A menos de dos meses del 22 de octubre, el horizonte político se oscurece dada la actitud prepotente, insidiosa, violatoria de principios constitucionales y gran falta de moralidad y ética que, cada vez con mayor fuerza, demuestra el desespero del oficialismo, miedoso como está de perder el poder al cual viene aferrándose desde hace ya largas dos décadas. No hay que analizar mucho tal clase de conducta porque salta a la vista, hasta para un ciego, que es propia de quién –falto de argumentos- emplea la violencia como instrumento. No son, así lo han demostrado, gente que dirima, de buen talante y respetuosa, ante el adversario cualquier asunto. Lo hacen prevalidos de la fuerza que siempre les acompaña y el poderío que muestran es muy parecido al del matón que sabe que, en cayapa, puede, porque solo le resultaría supremamente difícil. Mienten cuando acusan, utilizando todo el gobierno, para incriminar impunemente a cualquier ciudadano que se atreva a denunciar los atropellos y la constante violación de los derechos humanos.
Les aterra que el pueblo se haya decidido a lograr el cambio no solo de gobierno sino del sistema de gobierno que le han impuesto; uno que vulnera las libertades; que llevó al país a pasos del abismo; paralizando el crecimiento que en democracia se estaba dando.Tienen miedo de ser derrotados, perder los privilegios que los ha convertido en poderosos; que de vivir humildes, en barriadas y pendientes de la quincena, ahora habitan en el country club y atesoran millones. Irresponsables e indolentes, no supieron gobernar y, lo peor, que ya es tarde para recomponerse. La revolución fracasó en sus manos.
Una lástima, porque pudo haber sido necesaria para hacer crecer a Venezuela, pero su liderazgo la utilizó sólo para hundirla.
Clever Ramírez, reconocido intelectual, estudioso del marxismo, nacido en Chiguará (Mérida), autor de la mayoría de las tesis que dieron sustento a la revolución, no se sintió interpretado por los que apenas llegados al gobierno, equivocaron el rumbo por completo, convirtiéndola en punto de apoyo solamente para el beneficio personal y modo de subyugar al país y a su gente. Esa es la verdad. A Clever y a otros de los principales pensadores, frustrados por el giro que Chávez y sus adláteres le dieran, se murieron angustiados, tristes y arrepentidos de la revolución que soñaron, planificaron y pensaron que transformaría a Venezuela, de lo mejor que era hasta 1998, a una Venezuela superior, extraordinaria. Una gran equivocación, sin duda.
En la Constitución que rige a la Nación se asienta claramente que Venezuela es una nación descentralizada, pero en la práctica resulta lo contrario. El chavismo, por aquello de manejar todo el poder, impuso el más craso centralismo.
Un ejemplo, la independencia de poderes, ya no existe. El TSJ es el bufete del gobierno. La Asamblea es aplastantemente roja. La Contraloría controla sólo a los opositores, nunca a funcionarios. La Fiscalía fiscaliza al adversario y protege al gobierno. El Defensor del Pueblo es igualmente un rodilla en tierra. La Carta Magna protege la propiedad privada, pero el gobierno la irrespeta, la viola a cada rato. La corrupción campea. ¿Es acaso mentira que Tareck el Aissami, tercero en el Ejecutivo, resultó el jefe de la banda que asaltó a la república y ahora es el mayor protegido por el propio gobierno, porque le tiene pánico? La Constitución, como sucede en otros países, autoriza el voto de los militares, pero no a pertenecer a partidos políticos; a deberse sólo a la nación, a la cual deben defender cada centímetro de su territorio de toda clase de invasores, llámense guerrilleros de las FARC, del ELN, de paramilitares y de narcotraficantes, que están bien atrincherados en zonas de frontera y cada día avanzan más adentro.
Ahora que una mayoría arrolladora de venezolanos decidieron finalmente dar un paso al frente y, firmes, se preparan para elegir a quien habrá de liderar el enorme descontento, la gigantesca frustración que tienen por lo que a Venezuela le está haciendo el gobierno, el oficialismo redobla su actitud represiva en contra de esa aspiración colectiva. La persecución contra María Corina Machado, por ejemplo, es tan reprobable como inaceptable. Porque saben que ganará la consulta ciudadana del 22 de octubre, quieren pararla. El señor Rati, el del cuento de la inhabilitación, ahora pide que la encarcelen. Se espera que Diosdado diga sí para que el Fiscal solicite su apresamiento.
Por todo lo anterior, y mucho más por venir, no se sabe a ciencia cierta qué podrá ser –pero no está prohibido imaginarse cualquier locura-, resulta conveniente pedirle al presidente Maduro que razone. Que lo haga seria, responsable y positivamente. Debe reflexionar sin más tardanza en lo difícil, terrible y peligrosa de la situación que los venezolanos sufrimos. Razonar es su obligación como suya será la responsabilidad de lo que ocurra si acaso, que Dios no lo quiera, cualquier disociado -como el asesino de la Plaza Altamira, por ejemplo, o el orate que le pegó el cabillazo a Luis Herrera Campins-, se atreva a cometer alguna grave acción, no importa si la víctima sea de la oposición o sea del gobierno. El presidente tiene que dar muestras ejemplares de estar en contra de la violencia, comenzando por mejorar, y moderar su lenguaje violento, provocador, acuseta y llamar a la cordura a los suyos. Su condición de jefe del Estado le impone respetar el pluralismo; a no intentar paralizar el proceso de las primarias mediante acciones de leguleyo, que retratan desesperación y miedo,
Razone, presidente. Se lo pide toda Venezuela.
AngelCiroGuerrero