La crónica seguirá siendo una bicefalía entre el periodismo y el historiador y es una realidad que no hay historia sin cronistas y no hay cronistas sin historia. Hacer una crónica no resulta nada fácil porque es necesario manejar elementos de la historia y de la verdad que deben estar fundamentados en datos, elementos y muestras que le den valor a lo que está plasmando en el papel o en la palabra oral. El cronista que construye estos textos en los cuales pone en juego su capacidad para narrar es parte de las vivencias del mundo, de las acciones de los personajes y de lo que ocurre en cada sociedad porque alguien debe custodiar la historia de los hombres del mundo.
La habilidad para escribir y los conocimientos se funden en una sola pieza para llevar un mensaje a toda una colectividad que ha ido perdiendo el amor por la lectura y va más allá porque también se niega a escuchar o a ver planteamientos que no le interesan porque el ser humano se viene diluyéndose entre el ser y el no ser.
Nada fácil es encontrar la fórmula para captar lectores porque la gente viene dejando de a poquito esa costumbre de leer para formarse y para convertir su cerebro en una cantera del conocimiento. Corresponde no solo a los cronistas, sino a los escritores de novela, cuentos, obras dramáticas y a los mismos periodistas y educadores la tarea de atrapar lectores para contribuir al proceso de formación de una sociedad. De lo contrario la sociedad enmudece para siempre y eso viene ocurriendo en nuestros pueblos desde que la escuela dejó de ser escuela para convertirse en una cantera de mutantes.
La lucha contra la tecnología que presenta variantes de la inmediatez como los teléfonos inteligentes, las tablets y los televisores inteligentes no es nada fácil porque los que defendemos el libro como instrumento de formación hemos quedado relegados a un segundo plano en una lucha dispareja que le da ventajas a Google contra los defensores del libro físico o digital. Y los que andamos metidos en esa lucha de salvar al ser humano de las fauces de la idiotización hemos cabalgado en ese mundo silencioso que devora conciencias y maniata cerebros hasta el extremo de que nuestra historia se pierde en las pinceladas mecánicas de un mundo globalizado.
Esa lucha también es de los cronistas que no solo son custodios de la historia pasada y reciente, sino que deben trabajar en la búsqueda de una fórmula mágica que le permita a los estudiantes y ciudadanos de esta sociedad volver a la lectura de los textos y a la consulta en las bibliotecas para luchar contra el monstruo tecnológico que le pone al estudiante en sus manos muchas posibilidades de consultar sus investigaciones sin grandes esfuerzos. Eso parece no ser entendido por muchos que solo sueñan con publicar libros o contar historietas de cosa inútiles que solo abomban conciertos de los idiotesco y que no representan nada trascendente. Y lo peor es que los mismos colegas juegan a la terquedad de no decir nada para salvar al país, sino de repetir como loros viejas historias que ya han sido repesadas por los siglos.
Mientras avanza la tecnología con la inteligencia artificial como último eslabón de la cadena, los libros ocupan rincones olvidados que en otras naciones de avanzada tecnológica le están dando espacio de nuevo a los libros que han recuperado sus lugares porque según estudios especializados volverán a ocupar de nuevo la relevancia que tuvo en el pasado. Es por esa razón que los cronistas, los educadores y los periodistas tendrán de nuevo el protagonismo de otros tiempos cuando en esas naciones de avanzada se está dando un toque de diana para que los estudiantes regresen al manoseo de los libros y a considerar la lectura y la escritura como baluartes de la construcción de una sociedad de avanzada. Que vuelva el libro a florecer es un logro importante para los nuevos tiempos por venir y obliga a los protagonistas de la custodia de la historia a utilizar técnicas que permitan utilizar gráficas, fotos e ilustraciones para hacer más amena la lectura.
Corresponde a los cronistas adaptarse a los nuevos momentos que vive el hombre de esta era y a participar de la defensa de los bienes patrimoniales porque hemos visto caer monumentos, obras, edificaciones y el olvido de los protagonistas de nuestra historia, de la música, del arte, del deporte y de la vida en general. Por eso es es importante resaltar y valorar nuestra identidad con el equilibrio de la verdad y no con las visiones cosméticas de instituciones que aparecen como fantasmas de la nada para enarbolar las banderas de la mentira y la proyección de elementos fabulados que hacen de nuestra historia un rosario de falsedades y fábulas de lo humano.
Ganar espacios para la crónica pasa por presentar una estrategia que haga reventar los diques de una sociedad que ha subvalorado a los cronistas hasta condenarlos al olvido y someterlos a la peor tragedia de los hombres como es ignorarlos. Por eso las instituciones que se ocupan de la historia y sus razones deben unirse en una especie de cruzada por elevar el prestigio de quienes se vienen ocupando por centurias de mantener viva la llama de la historia de los pueblos.
Y eso mismo ha ocurrido con los educadores condenados al olvido y a formar parte de la nada nacional, pues es evidente que mantener a los docentes acorralados en la burbuja de sueldos miserables que no le permiten comprar vestimentas para ir al aula con la presencia de un ductor de juventudes, o alimentarse con nutrientes para tener un cerebro sano o para comprar libros que fortalezcan su intelecto y lo más complejo es adquirir equipos de computación para ponerse en sintonía con el mundo. Eso no ocurre en un país donde el docente es parta de la nada del conocimiento y solo eso.
Pretender convertir a los cronistas en simples cuenta cuentos y fabricantes de discursos a la orden de los políticos de turno es un error garrafal de una sociedad que se viene quedando rezagada por no conocer siquiera su propia historia y eso da pie a la perdida y muerte de la identidad que se nos va de las manos hasta convertir nuestros pueblos en tierra de nadie.
