El mundo contemporáneo está asistiendo a una reconfiguración de la geopolítica basada fundamentalmente en valores e intereses. Existe una afinidad entre los países democráticos influenciados por la cultura judeo cristiana. Hay bloques fundados en la necesaria cooperación por la vecindad geográfica y por la complementariedad económica. Hay otros, por asociaciones estratégicas y alianzas comerciales.
Existen bloques fundados, especialmente, a partir de identidades políticas que abren camino a asociaciones económicas, militares y estratégicas. En este último contexto surge el bloque autoritario contemporáneo. Me refiero al conjunto de países que han asumido un modelo de conducción autocrática de sus naciones, dejando a un lado la gran conquista política del siglo XX, como lo es la democracia.
La internacional de las dictaduras constituye, sin lugar a dudas, un bloque especialmente amenazante y preocupante. Se trata de la alianza que los sistemas autoritarios han establecido para apoyarse mutuamente y sortear las objeciones, sanciones y posturas emanadas del bloque democrático.
La International de la democracia tiene su propia expresión en la realidad geopolítica, pero la de las dictaduras afina su comunicación, comparten métodos y formas para la preservación del poder, y se complementan económicamente y hasta militarmente, a pesar de las distancias, que en algunos casos existen.
El gobierno comunista de Maduro está integrado, desde hace ya largo tiempo, a esta internacional de la muerte y la pobreza, constituido por países cuyos gobernantes han establecido sistemas autoritarios, dispuestos a perpetuarse en el poder.
La cabeza de esta internacional es el régimen ruso de Vladimir Putin, el nuevo Stalin establecido en el palacio del Kremlin moscovita. Putin representa, en estos tiempos, la antítesis de la democracia. Su determinación de perpetuarse en el poder lo ha llevado a eliminar física y políticamente a sus adversarios y a crear un mecanismo fraudulento para mantenerse en el poder.
Esta conducta se ha visto claramente reiterada, recientemente, con el asesinato del preso político Alexéi Navalni, de 47 años, todo un símbolo de la lucha por la democracia; y la del bloguero ruso Alexey Morozov «Murz», quien apareció muerto de un disparo, tras revelar que Rusia perdió 16.000 soldados y 300 blindados en Avdiidka y ser obligado a borrar el mensaje en su canal de Telegram.
La internacional de las dictaduras tiene también el acompañamiento del régimen de Bielorrusia, encabezado por el feroz dictador Alexander Lukashenko, quien en abril del año 2022 ordenó la detención y enjuiciamiento del destacado periodista Igor Lednik, por ser un severo critico a su régimen y al de Putin, para dejarlo morir en prisión el pasado martes 20 de febrero del presente año.
La semana anterior visitó América Latina el jefe de las relaciones internacionales de la dictadura rusa, el Señor Serguéi Lavrov, en su política de fortalecer la alianza internacional de los gobiernos autoritarios.
Para nadie constituye una sorpresa que los países visitados sean, precisamente, los que exhiben gobiernos con un absoluto desprecio a los valores y principios de la democracia moderna, vale decir Cuba, Nicaragua y Venezuela.
La sorpresa fue la visita a Brasil, puesto que más allá de las veleidades pro autoritarias de Lula, la democracia del gigante sur americano cuenta con una institucionalidad que no ha permitido una gobernanza autoritaria, por el peso y contra peso de los demás poderes del estado.
Pero no hay duda que el Zar contemporáneo de Moscú busca ampliar su influencia en este continente sumando a Brasil a la internacional de las Dictaduras. Con el mayor cinismo el enviado de Putin, pontifica sobre la democracia que ellos no practican, al expresar: “Coincidimos en nuestra disposición de lograr una mayor democracia en el escenario internacional mediante el cumplimiento de los principios de la carta de la ONU por parte de todos los países.
” Semejante afirmación en los labios del vocero de un régimen expansionista y guerrerista, que mantiene una criminal guerra contra una nación vecina y pobre, como Ucrania. Lo triste para nosotros, los demócratas, es ver a la cúpula madurista rendirle pleitesía al enviado del dictador moscovita.
Desde hace ya más de 20 años la “revolución bolivariana” decidió alinearse con los rusos bajo la influencia del pensamiento de la cuba castrista. Hugo Chávez, al frente del gobierno, inició una política exterior de confrontación con las democracias occidentales, tildando a los principales países como “imperialistas” interesados en nuestras riquezas naturales.
La retórica de Chávez cada día fue más agresiva contra Estados Unidos y Europa, así como con buena parte de los países de América Latina. Terminó generando la ruptura de las relaciones diplomáticas y económicas produciendo un severo daño a nuestra nación.
En paralelo, y en una absurda huida de nuestro entorno geográfico, Chávez y luego Maduro, se entregaban en los brazos de la dictadura de Moscú, vía La Habana, y privilegiaba las relaciones con países como Bielorrusia, China, Corea del Norte, Turquía e Irán.
Es esa política la que explica la situación de aislamiento que hemos vivido los venezolanos. “Dime con quien anda y te diré quién eres”, dice un viejo adagio popular. Chávez y Maduro decidieron romper con las naciones democráticas y aliarse con las dictaduras.
Las razones saltan a la vista, ellos que en sus genes llevan la violencia y la vocación autoritaria del poder, se sienten cómodos en la internacional de las dictaduras, y no soportan los organismos internacionales de la democracia.
De ahí su permanente conflicto con la OEA, con la Unión Europea, con la Comunidad Andina y Mercosur, y ahora con la Alta Comisión de los derechos humanos de la ONU, cuya oficina ordenaron cerrar hace una semana aquí en Caracas.
Está llegando la hora de rescatar la democracia y en consecuencia buscar las alianzas con los países afines, para de esa forma abrir el cauce al desarrollo económico moderno y restablecer una política internacional de respeto a todas las naciones y de defensa verdadera, de nuestros intereses fundamentales.
CésarPérezVivas