El 12 de febrero de 1974, hace 50 años, era arrestado y luego desterrado de su Rusia natal el escritor y premio Nobel de Literatura Aleksandr Solzhenitsyn, oportunidad en la que escribiese y publicase lo que podría considerarse una de sus más lapidarias reflexiones que sustentaran su misión vital de visibilizar globalmente la represión política de la Unión Soviética en la época, y de manera muy especial el uso de un sistema sustentado en mentiras, ante las cuales ofrecía una serie de recomendaciones que hoy, medio siglo exacto después en el contexto que muchas de nuestras sociedades atraviesan, particularmente en esta era de la «desinformación», con sus «fake news» y «deep fakes» cobran especial importancia.
Ese febrero de 1974 se publicaba en Moscú su Жить не по лжи!, que en inglés se encuentra traducido como Live not by lies¹ y de éste al español como No vivas en la mentira², un trabajo e ideas que no obstante el contexto en que se expusieran que podrían algunos señalar que ha sido superado como lo fue la llamada Guerra Fría; por el contrario, parecería que hasta se habrían recrudecido las violaciones de las más elementales libertades civiles.
Refiere Solzhenitsyn de manera puntual cómo la violencia propia de los regímenes no puede sostenerse por sí misma, necesitando para ello no otra cosa que la de apoyarse en su más cercana cómplice, la mentira.
Por supuesto que si dirigimos la atención a la actual situación que se atraviesa en Rusia más allá del conflicto con Ucrania, sino en cuanto a cómo habría quedado en evidencia toda esa narrativa en la que el mundo viviese sobre las potencias mundiales no serían más que farsas, lo que por lo general ocurre con muchas otras estructuras que se venden como grandiosas, pero bien podemos dirigir la atención a nuestras más cercanas realidades, y sin que sea necesario mencionar ninguno de nuestros países, no será difícil identificar igualmente farsas y narrativas falaces, en ocasiones abiertamente burdas y rocambolescas que difícilmente podrían engañar a cualquier ciudadano, nos preocupa cómo pueden existir tantos seguidores, sea por imbécil convicción o por malvada acción.
Nuestros países, nuestras sociedades, prácticamente todas, aunque en mayor o menor grado, se mueven acompañadas de usuales manipuladores y sus esbirros, que utilizan la mentira para hacerse y permanecer en poder, creando, más bien tejiendo, alrededor de la sociedad, una gran red sistemática de mentiras que no tienen otra intención que la de reducir al ciudadano a ser un mero acatador sumiso de órdenes, un zombi político, que peor que siervos de la gleba, son meros instrumentos de nuestras democracias de papel materialmente autocracias electivas en las que las elecciones se ganan por las buenas o por las malas y en que todo eso de la participación ciudadana, separación de poderes, autonomía del poder judicial no son sino etiquetas que se ponen a los más elaborados sistemas de mentiras para crear máscaras con las que como en los carnavales, presentarse ante otros estados y sociedades como democracias, cuando la realidad es otra, pero con un gran agravante, que así como también ocurre en carnaval, ante quien se le está presentado esa imagen, lleva también una máscara.
En el mundo de las apariencias
Encontramos cada vez en nuestras sociedades, y creo que basta que cada uno de nosotros voltee a su alrededor, y confirme por sí mismo, nada más que máscaras, etiquetas, espejismos de autoridades y poderes públicos que refieren al respeto al estado de derecho y libertades ciudadanas, las cuales no son otra cosa, en la mayoría de los casos, que meras apariencias, atribuibles no solo a como refiera el Capitán Renault, a los «sospechosos habituales», en este caso de las tiranías oficiales, pero, conociendo algo nuestra cultura por haberla observado y padecido, se extiende también en muchos casos a oposiciones más que cosméticas son conniventes colaboracionistas.
Preocupa y entristece observar como muchas de nuestras sociedades lejos de ser ejemplos de civismo son vivas manifestaciones de la cultura de la mentira, la trampa y del abuso, en las que en vez de experimentar un estado de derecho, las instituciones son utilizadas para la esquilmación y el expolio, estados policiales en los que la voracidad tributaria y la generación de abyección son el día a día, en las que son constantes las políticas de control y la tugurización de toda estructura, manteniendo a sus ciudadanos en una constante carpa en la que se le ofrece a cambio de su sumisión nada más que pan y circo en la que conviven bufones de todos los colores y estilos, y de los que a veces a aquellos a los que se le confía la misión de oponerse a las prácticas despóticas, resultan ser como hemos insistido tantas veces oposiciones cosméticas que se prestan a la colaboración.
