
Raúl Leoni. De verdad lo fue. Y nadie puede cuestionar lo que forma parte de la historia contemporánea de la república. El que lo dude es porque desconoce a plenitud la realidad nacional y el que lo niega sencillamente se empeña en luchar contra la corriente, tapar la luz del sol con un dedo o caminar de espaldas. La vida y obra de este venezolano integral, no exhaustivamente analizada, es ejemplar en todo sentido.
Fue Raúl Leoni un demócrata a carta cabal y hombre de una sola pieza, fiel a la palabra empeñada y de corazón abierto, grande por lo demás, para albergar mucho amor por sus semejantes y nunca resentimiento por nada ni por nadie. Valiente, desde muchacho dejó al descubierto una recia personalidad que, sin embargo, la escondía muy bien su natural bonhomía.
Su trato era cordial, sin poner distancia con su interlocutor, pero eso sí de mucho respeto, de acuerdo a como lo describieron sus amigos de la infancia, de juventud y de luchas que fueron muchas las emprendidas por este guayanés, nacido en El Manteco, que hizo de su vida un apostolado y que le entregó al país, sin pedirle nada a cambio y que la democracia, traducida en libertad, y esa libertad en progreso le deben, en cuantía gigantesca, lo que Raúl Leoni le entregara a Venezuela.
Desde los bancos de la escuela y los pupitres del liceo hasta la universidad y en la vía pública, su tránsito por este mundo estuvo siempre apegado por demostraciones de bondad con la gente, de disposición enorme para la brega, con la firmeza del convencido que va al frente, de primero en la vanguardia, a ganar la batalla. Su certeza en el análisis dio pie para que los jóvenes del 28, con el pretexto de coronar a su Majestad Beatriz Primera, se lanzaran a la calle con su “!Sacalapatalajá!”, trabalenguas-consigna, voz de pueblo en garganta juvenil, llamando al despertar de un país sumido en la modorra que a veces ocasiona el miedo a la dictadura que asesinaba a diestra y siniestra a sus opositores.
Fue Raúl Leoni, como presidente de una de una generación de estudiantes que prefirieron el cepo, los grillos, la cárcel y el destierro, quien marcó el camino y dijo que más allá del primer árbol estaba la luz y hacia ella marcharon valientemente todos, que lo fue un país entero, para convertirse al final en los pioneros en el encuentro, la promoción y defensa de la democracia, aun en ciernes, que palpitando de verdad en el corazón de aquella generación que cubrían con boinas el pelo alborotado en donde se enredaban las ideas libertarias.
Tuvo Raúl Leoni en esos primeros años visión para escoger, recomendar y liderar que la senda mejor hacia la democracia era la única vía posible para dejar atrás la Venezuela que Gómez había convertido en su hacienda particular; consejo que le escucharon sus condiscípulos del viejo claustro de la Universidad entonces situada en la esquina de Sociedad, y que tuvieron junto a Leoni, a Rómulo Betancourt y Jóvito Villalba, por mencionar apenas dos grandes de los verdaderos conductores de esas jornadas heroicas de las cuales provino, años más tarde, la definitoria aceptación popular de la democracia como sistema de gobierno para Venezuela.
Fue Raúl Leoni, nos place afirmarlo, un líder nato que supo, sin redoble de tambores ni fuegos artificiales, ir construyendo patria. Y lo hizo con verdadero acento social indiscutible, con la responsabilidad que debe tener en todo y para todo un dirigente y un gerente a quien el propio pueblo le ha encargado nada menos que la construcción de un nuevo país. Un país que venía, paso a paso, progresando, porque si bien el presidente Betancourt inició el proceso de modernización de Venezuela, y su partido AD el que impulsara hasta alcanzar las reformas más importantes, centrales, positivas y revolucionarias que en nuestro país nunca antes se habían dado, correspondió al presidente Leoni concretar esos cambios y llevar a cabo la construcción de obras fundamentales.
