En mi niñez escuché el tañir de las campanas cada día porque me correspondió hacer vida en la bodega de mi padre que quedaba a 40 metros del campanario de la Iglesia “Nuestra Señora del Pilar” de Los Robles. Cada mañana, cada mediodía y cada tarde el sonido de las campanas entraba a mi cerebro y daba vueltas en mis neuronas para decirme que esta sociedad injusta iba a durar toda la vida.
Ese sonido de las campanas de los pueblos anunciaba no solo los huracanes y ciclones que azotaron a los pueblos por centurias y que por mi lectura bíblica siempre asocié con el diluvio que convertía en tierras anegadas los pueblos del mundo. Por eso los badajazos sobre el hierro de e las campanas eran para los habitantes de los pueblos sonidos de esperanzas y de redención social. Y es que los pueblos pobres que sufren las inclemencias de las lluvias porque los techos de sus casas son de cartón, de zinc o de asbesto y otros de concha de coco no son los techos de las quintas, mansiones y residencias con techos forrados en materiales especiales para que la lluvia no perfore la tranquilidad de sus casas.
Por eso sonaban las campanas cuando Urbano, Pitoco, Chu Colorado o Daniela le ponían sabor a las cabuyas del campanario para dar esperanzas a los pueblos de que los temporales se alejaran a tiempo antes de causar destrozos en la población pobre. Eso sonidos mágicos levantados por los brazos poderosos de los campaneros eran bendiciones de Dios para mantener vivos los sueños de los pueblos del mundo. Me imagino que los que han vivido la experiencia de los sonidos de las campanas han terminado entendiendo lo que entendí yo que esas notas mágicas son parte de la esencia de la vida de los pueblos del mundo.
No puede haber pueblo sin campanario porque desde esa tribuna se llevan a cabo los anuncios celestiales que desde el cielo salen a los pueblos a escribir la historia de su propia gente. Un día amanecemos de fiesta con repiques acelerados que anuncian la fiesta del pueblo, otro día los repiques son lamentos de la muerte que anuncia muerte en el pueblo, otro día se anuncian ceremoniales religiosos y los días más trágicos se alerta a la gente de la llegada de vientos huracanados que azotaran al pueblo y que le dan aviso a la gente que debe resguardarse porque hay un peligro inminente.
Desde un tiempo para acá ya los sonidos de las campanas ni se escuchan porque sería necesario avisar que llegaron las bolsas de la miseria, las bombonas de la tristeza y cualquier regalo revolucionario que avise sobre los paliativos al hambre que sufren estos pueblos latinoamericanos.
Ya casi no suenan las campanas en mi pueblo porque se vienen muriendo de a poquito los jeques de los campanarios y solo quedan recuerdos costumbristas del paso de los soñadores que a cuenta de nada sacudían cada día a nuestros pueblos para alertarlos de la llegada del sonido a los tímpanos de los pobladores de nuestros pueblos.
Esa experiencia inigualable de escuchar los sonidos armoniosos de las campanas de mi pueblo solo las recuerdo a distancia en una especie de ritual que solo los vecinos pueden disfrutar a placer porque el único requisito es estar a pocos pasos de una iglesia. Y si partimos del principio de los esfuerzos que costó conseguir las campanas de mi pueblo entramos a los predios de la historia cuando un cura de Trinidad que vio la solidaridad de los robleros con un muerto de apellido Calderín por un accidente en un campo petrolero se acercó a los oriundos de esta tierra para ofrecerle una campana que tenía bajo su custodia.
Y ese Calderín que a lo mejor era familia de Licho Pinguita o de Maraca de Yaque mi compadre Chuito o de Delia, de Gabino el nuevo revolucionario o de Juan Calderín el Hacedor de judas de Los Robles, fue el causante que llegara la campana a Los Robles, otros dicen que fue Juana la Loca la que envió a Los Robles una campana de bronce junto a La Pilarica de plata dorada.
También hay otra versión que señala que fueron unos pescadores robleros de esos que iban a faenar a otros mares que habiendo escuchado el sonido de las campanas en los pueblos del mundo se pusieron de acuerdo para pagar los favores a la Virgen del Pilar por tan buena pesca con una campana para su pueblo. De la historia de esas campanas se han tejido historietas variadas que forman parte de las leyendas de Los Robles y su historia de sonidos.
Lo cierto esas campanas que ahora toca la prima Flor la de Daniela que es la última mohicana del campanario y a lo mejor estoy desactualizado y alguien del entorno de Facundo o de Pepa Salcedo ahora el nuevo tocador de campanas.
Por lo menos yo tengo mucho tiempo sin escuchar las campanas de mi pueblo las mismas que tocó Carlitos “El Pelúo” Salcedo una noche bajo la emoción de un triunfo de Los Tiburones de La Guaira o que años atrás Matías Guerra con cuatro palos encima en un acto de celebración le dio un mandarriazo para mostrar al pueblo su alegría y esa creo es la misma campana de la historia de Juana la Loca que hace años reposa en La Asunción por órdenes de algún mandatario eclesiástico que ordenó su traslado a la capital del estado, pues así funcionaban los prelados que daban órdenes y todo el mundo obedecía sin rechistar.
Con esas historias encontramos a Los Robles sin campaneros que griten y canten canciones de cuna para despertar a la gente ante la ola de pobreza que sacude a los pueblos del mundo. Y es que muchos cosmetólogos de esos que muestran el pecho cada vez que hay un sarao pueblerino y que se empinan en la punta de los pies para mostrar un aire de titiriteros del circo y nada hacen para pegar cuatro gritos que se escuchen en los linderos del Pozo el Toco o que remonten el Cerro de La Ermita para ver si con esa energía se pone fin a una revolución que solo de hambre plagó los pueblos insulares.
ManuelAvila