En este mundo de las apariencias, al jugar el papel de la mentira una posición esencial no nos será extraño observar como son frecuentes todo tipo de narrativas en las que se sustentan movimientos que las utilizan como una suerte de centro de recepción y reclutamiento de resentimientos, taras y complejos con finalidad ideológica, que se apoya en la manipulación de discursos como el del feminismo o el racismo irracional, el del lenguaje de la corrección política, el lenguaje inclusivo radical, la cultura de la cancelación, de la apropiación cultural, el terraplanismo o el discurso de odio, las llamadas acciones o discriminación positiva, entre otros fenómenos que materialmente no son más que narrativas causticas, con tono cínico y con descaro frente a graves transgresiones proferidas por sus promotores ideológicos; manifestaciones ajenas a genuina empatía, plagados de maldad, de sofismas, eufemismos y falacias con finalidad de provocación y racionalización como mecanismo de defensa en la que se apunta a la caricaturización de la realidad para desviar, diluir y atenuar la percepción de las transgresiones y de responsabilidad de un cacareado igualitarismo devenido en lo que podría definirse como igualitaritaje.
Decidiendo no vivir en la mentira
Volviendo a Aleksandr Solzhenitsyn, a sus reflexiones de hace exactamente 50 años, podemos extraer que si bien a nosotros como ciudadanos todos esos sistemas de violencia y mentiras nada les cuesta hasta literalmente exterminarnos, si bien no se nos pueden exigir ser mártires de luchas y resistencia en calles y plazas que resultan fácilmente disueltas con las herramientas de terror y violencia en que se sustentan los esbirros, y que luego mentiras sistemáticas manipulan los hechos para generar el sentimiento general de derrota y desilusión como estadio previo a la sumisión y servilismo total, lo que en efecto es propiciado por estos actuales regímenes del terror arropados de mentiras, siendo por ello incurren en la práctica circular de provocación, represión y mentiras, Solzhenitsyn nos invita es a resistir no siendo cómplices de ella, y para lo cual en su artículo que debe ser de obligatoria lectura, propone 9 medidas que cada uno de nosotros puede asumir, veamos.
Aquí sus recomendaciones para que no seamos cómplices y no vivamos en la mentira:
«Y así, superando nuestra temeridad, que cada persona elija: ¿Permanecerá como un siervo consciente de las mentiras (por supuesto, no por predisposición natural, sino para proveer sustento a la familia, criar a los hijos en el espíritu de las mentiras!), o ha llegado el momento de ponerse de pie como un alguien honesto, digno del respeto de sus hijos y contemporáneos? A partir de ese día en adelante:
– No escribirá, firmará ni publicará de ninguna manera una sola línea distorsionando, hasta donde pueda ver, la verdad.
– No pronunciará tal línea en conversaciones privadas o públicas, ni la leerá de una hoja de trucos, ni la expresará en el papel de educador, encuestador, maestro o actor.
– No representará, respaldará ni difundirá en pintura, escultura, fotografía, tecnología o música un solo pensamiento falso, una sola distorsión de la verdad tal como él la percibe.
– No citará por escrito o de palabra una sola cita «orientadora» por gratificación, seguros o por su éxito laboral, a menos que comparta plenamente el pensamiento citado y crea que se ajusta precisamente al contexto.
– No se verá obligado a asistir a una manifestación o reunión si va en contra de su deseo y voluntad; no levantará ni llevará una bandera o lema en el cual no crea plenamente.
– No levantará la mano para votar a favor de una propuesta que no respalde sinceramente; no votará abierta ni secretamente por un candidato que considere dudoso o indigno.
– No se sentirá obligado a asistir a una reunión donde se espera un debate forzado y distorsionado.
– Saldrá inmediatamente de una sesión, reunión, conferencia, obra de teatro o película tan pronto como escuche al orador decir una mentira, disparates ideológicos o propaganda descarada.
– No se suscribirá ni comprará en tiendas periódicos o revistas que distorsionen u oculten los hechos subyacentes.
Como bien destacaba nuestro autor hace medio siglo, estas serían solo algunas breves recomendaciones y que pueden en ciertos casos no ser sencillas o cómodas para determinados ciudadanos cumplir, más si se encuentran en situación de vulnerabilidad y abyección creada por los agentes de poder autores de las mentiras y que por todos los medios, incluso violentos como hemos podido apreciar en la historia intentarán mantenerse en esas posiciones de imposición, para la cual incurren, como también hemos podido padecer, en crear provocaciones que generen enfrentamientos violentos.
