Un rápido análisis lo indica y otro a fondo lo confirma. Es cierto, la llamada revolución que Chávez primero, y Maduro después, trataron de imponer, ha fracasado. Hay testigos de esta afirmación: Más de treinta millones de venezolanos pueden rendir testimonio.
El país, en menos de dos décadas y media, antes de avanzar retrocedió en lo económico, en lo social y en lo político. Nadie puede negarlo. Incluso los ahora escuálidos oficialistas lo reconocen, pero a lo interno.
Por miedo a que los siquitrille Diosdado y pierdan lo que han atesorado, es decir toda clase de privilegios. Me refiero a los de la alta nómina de serviles porque los de la baja, al igual que el resto del pueblo, están pasando las de Caín en todo sentido.
Nunca antes, la república confronta una situación tan terrible como la que se vive en este remedo de revolución que llegó, es la verdad, anunciando entre otras maravillas, que Venezuela sería libre y soberana, que habría paz, progreso, desarrollo; que los niños de la calle serían en adelante los niños de la patria, los hijos de Chávez, que tendrían, a su favor la ayuda del Estado, y ya cercanos a los veinte años, aún la están esperando.
Anunciaron, como locutor de feria, toda clase de promesas. Desde convertirla en potencia, porque según los revolucionarios Venezuela estaba en el foso y, sucedió el milagro: una a una se fueron paralizando las empresas básicas; la siempre compleja administración del Estado terminó siendo un gigantesco ovillo impenetrable para la justicia, pero no para la corrupción.
Un solo ejemplo: los servicios públicos dejaron de serlo pues, si a ver vamos, ninguno sirve. La luz se va a cada rato, porque desde que asumieron el gobierno, allá por 1998, la democracia les dejó en caja dinero suficiente para, con proyectos en la mano, iniciaran lo correspondiente al mantenimiento del Sistema Eléctrico del Guri. No lo hicieron y, a esta fecha, nadie sabe con certeza dónde están los reales.
Dijeron que construirían una red ferroviaria nacional, pero a alguien le dieron 7.500.000.000 millones de dólares para un solo tren que, a la fecha, no ha aparecido ni el caballo de hierro ni menos los reales.
Tampoco tomaron las previsiones del caso, en materia de embalses, represas y acueductos, que la democracia les dejó funcionando por lo que, a estas alturas, el problema del agua es grave en todas partes.
Corrieron con la suerte de obtener la mayor suma que nunca antes recibiera la nación por concepto del aumento de los precios del petróleo, pero a Pdvsa la convirtieron en la caja chica para sufragar toda clase de latrocinios.
Tareck el Aissami, cómodo en Fuerte Tiuna, puede afirmar si es cierto o no lo que todo el mundo sabe.
En materia de Salud, ni hablar, pues la gente sigue muriendo por falta de atención. Y no es mentira: la pensión apenas llega a los 150 bolívares mensuales y el costo del Losartán, por mencionar un solo medicamento, sobrepasa los 3 dólares.
La bolsa del Clap cada vez es más cara y trae menos alimentos. La seguridad de las personas y sus bienes sigue ausente, mientras se “estiran” los “trenes”, tan largos, tan largos son sus vagones que ya llegaron a Chile.
Y lo más triste: entregaron El Esequibo a Guyana y, bajo el control total de Cuba, a nuestro país a Rusia, China, Irán, Turquía. Bielorrusia y a los árabes. Imperdonable. Pero ellos juran que no son traidores a la Patria.
Niegan los éxitos de la democracia porque no pueden ni siquiera imitarlos, pero sí aprovecharlos. Tanto que fue por esa única vía, porque como golpistas no pudieron, que arribaron al poder.
Niegan que su revolución haya fracasado, porque nada innovó, salvo en abrirle las puertas al odio, al resentimiento, a la envidia, a la corrupción en todo y para todo.
Larga, larguísima la lista de las promesas incumplidas, que pudieron hacerlas realidad, pero la desidia, la irresponsabilidad y falta de sensibilidad se los impidió.
No gobernaron, a cambio perdieron el tiempo. El país esperaba que su revolución les cumpliera, y no fue así Todo estuvo, y está, dirigido a profundizar, sin éxito, su ideología que, definitivamente, a la inmensa mayoría de venezolanos no convence; a gastar el dinero del tesoro nacional, que ellos hicieron suyo, en marchas y contramarchas, repartiendo plata a diestra y siniestra en la alocada búsqueda de apoyos dentro y fuera del país, olvidando que el hambre y la pobreza crecía, que la nación se resquebrajaba; que se hacía cada vez más pobre y rodaba peligrosamente hacia el barranco, de donde hasta el día de hoy no la han podido sacar, por más que digan que “Venezuela se está arreglando”.
Una revolución, que se sepa, cambia a una nación. Y eso fue cierto; Venezuela, de país admirado y envidiado por todos, ahora es objeto de compasión y tristeza.
Una revolución llega para mejorar, la de Chávez y Maduro hizo todo lo contrario. Ellos, sus dos reyes Midas al revés, sencillamente no sirvieron. En suma, involuciona, se trastoca, revolvió, desordenó, enmarañó, perturbó, aturdió, desquició y torció el rumbo pues ofreció más democracia y nos dio totalitarismo. Esa es la verdad.
¡Ah! Y que no vuelva a ocurrir lo de “El Cambiarito”, población de Portuguesa, donde un grupo de vecinos, para celebrar el avance de la candidatura de María Corina Machado, organizaron un torneo de bolas criollas. Estando en pleno juego, llegó la policía y lo suspendió “por estar fuera de ley”, según dijo el sargento que mandaba el piquete.
Para eso sí sirve la revolución…
ÁngelCiroGuerrero