Imagina que estás en la antigua Roma, donde las brillantes togas blancas y las coloridas túnicas no se lavan con jabón, sino con… orina. Sí, has leído bien. Antes de que los detergentes modernos facilitaran la limpieza de nuestra ropa, los romanos recurrieron a una solución menos convencional pero efectiva para mantener sus prendas impecables. En las fullonicae, las lavanderías de la época, se usaba la orina para eliminar las manchas más rebeldes. Este método no solo era práctico, sino que refleja una fascinante combinación de ingenio y necesidad en la vida cotidiana romana.
Lavanderías romanas
En el bullicioso mundo de la antigua Roma, las fullonicae eran uno de esos espacios donde se compartirían cotilleos a diarios, pues eran un lugar de paso seguro para los antiguos romanos. Estos establecimientos, equivalentes a nuestras modernas lavanderías, eran esenciales dado que la mayoría de los romanos no disponían de agua corriente en sus hogares para lavar su ropa. Las fullonicae ofrecían servicios que iban más allá de la simple limpieza; también se encargaban de teñir la ropa, repararla y prepararla para su uso posterior.
La externalización del lavado de ropa en la Roma antigua no era solo una cuestión de conveniencia, sino también de necesidad social y económica. Vestir ropas limpias y bien cuidadas era un símbolo de estatus y respetabilidad, especialmente importante para la clase alta y los funcionarios públicos. Además, el proceso de lavado en las fullonicae era laborioso y requería una infraestructura específica para tratar con agentes limpiadores como la orina y la cal, razón por la cual era práctico delegar esta tarea a profesionales especializados.
El detergente de la época: orina, ceniza y arcilla
El proceso de lavado en una fullonica de la antigua Roma era notablemente ingenioso, utilizando materiales que, aunque puedan parecer peculiares hoy en día, eran efectivos agentes de limpieza. La orina, elemento central en este método, era recogida de letrinas públicas o directamente en recipientes cerca de las fullonicae. Este líquido se utilizaba de manera abundante para aprovechar el amoníaco que contiene, un compuesto químico que actúa como un poderoso limpiador al descomponer la grasa y la suciedad de las fibras de la ropa.
La orina se mezclaba en grandes tinas con cenizas y arcilla. Las cenizas, ricas en potasa, eran la lejía de la época, elevaban el pH de la mezcla, aumentando así su capacidad para limpiar y blanquear las telas. Por su parte, la arcilla, conocida por sus propiedades absorbentes, ayudaba a retirar las partículas de suciedad atrapándolas en su estructura porosa. Los trabajadores, a menudo esclavos o miembros de las clases más bajas, pisoteaban la mezcla impregnando la ropa con esta solución natural de limpieza. Posteriormente, la ropa se enjuagaba con agua limpia y se tendía al sol para secar.
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