El deporte por naturaleza es impredecible y se torna irreverente cuando la humanidad se empeña en imponer certezas. Venezuela y el mundo del atletismo en general confiaba en que Yulimar Rojas ganaría en París 2024 su segundo oro olímpico consecutivo, algo inédito en la historia deportiva del país. Y entonces pasó lo inesperado, una lesión la apartó de la justa y restituyó de golpe aquel principio de que: nada está escrito.
El 12 de abril, a poco más de tres meses del comienzo de los Juegos Olímpicos, la campeona de Tokio 2020 informó que había pasado por el quirófano del Centro clínico Madrid -un día antes- para tratar una lesión en el tendón de Aquiles, que sufrió durante sus entrenamientos.
La reina se mostró devastada y ofreció perdón porque, aunque no lo dijo, estaba consciente de que ella era la única certeza que tenía la delegación, era la única sobre la que no existían dudas. Estaba llamada a ser la primera atleta en la historia del país en ser dos veces campeona olímpica y la única, claro, que lo haría en dos ediciones consecutivas.
En ese momento Venezuela tenía 24 clasificados y había un sentimiento de decepción generalizado. Yulimar, siendo fiel a sus principios, a su irreverencia, y sabiendo que es una inspiración para millones, inició su rehabilitación a solo 13 días de su operación. Y la impotencia se transformó en una promesa: volver más fuerte.
Indirectamente, la siete veces campeona del mundo reforzó el compromiso de muchos de sus compatriotas. Pero no se conformó con eso, decidió abrir un programa de becas y asistir a 15 atletas: 10 clasificados y cinco en ruta, que a la postre se unieron a la delegación.
Venezuela premió su gallardía y la designó como su abanderada, brindándole la oportunidad de ir a París y vivir sus terceros Juegos Olímpicos consecutivos, claramente no como esperaba, pero sí con el firme compromiso de seguir motivando a millones, porque desistir no es una opción.
Notiespartano/líder