Una de las costumbres más arraigadas en todo el mundo, es llevar flores a los cementerios, esto se hace como un acto ceremonial de honrar al difunto pero ¿cuál es realmente el propósito? Algunos creen que es una estrategia de la industria de la floristería, pero en realidad es una tradición que tiene más de 13 mil años.
Los grandes entierros egipcios
Los egipcios eran una de las comunidades que mejor trataba a sus difuntos, específicamente a los faraones. Además de bañar los cuerpos en aceites y perfumes, enterrarlos junto a sus objetos favoritos y otra cantidad de rituales ceremoniales, los enterraban con plantas y flores aromáticas, que simbolizaban la belleza del ciclo de la vida y el renacer del cuerpo.
Algunos historiadores presumen, que los egipcios hacían toda clase de rituales para evitar que sus difuntos se molestaran y decidieran arrastrarlos al mundo de los muertos, las flores jugaban un papel fundamental porque adornaban las tumbas y las hacían ver más vistosas.
Una costumbre ancestral
El primer registro de una tumba decorada con flores data de hace 13.000 años en Israel, donde un grupo de arqueólogos descubrió restos de plantas aromáticas y florales en los alrededores de lo que para el momento era un “cementerio”.
En la antigüedad, los muertos se mantenían en las casas de 3 a 4 días mientras las familias se preparaban para despedirlos, como era imposible frenar la descomposición del cuerpo, se adornaban con flores aromáticas que disimularan los olores que desprendían los cuerpos.
Un consuelo para las familias
Los cementerios son conocidos por ser lugares tenebrosos y nada agradables, Alfonso García un antropólogo especialista en “cuidados al final de la vida” de la Universidad de La Laguna en Canarias, explica que las flores además de aligerar el ambiente lúgubre del cementerio “reivindican vital y moralmente” a los familiares.
Ana Frank escribió en su diario su propia versión de el por qué se llevan flores a los cementerios: «Los muertos reciben más flores que los vivos, porque el remordimiento es más fuerte que la gratitud.»