Por eso aquel intento de sembrar las escuelas con las huellas de nuestra historia al crear la Cátedra de Historia Regional teniendo a los maestros como colaboradores inmediatos para llevar esos conocimientos a la escuela y por consiguiente a los hogares, tenía como objetivo fundamental que la historia se sembrara en el corazón de cada ciudadano. Pero los nuevos fabricantes de historietas que pretendieron borrar los acontecimientos independentistas y las hazañas de nuestros antepasados consiguieron una muralla de piedra porque con consignas políticas no es posible sustituir las actuaciones de los protagonistas de nuestra libertad.
Esa tarea de elevar los conceptos de lo nuestro requiere de mucho esfuerzo colectivo para garantizar que la historia nuestra no será borrada tan fácil por los nuevos conquistadores. Y hemos visto muestras en esta Ciudad maltratada a la cual le cayó la peste negra cuando le pintaron de zapolín verde sus bustos y estatuas, cuando le cambiaron el nombre a sus calles, cuando le destruyeron el Paseo Vargas Machuca sin ton, ni son y cuando la misma gente abusa de los espacios públicos poniéndole antifaces y pañuelos a los bustos de los héroes patrios. Y esos abusos no reciben ningún castigo y el mismo pueblo celebra estos actos vandálicos que representan la burla y el abuso de los nuevos protagonistas del ron y la droga.
A eso estamos expuestos los custodios de la historia y por esa razón hay que formar un ejército de defensores del saber y la identidad que unidos en un solo equipo fortalezcan ese legado dejado por los hombres y mujeres que hicieron posible tener una nación con ideales de libertad. Nada aportan los caprichos personalistas y los sueños de egos encumbrados que no terminan de entender que los espacios no son eternos y que las sociedades cambian a sus protagonistas para ir dando espacios a los hombres y mujeres valiosos de una sociedad.
Dejar los egos guardados en los baúles y closets es parte de la dinámica de una sociedad que no puede obedecer a caprichos enfermizos que hacen aparecer instituciones con nombres y apellidos que se manejan al estilo unipersonal y que sus decisiones solo benefician a los cazadores de trofeos.
Cuando superemos esa costumbre enfermiza de ponerle sellos y etiquetas a los cargos volveremos a tener la unidad de criterio para dar la lucha por la historia y la identidad sin máscaras y sin antifaces que solo ocultan las ambiciones milenarias de cazadores de trofeos y condecoraciones.
Volver a la historia con el alma encendida por la defensa de lo nuestro es lo más importante en estos tiempos cuando el país se vuelve polvo cósmico en nuestros propios ojos y donde cada quien agarró su chinchorro y se guindó a dormir como si no estuviera pasando en una nación donde el hambre se cocina a fuego lento solo con el propósito de jugar a la anti historia para tejer crinejas de egos desteñidos.
Estamos llegando al tiempo que los cronistas van desapareciendo y solo van quedando hojas amarillas y chamuscadas por el paso de los años y hasta los cargos van quedando desiertos porque la gente va dejando de escribir hasta el punto que tenemos cronistas que no escriben, ni aportan ideas, ni mucho menos se ocupan de mantener viva la llama de la historia y solo se dedican a soñar con enanitos de colores o con el regreso de Blanca Nieves o Pinocho a la tarima del humor,
Eso son los mismos que dejaron atrás su responsabilidad con la custodia del conocimiento para utilizar trajes de personalidades difusas que cantan, dramatizan, venden ilusiones y se inventan charadas humorísticas para enaltecer su ego enfermizo. De eso se trata de frenar a los cazadores de fortuna que encontraron en la crónica una fórmula mágica para hacerse de un dinero fácil o de una imagen sacrosanta del no ser del cronista.
Ese cronista que rompió los libros de los postulados de la historia para buscar lugares del humorismo y la chanza caricaturesca es un símbolo de la nada creativa que hace ver a los hombres como integrantes de un circo donde las verdades amargas se cuecen a fuego lento en medio del temporal que arrasa con nuestras instituciones.
Aquí ya no estamos a tiempo para ser fabricantes de esas instituciones que solo buscan escenarios cosméticos para tratar de elevarse como dioses con capas y jerigonzas ininteligibles que construyen mutantes disfrazados de cronistas y lo que es peor la creación de legiones de señores que le mienten hasta a su propia gente. Pero lo peor es que los malos se unen para armar saraos que terminan siendo solo conciliábulos de rezanderos sin escapulario y sin oraciones.
Por eso el oficio de cronista se ha ido convirtiendo en megalómanos que solo escarban en la historia para darse baños de agua de rosas ante una sociedad que se hastió de tanta mentira inventada para tratar de impresionar con catequesis de lo meramente utópico. Esa es la realidad del cronista de los nuevos tiempos que después que vio la reconstrucción de la historia de los pueblos insulares, terminaron haciendo picadillo las investigaciones realizadas por los precursores de la historia insular.
No es cuestión de magnificar el trabajo de los cronistas, sino de hacer entender a los ciudadanos que ese trabajo de macerar los acontecimientos y acciones realizados por los hombres se realiza a punta de sacrificios y usando el tiempo como factor importante para archivar documentos y analizar los acontecimientos que forman parte de esa realidad mancillada por los inventores de baratijas historicistas, pues como dijo el escritor Ángel Félix Gómez “No hemos tenido el valor suficiente para reconocer que nos hemos entregado. Es la única y dolorosa verdad. Aquí nadie nos ha reconquistado, somos nosotros los que nos hemos derrotado por deteriorar los que teníamos”.


