerg sentencia: “En el sentimiento de innumerables individuos, dentro y fuera de las fronteras patrias, Rómulo y la democracia son una misma cosa”.
Lo cual es absolutamente cierto y que tampoco nadie en su sano juicio, enemigo o adversario que haya sido o siga siendo, puede desmentir, so riesgo de ser llamado en propiedad un perfecto “obsoleto y periclitado”.
Pero quizás la mejor definición de lo que era el presidente la dio “un campesino del Asentamiento San Bonifacio, en el Oriente del país que, tal como lo cuenta Gothberg, asistió a una reunión convocada por disidentes de AD, que pretendían formar otra Acción Democrática donde, según ellos, “se practicara la democracia interna”. El viejo campesino pidió la palabra y con voz calmada planteó la pregunta:
-“Y dónde está Rómulo?”
-“Bueno (contestaron evasivamente)… en Miraflores… Él es el Presidente de la República…”.
A lo que replicó el campesino:
-“Entonces nosotros vamos a esperar que venga Rómulo por aquí para preguntarle qué debemos hacer, porque donde está Rómulo está la democracia”.
El presidente, a quienes los dictadores del Caribe y el “Tacho” Somoza, “el viejo”, de Nicaragua, en más de una ocasión trataron de matarlo, pudo también sobrevivir al cruento atentado de Los Próceres, orquestado y financiado por “Chapita” Trujillo.
Luchó, es la verdad, contra todos los sátrapas de entonces y resultó vencedor ante los militares golpistas que, a sangre y fuego, como siempre, intentaron derrocarlo.
A Fidel Castro, recién bajado de La Sierra del Escambray cubano, de visita en Venezuela, le cantó la verdad sin vacilaciones cuando el que sería poco tiempo después el dictador de la tierra de Martí le propuso lo siguiente:
– “Presidente, préstele al gobierno de Cuba 300 millones de dólares y entre los dos le haremos una jugada a los gringos…”
Betancourt le respondió:
-“Le digo no, doctor Castro. Por cien razones: La primera, que no hay campanas, como le dijo el sacristán al cura. En la Tesorería Nacional dejaron acaso dinero Pérez Jiménez y su pandilla desfalcadora. Esos bolívares salvados de milagro son para atender necesidades de los venezolanos y no para financiar planes de gobiernos ajenos”.
¿Traidor? ¿Entreguista? ¿Vendido? No. Nacionalista puro, responsable hasta los huesos; que nació pobre, vivió pobre y murió pobre, pero digno, amado por el pueblo, que lo quiso entrañablemente porque él era pueblo y con el pueblo caminó toda su vida, buscándole el bienestar, lográndole la libertad y agradeciendo a la nueva Venezuela que don Rómulo Betancourt dirigiéndola comenzaba a surgir indetenible hasta 1998.
Yo tuve la gran suerte de estar a su lado durante un mes, como su secretario accidental, y todavía recuerdo su presencia en la biblioteca de “Paicarigua”, dictándome algunas cartas dirigidas a poetas, escritores, historiadores y artistas de Acción Democrática para que participasen, como en efecto lo hicieron, en la “Primeras Jornadas de AD y la Cultura”, para la cual me designó Coordinador Nacional.
Y fue el presidente quien también le había recomendado a Don Luis Piñerúa Ordaz, su gran amigo, me nombrase su jefe de Prensa en la campaña electoral del partido en 1978. Asimismo, quien con mayor énfasis me solicitó, corrigió y buscó que su hermano José Agustín Catalá, “el editor de la democracia”, publicara mi libro “Por qué habla claro Piñerúa”, la biografía que escribí del entonces candidato presidencial del partido que Rómulo Betancourt fundase “para hacer historia”. Y bien que lo ha hecho.
Al conmemorar en el venidero septiembre de este año 2025 el 117 aniversario de su nacimiento, y el cuadragésimo cuarto de su muerte, adelanto estas líneas como sincero homenaje al más grande entre los grandes, al Padre de la Democracia en Venezuela.
ÁngelCiroGuerrero