Verdad irrebatible, que sólo una escuálida porción del oficialismo, la que compone la claque gobernante, apenas, niega en público, pero conteste en sus conciencias que no solo están derrotados, por su gigantesco fracaso, sino que se está quedando sola porque parte gruesa de lo que antes fuese sólida mayoría, ahora está del lado correcto de la historia.
Entendieron finalmente el grave error que cometieron al haber confiado en quienes les prometieron villas y castillos y a la postre resultaron incapaces, irresponsables y culpables de hundir al país.
La revolución implantada con enorme respaldo popular no funcionó, salvo para proteger, asegurar y financiar una ideología extraña al sentimiento nacional que, con el correr de los años, se le fue viendo las costuras y generando el rechazo entre la masa que la estuvo apoyando.
Hay quienes piensan que hubiese cristalizado si su liderazgo antes que tratar de horadar el corazón del venezolano para meter a la fuerza el comunismo, que bien se sabe nada positivo ha logrado en donde hasta ahora ha gobernado, con todo el dinero del mundo que ha permitido se robaran pudo haber financiado la construcción de una nueva Venezuela.
Pero no fue así. Hoy en día, por causa y efecto de la irresponsabilidad, la desidia y la inexperiencia de los revolucionarios, está a pasos de situarse entre las más pobres del mundo.
Atada a China, Rusia, Irán y Turquía, mientras Cuba sigue desangrando su tesoro público de la manera más reprobable, Venezuela es, y se lamenta el decirlo, el trampolín, la puerta, el instrumento del comunismo y el islamismo al mismo tiempo en América Latina.
Asunto muy pernicioso que ya nadie puede refutar porque salta a la vista, con todas las graves implicaciones que tal constatación representa. Se nos colocó al filo de la espada.
Más pudo la entrega del país, de su soberanía y de su riqueza a la hoz, el martillo y a la media luna, que a los lineamientos del Padre de la Patria.
Ya el país cambió es también una verdad incuestionable. Son millones gritándole en la calle; pidiendo paz y libertad; exigiendo se le regrese el progreso y desarrollo paralizado; que se castigue la corrupción, las violaciones a la letra y al espíritu de nuestra Carta Magna; que de una vez por todas el régimen entienda y acepte que está equivocado; que sus políticas para levantar la economía, fracasaron; que sus programas de recuperación social no han dado frutos, por su ineficacia; que el gasto público ya resulta insoportable, por beneficiar tan sólo a una minúscula parte de la población dominante; que los salarios son miserables, que no alcanzan para alimentarse y comprar medicinas, pero de las arcas a cada rato se sacan millones de dólares para financiar toda clase de eventos y los viajes al exterior que se disimulan con la firma de acuerdos; que el territorio Esequibo lo perdimos; que la delincuencia sigue azotando bajo la insólita presencia del pranato.
“Ya el país cambió” fue la acertada afirmación que hiciera el joven portugueseño, avergonzado por la infame actitud de los colectivos que, junto a la policía, impedían el paso por la autopista de Los Llanos, a María Corina Machado, la segura ganadora no solo de la primaria del 22 de octubre sino las presidenciales, que se presumen sean el próximo año 2024.
Esa frase resume toda la rabia del venezolano de estos tiempos y constituye una clarinada. Es, asimismo, evidencia cruda de una realidad que se constata a diario en todas partes.
Demuestra que la pelea entre el bien y el mal la van ganando los buenos, los decentes, los honrados, los responsables, lo que quieren al país definitivamente.
Y acusa una vez más al régimen de utilizar la violencia, imposible de negar, impelido por el miedo a perder el gobierno, que lo deja sin privilegios y con juicios en marcha en los tribunales internacionales.
“Ya el país cambió” va a ser consigna en los días que faltan para el 22 de octubre, que, no surgida de algún aprovechado publicista, sino que, al igual que “Hasta el final”, salió del corazón del pueblo y fielmente retrata lo que es una verdad demoledora.
Porque infunde pánico entre quienes, perfectamente lo saben, han cometido tantos, pero tantos delitos, que los espera la justicia. Se deja en claro que no será caza de brujas, que no retaliación, que no venganza. Sencillamente, los nuevos tribunales aplicarán justicia y el culpable será juzgado.
A nadie, entonces, debe extrañar que ello ocurra en un país que será de nuevo libre, en el cual se respetará la ley y la ética, la moral regresarán a ser valores fundamentales.
Ya el país cambió y la dirigencia roja lo sabe. Por eso anda amenazando y, como fiera herida, lanza zarpazos. Es un pobre papel que protagoniza en el drama que él mismo generó y cree que, empleando los colectivos, detendrán la marcha victoriosa de María Corina Machado.
Les resultará imposible, sencillamente porque el cambio dignamente lo representa ella y su efecto tan poderoso y multiplicador se viene arraigando en el corazón de la mayoría nacional.
Por cierto, Maduro, libera a Jhon.
ÁngelCiroGuerrero