La Ciudad de Porlamar no solo perdió su identidad como pueblo desde que murieron los personajes más emblemáticos de esta tierra, sino que se hundió en la nada.
De aquella Ciudad Marinera de los techos rojos, con sus boulevares, su Mercado Viejo, su Museo Narváez, su Ronda y su Paseo Guaraguao como lo diseñó un arquitecto que soñó mundos inconclusos.
No había quedado nada de gestiones que solo cargaron sacos para llenar sus arcas en medio de la perversión política de enarbolar las banderas de “pónganme donde hay”.
Esa es la consigna política más utilizada por los habitantes de Porlamar hace medio siglo y donde fariseos de todo pelaje esquilmaron la oveja de pasos gigantes.
A Porlamar pareciera que se la tragaron las chiniguas del juicio final porque no se ve evolución por ningún lado y apenas la pared con las tapitas de colores símbolo del fracaso estrepitoso se exhibe ante la mirada de los margariteños.
La idea de llevar a las barriadas la cultura de las bibliotecas no le sirvió al anterior gobernante para hacer su modelo del fracaso-
Solo la Biblioteca Pública “Efraín Subero” ubicada en el Complejo Deportivo “Fray Elías Sendra” saca la cara por esa Porlamar que duele y donde las barriadas se pudren cada día a la espera de un cambio de mentalidad.
Si me preguntan cómo se construye el renacer de Porlamar es no solo dándole comida al pueblo, sino llevando para la lectura a las barriadas populares donde la gente revise libros y entiendan que no son prisioneros de la ignorancia por siempre.
No se ventila un cambio para la Ciudad Marinera y solo unos tipos limpiando avenidas y barriendo aceras creen que están construyendo una nueva Ciudad.
Pero no se le ve cambio a Porlamar y lejos de cambiar un incompetente por otros, nada novedoso se otea en el horizonte de una Ciudad a quien le cayó la maldición eterna.
Entre gerentes malos te veas y ninguna jugada olímpica se visualiza en un espacio que parece condenado a la mediocridad gerencial.
Ahora es que lo más cumbre de Porlamar es que ya los fracasados de ayer desean volver a buscar lo que quedó en la olla requemada por el aceite acumulado por montañas en su alma de Ciudad aniquilada.
Ahí quedó la herencia de una Ciudad que muere de pie ante los ojos de Campito, de Chuito Fernández, de Arturo Millán y de tantos porlamarenses que han sido testigos fieles de la minusvalía gerencial que hundió el desastre mariñense en la nada de bichos de uñas que en el tiempo perforaron las entrañas de una ciudad atrapada en sus propias locuras.
Tengo tiempo viendo las mismas idioteces de actos protocolares pomposos que solo le dejan a Porlamar la mentira envuelta en cachipo con reconocimientos a personalidades cosméticas que nada le dicen a la Ciudad Marinera.
En Porlamar parece que el Diablo tiró sus anclas para hacerse eco de la maldición de Morillo cuando a su paso dejó del olor a cenizas y la sangre regada por las calles porlamarenses.
Llegué a pensar que de Porlamar botarían de las nuevas generaciones unos super héroes que le cambiaran la estructura social y económica a este pueblo de emprendedores.
Y es que cuando muchachos vi brotar del corazón del Pueblo de la Mar a hombres y mujeres con alma de gigantes que harían de la Ciudad Marinera un modelo de la gobernanza.
Y es que nadie llegó a pensar que Porlamar se moriría a menguas al convertirse en el pueblo más calamitoso de la isla, donde la podredumbre de la pobreza se regó como abrojos por las calles abandonadas de esta Ciudad que hace muy poco era la envidia de muchas ciudades del Caribe.
Eso pasó ante los ojos de los políticos que desfalcaron a Porlamar hasta convertirla en tierra arrasada.
Se revolcaran en sus tumbas Antonio María Martínez, Napoleón Narváez, Ramón Vásquez Brito, Raimundo Verde Rojas, Rafael Salazar Brito, Rafael Villanueva Mata, Eleuterio Rosarios Campos, Víctor Aguilera González, Salvador Ernández, Pedro Navarro González, Adolfo Herrera Pinto, Pedro Rivero, Lino Gutiérrez, Pedro Celestino Vásquez, José Mario Salazar, Luis Castro, Francisco Carreño, Francisco Narváez, Ventura Gómez, Antonio Deffit Martínez, Inocente Carreño, Basilio Hernández, Francisco Nicolás Castillo, Ángel Félix Gómez, Hernán Hernández León, Iván Gómez, Erwin Murguey Marín, Tango Fernández, Alberto Bittar, Rafael Avila Vivas, Virgilio Avila Vivas y tantos otros baluartes de la Porlamaridad que han visto morir de pie a su Ciudad.
Pena debería darle a los porlamarenses con la memoria de nuestros intelectuales a quien le estamos entregando en el tiempo una Ciudad derruida por los malos gobernante.
De verdad ha sido triste para los integrantes del Club Progreso ver morir a menguas a su pueblo en medio de tantas calamidades que no han encontrado eco ni en gobernadores, ni en alcaldes y menos en sus concejales que permitieron el saqueo a Porlamar a plena luz del día.
Lo peor es que los que fueron abanderados de la Ciudad Marinera todavía quieren volver a seguir sembrando miserias en una Ciudad que nació para la grandeza y hoy es una muestra de la destrucción de un modelo arquitectónico convertido en ruinas.
Ya de Porlamar no va quedando nada y sus gobernantes no apuran el paso quedará convertida en cenizas.
Por eso cabe la pregunta y que han hecho los concejales de Porlamar en su tiempo de permanencia en las sillas municipales que no sea cobrar y formar parte de la conchupancia gubernamental.
Es que si alguien permitió que los alcaldes hicieran y destruyeran a la Ciudad Marinera fueron sus ediles que han debido levantar su voz para evitar que Porlamar muriera de pie ante los ojos de sus hijos, pues como dijo el poeta y escritor porlamarense Ángel Félix Gómez “Hemos culpado de esta crítica situación a los otros malditos, a los nuestros, a los que han abierto las manos para recibir los dineros de la traición a la identidad insular.
Pero jamás se nos ha ocurrido escarbar en el fondo de nosotros mismos, para ver que estamos haciendo.
No basta con llorar lo perdido. Tenemos que ver a través de ese llanto el por qué de lo perdido y en qué medida hemos contribuido a ello. Nos hemos ido por las cosas pequeñas”.
Encíclica/ManuelAvila