Raúl Leoni, del cual fuimos su reportero en el Palacio de Miraflores, y el ministro de Obras Públicas, Leopoldo Sucre Figarella, -con quien luego desempeñamos el cargo de jefe de prensa, en el viejo MOP y después en el nuevo MTC-, quienes cruzaran la geografía nacional entrte otras obras, la mejor red de carreteras, autopistas, avenidas y puentes, de toda Latinoamérica; embalses y represas; destacando Guri; viviendas rurales y urbanas; acueductos; red eléctrica; escuelas y liceos, tan bien construidas que todavía están en servicio.
Pero también fue Leoni un defensor de la democracia, que no le tembló la mano para dar combate a una subversión, extremista en todo sentido, que se alzó en la ciudad y en la montaña y fue cruda, ruda y dura en su enfrentamiento con la ley, tratando de imponer lo que los venezolanos rechazaban: el comunismo como sistema de gobierno.
La historia, que juzga imparcial todo hecho llevado a cabo por los hombres, no esconde secretos. Leoni defendió, porque tenía que defenderlas, la paz, la libertad y la democracia. Los que le adversaron sabían que iban a la guerra. Y resultaron derrotados, la democracia salva y el país pudo proseguir su ruta hacia el futuro.
Raúl Leoni gobernó con absoluta imparcialidad y bien conocida fue su postura en tal sentido, al extremo que algunos de sus propios compañeros de partido le recriminaron algún olvido. “Vine a gobernar para todos”, fue la respuesta, “no para un grupo, así sean los míos”, les advirtió. Su gobierno, para muchos de transición, destacó por la tolerancia, aun cuando se combatía, arriba se dice, para preservar la paz y la libertad. Fue un gran gobierno el suyo, porque pesó más lo social que lo político y hubo, hay que admitirlo, mucho progreso en todos los órdenes.
Una pléyade de hombres, a los cuales no dividía para el trabajo mancomunado a favor del pueblo el signo ideológico democrático. A un Egaña, Pérez Guerrero y Pérez Díaz, igual daban lustre al ejercicio de gobierno un Pérez Alfonso y Pedro Segnini La Cruz, y militares en todo el sentido de la palabra, y de honda convicción democrática, como Briceño Linares. Fue el de Leoni un gabinete de hombres cultos, de venezolanos a quienes realmente preocupaba la surte del país, repito, entonces construyéndose.
Gente que fue a servir y no a servirse; que tenían de presidente a un hombre sabio, generoso, prudente, razonable, responsable, modesto, honrado, respetuoso, a quien el peso del gobierno no agobiaba sino por el temor a no poder hacer mucho con lo poco que tenía; aunque los venezolanos de su tiempo comprobaran que sí lo hacía y todo de manera transparente.
Dejó Raúl Leoni en el gobierno de la república -sí, la cuarta, que fue la constructora, reitero una y mil veces, de la Venezuela moderna, que vivió etapas de transición y de crecimiento- muestra suficiente de cómo gobernar, hasta que la democracia fue quedando en manos que no supieron manejarla e hicieron posible que llegara, en la madrugada, como siempre, el intento de golpe que terminó de fracturar hasta el sol de hoy.
Hablar de Raúl Leoni, escribir del recordado Presidente que mejor ha interpretado el sentimiento popular -no sobre la base de un populismo vergonzante ni tampoco montado en una demagogia humillante, como sucede ahora, sino enraizado en lo humano-, es sentirse satisfecho de haber conocido, y trabajado al lado de esta clase de venezolanos.
Vaya mi recuerdo para Raúl Leoni, unido siempre a Doña Menca, una y otra cara de la Venezuela que juntos amaron como nadie. Ella, la inolvidable Gran Primera Dama, a la que todavía quiere el pueblo; y al querido presidente bueno que, a su muerte, lo lloró toda Venezuela. Mi saludo a sus hijos, con el cariño de siempre.
ÁngelCiroGuerrero