Ante tales situaciones de mentira sistemática y generalizada como las que hemos tenido muchos de nosotros más que ser testigos sino más bien víctimas, directas o indirectas, lo importante aquí es que, en lo posible, a lo que bien podemos añadir, aunque sea solo un poco más de lo simplemente posible, cada uno de nosotros en nuestros particulares espacios, no seamos cómplices de la mentira, de todo ese sistema en que hoy están sustentados tanto de los regímenes que pululan en nuestras sociedades, nuestros países, nuestros municipios, nuestras urbanizaciones.
Personalmente, por mi educación base, estudios e investigaciones realizadas, así por el contexto en el que generalmente me desenvuelvo como lo es el del ámbito de la cultura y pensamiento jurídico, resulta más que evidente que mi aproximación a estas construcciones falaces son principalmente desde la perspectiva jurídica, de la que podría pensarse que si bien los profesionales formados en el área tendríamos, a diferencia de otras personas, una visión entrenada en la detección de mentiras y falacias que se sustentan en la idea de actuaciones basadas en criterios de legalidad, cada día observo como no solo la mentira tiene como su destinataria la idea de derecho, en especial la idea de legislación y de justicia, para su instalación, sino que, y es lo más preocupante en estos casos, que somos muchas de las veces los mismos profesionales y profesores, quienes obramos no ya como víctimas sino como cómplices de tales sistemas falaces, lo cual hacemos día a día de muchas maneras, desde aceptar calladamente las mentiras hasta acciones más expresas como las de emitir opiniones y dictámenes, así como incluso dar clases y conferencias sobre tales “leyes” y “sentencias” de manera tal que los destinatarios de tales opiniones e instrucción puedan “informarse”, “aprender” y final perfectamente “cumplir” a cabalidad esas “normas” y “decisiones” sobre “instituciones jurídicas” que no son más que una situación, un “estado de cosas” absolutamente contrarias a su naturaleza y bienestar general, y cuyo efecto material no es otro que el de ser instrumento de afianzamiento de la mentira y la arbitrariedad.
La vida en la mentira está garantizada, cuando en el caso específico de la cultura y pensamiento jurídico de una sociedad, en la creación, enseñanza y aplicación del Derecho, dirigimos nuestra atención de manera ciega y dogmática, prácticamente supersticiosa, hacia la “Ley”, nuestra sumisión hacia ella, y los profesores de derecho no hacen más que servir de facilitadores de servilismo, cuando en vez de dirigir la atención a la “ley”, debe hacerse es a las instituciones jurídicas, y luego de lograr su comprensión, analizarlas a través del Derecho, que no se agota con la legislación que es en definitiva un producto político de los estados.
Muchos de quienes leen esas reflexiones desde cualquiera de nuestros países, aunque algunos más que otros, podemos dar fe de como nos encontramos inmersos en un interminable mundo de mentiras, y más grave aún, de las mentiras oficiales que hacen que nuestras sociedades no puedan progresar, lo cual es absolutamente intencional. No podemos ni debemos ser cómplices de la mentira y la impostura lo cual es una decisión muy individual y que debemos reafirmar día a día, rescatando el valor de la verdad y de la sinceridad, cuestionando y combatiendo las prácticas del engaño por pequeño que sea, incluso de aquellas mentiras que pudiesen parecer inocentes pero que son la puerta para mayores mentiras y mayores engaños, y es por tal razón, que en lo personal, y siendo consecuente con la decisión de no vivir en la mentira y no contribuir con su sostenimiento, reitero mi posición de no proferir opiniones, elaborar dictámenes o presentar exposiciones que puedan ser utilizados para lavarle la cara a chapuzas legislativas y bodrios judiciales.
“Sabemos que ellos están mintiendo, ellos saben que están mintiendo, incluso saben que nosotros sabemos que están mintiendo, también sabemos que ellos saben que nosotros sabemos que están mintiendo, ellos por supuesto saben que nosotros definitivamente sabemos que ellos saben que nosotros sabemos que están mintiendo también, pero aun así siguen mintiendo. En nuestro país, la mentira se ha convertido no solo en una categoría moral, sino en la industria base de este país”.
“La violencia solo puede ser ocultada mediante una mentira, y la mentira solo puede ser mantenida mediante la violencia”.
Aleksandr Solzhenitsyn
Roberto