Mientras la sombra del cambio climático crece y oscurece el futuro de la humanidad, nos vemos en la necesidad urgente de poner fin a sus consecuencias. Los gases de efecto invernadero como el dióxido de carbono o el metano siguen acumulándose en la atmósfera, atrapando cada vez más energía, calentando el planeta. La comunidad científica sigue explorando soluciones innovadoras que consigan poner frente al gran desafío que nos espera. Una nueva propuesta de geoingeniería nos lleva a reimaginar los conceptos más básicos: color una sombrilla gigantesca en el espacio. Esta idea no es nueva, pero sí el enfoque de un nuevo estudio que podría hacerla mucho más factible.
La geoingeniería consiste en una serie creciente de propuestas que podrían modificar alguna de las características físicas de la Tierra. Concretamente nos interesa reducir la cantidad de luz solar que alcanza la superficie terrestre, para así disminuir la cantidad de energía absorbida por la atmósfera. Las propuestas más tradicionales suelen contemplar la introducción de partículas o compuestos químicos de diferente naturaleza. Estos bloquearán directamente la luz solar o favorecerán la formación de nubes, con el mismo efecto. Otro método pretende aumentar la cantidad de luz que nuestro planeta refleja al espacio, utilizando por ejemplo pintura blanca para cubrir gran parte de nuestras ciudades. Otra opción más ambiciosa es la de impedir que dicha luz alcance la Tierra en primer lugar, colocando algún tipo de parasol entre la estrella y el planeta. Hasta ahora estas propuestas requerían de estructuras extremadamente pesadas o complejas, inviables con la tecnología actual, pero un nuevo estudio propone utilizar una gran “tela” anclada a un asteroide para ahorrar en costes consiguiendo el mismo efecto.
Representación artística de la estructura propuesta. Foto: PNAS I. Szapudi
Cualquier dispositivo de este tipo deberá situarse entre los dos astros. Un lugar perfecto para ello es el conocido como punto 1 de Lagrange, que es el lugar donde la fuerza gravitatoria del Sol y la Tierra se equilibran. Cualquier objeto situado allí completará una órbita en exactamente el mismo tiempo que la Tierra, permaneciendo siempre a la misma distancia. El problema está en que dicho punto es inestable, por lo que cualquier mínima perturbación sacará de allí al objeto que lo ocupe. Además, si desplegamos un objeto de tamaño suficiente como para bloquear una porción apreciable de la radiación solar, se verá afectado por la presión ejercida por la luz y el viento solar. Esto establece una masa mínima (o una densidad mínima) para esta estructura.
Con la opción de utilizar un tejido muy ligero anclado de alguna forma a un asteroide podemos reducir la masa lanzada desde la Tierra manteniendo la masa total del dispositivo. Aún así el autor del estudio, el investigador István Szapudi de la Universidad de Hawaii, estima que la masa a lanzar desde la Tierra sería de unas 35 000 toneladas. Aunque esta masa solo supondría entorno al 1 % de la masa total del parasol cósmico, es aproximadamente el doble de la masa en órbita alrededor de la Tierra con origen humano. Para llevarla a órbita serían necesarios cientos de lanzamientos dedicados únicamente a este proyecto.
Sarah Romero
El año 2022 fue el año con más lanzamientos exitosos al espacio, con 178 lanzamientos en total. A ese ritmo, deberían destinarse los lanzamientos de al menos 3 años completos únicamente para poner esta estructura en el espacio. Más tarde sería necesario transportar dicha masa al punto de Lagrange L1, situado a unos 1’5 millones de kilómetros de la Tierra, y ensamblar la estructura. Esto significa simplemente que, actualmente, este proyecto sería inviable. También hará falta desviar un asteroide suficientemente masivo de su órbita para situarlo, controladamente, cerca de este mismo punto de Lagrange. Esto es algo que jamás se ha hecho. Lo más cerca que hemos llegado de redirigir un asteroide es cambiar ligeramente la órbita del satélite Dimorfos alrededor del asteroide Didymos.
Por si esto no fuera suficiente, desconocemos cómo respondería un asteroide a un estrés así. Los asteroides en general no son rocas de gran tamaño flotando en el espacio, sino que se parecen más a grandes montones de arenas o a pilas de escombros que se mantienen unidas por su propia gravedad. Por tanto si ancláramos cables de miles de kilómetros de longitud sujetando una tela gigantesca y de miles de toneladas de masa, perfectamente podrían desmembrarse y romperse en incontables pedazos.
Si todas estas dificultades lograran superarse y se construyera un parasol que bloqueara un 1’7 % de toda la radiación solar, esto sería en principio suficiente para mitigar los efectos del cambio climático y reducir la temperatura del planeta en más de 1 ºC. En el mismo estudio se comenta que durante la Pequeña Edad de Hielo, que se vivió durante la Edad Moderna, el flujo solar disminuyó en apenas un 0’24 %, pero esto trajo consigo un enfriamiento del planeta de unos 0’6 ºC.
Aunque las diferentes formas de geoingeniería vayan cobrando fuerza y volviéndose cada vez más factibles, la solución robusta y duradera al cambio climático requiere ineludiblemente que reduzcamos nuestras emisiones de dióxido de carbono, principalmente, y de otros gases de efecto invernadero. En última instancia, la solución que encontremos, si es que logramos encontrarla, será una combinación de cien soluciones diferentes, pero todas ellas deben venir de un cambio social, más que de un proyecto loco de científicos e ingenieros.