En ello no hay discusión. Todos los demócratas estamos claros, lo suficiente, para afirmarlo. Es el grito que se escucha en cualquier rincón del país que está viviendo bajo la presión de un totalitarismo cada vez creciente, feroz, dañino. El deseo de liberación se agiganta cada día.
Son millones ya los decididos, incluyendo a buena parte, de cuantía importante, que sin alharaca ya no creen rodilla en tierra en el comunismo, rancio, prehistórico, mentiroso y falaz, disfrazado de socialismo. En silencio, están abandonando las filas rojas, porque también anhelan ser libres.
Definitivo, sí. Se entiende perfectamente. Por lo tanto, se acepta: la libertad, en cualquier sentido está cosida a la piel de quienes la sienten, la defienden, la anhelan.
Es inherente a su manera de ser y nada se le opone. Muchos, en silencio, van armándose de voluntad para asegurarla y en esa decisión apuestan todo. Especialmente aquéllos que tienen comprometida el alma con la suerte del país y de su gente y, por la vía de la democracia, luchan por conseguirla. Asimismo, están los que, ayer creyentes, siguieron al mesías que, fallando en su intentona, llegó después con el voto ofreciendo revolución que, en dos décadas y media destruyó todo lo bueno que había en el país.
Nadie puede, ahora, negar que no se hubiese advertido lo que a Venezuela le ocurre. Bastaba con mirar lo sucedido en Cuba con la revolución castrista para imaginarlo.
Y los que así lo hicieron, responsablemente con la historia, pero pocos en ese tiempo de locura, a esta fecha lo admiten con el más crudo y amargo de los arrepentimientos.
Una mayoría, a cambio, deslumbrada por la ristra de promesas, desde “la creación de un hombre nuevo” a “la conversión de Venezuela en una patria socialista”, aplaudieron y, a la postre, frustrados, engañados y robados sus sueños, están regresando a la realidad que nunca imaginaron porque vivieron años de fantasía apoyando a los verdugos de su propio sufrimiento.
Son los que se vienen sumando para engrosar las multitudes que, en las calles, con fuerza, comienzan a reclamar la urgencia del cambio que el país precisa. Uno que les regrese a todos el anhelo de todos, la libertad.
Una libertad que ha estado subyugada, presa, humillada, objeto de las más viles maniobras para que no se logre, tarea infame de leguleyos y tarifados; de colectivos y de uniformados que reprimen, y de parlamentarios que apoyan todo en contra de los que piden que Venezuela sea libre, soberana y democrática.
Pues bien, llegó la hora de buscar ese cambio, de fortalecer ese grito, de concretar esa esperanza. Para lograrlo, uno solo es el camino. No el vericueto, no el atajo, no la trocha, sino el democrático, el civilista, el legal, que lo ampara, sostiene y promulga nuestra Carta Magna: el voto.
Los venezolanos no queremos otro distinto, para nada violento. Rechazamos a quienes piensan que un enfrentamiento hará posible que los que están se vayan. No más sangre derramada.
Queremos una victoria limpia, honorable, producto del esfuerzo y del sacrificio que significa destronarlos, no con las balas, sino con los votos, que nos merecerá el aplauso, el respaldo y la ayuda de la inmensa mayoría de los pueblos libres de la tierra.
Por eso creemos que, para estos tiempos oscuros, dolorosos, tristes, el voto es sinónimo de libertad. En esa postura, muy firme, está comprometida más de la tercera parte de la ciudadanía.
El resto, cuya dirigencia es también mínima, lo está pensando seriamente. Se sabe que, a lo interno, hay otra revolución en ciernes.
Es la que fomentan los desengañados, que ya dijimos, también quieren ser libres; quieren vivir en paz, quieren saber que el progreso y desarrollo les habrá de llegar en democracia porque, en un régimen como el que viven resulta imposible.
Ese deseo, también lo sienten, saben que podrán alcanzarlo por la vía del voto, a lo cual se han decidido, como los restantes millones de venezolanos que irán a votar el 22 de octubre primero, y después en las presidenciales del 2024.
Es una oportunidad extraordinaria la que se presenta en este momento histórico para la nación venezolana. Se posibilita derrotar electoralmente a quienes pretenden seguir atornillados al poder, sólo para beneficiarse del poder, pero no para poder hacer nada que resuelva la inmensa crisis que han generado por su incompetencia manifiesta.
Es, se insiste, la mejor salida para que Venezuela pueda regresar al lado correcto de la historia, no la del equivocado donde ha estado sumida desde el lejano 1998 sino que, a partir del año 2024, salvo que el régimen adelante la esperada elección presidencial, regrese la libertad.
Ese hecho, una realidad inalterable en este caso, tarea de todos, sin lugar a dudas, tendrá que darse ineludiblemente.
Serán tantos los votos, que a los tramposos no les quedará rendija alguna para introducir cualquier maniobra, manual o electrónica.
Porque los votos de la victoria democrática serán mayoría frente a los votos de la derrota socialista. Una verdad innegable.
Por cierto, ¡Liberen a John!