Ni todas las plantas ni todas las hierbas, por el hecho de ser naturales, sirven para prevenir o curar enfermedades. El auge del uso de plantas medicinales sigue aumentando en el mundo y se calcula que alrededor del 80% de la población mundial las consume para afecciones leves o con intención preventiva. Se estima que un 68% de los españoles las utilizan, sobre todo como complementos alimenticios.
La OMS considera planta medicinal a la que contiene “sustancias que pueden ser utilizadas con fines terapéuticos o preventivos, o que son precursores para la semisíntesis químico-farmacéutica”. Esta definición es suficientemente amplia como para dar cabida a muchos modelos de fitoterapia, que van desde una contrastada evidencia científica hasta la absoluta falta de eficacia terapéutica en productos que se ponen de moda y realmente no hacen nada. Esto no significa ni siquiera que sean inocuos, ya que, aunque son muy raras las reacciones adversas o intoxicaciones graves, determinados grupos de población deben estar atentos a las interacciones que las hierbas y plantas medicinales pueden activar en su tratamiento médico habitual. Esas interacciones están bien definidas en estudios de toda solvencia, por lo que anulan cualquier consejo arbitrario de vendedores de productos.
La Sociedad Española de Fitoterapia (SEFIT) define esta práctica como “utilización de los productos de origen vegetal con finalidad terapéutica, para prevenir, aliviar o curar un estado patológico, o con el objetivo de mantener la salud”
Por tanto, la fitoterapia científica o racional no debe confundirse con el curanderismo, la homeopatía o toda una legión de remedios naturales cuya eficacia no está comprobada. “La fitoterapia tiene su base en la medicina tradicional, como ocurre con un porcentaje elevado de fármacos, cuyo origen está relacionado con algún producto natural. Actualmente solo son aceptables como medicamentos los remedios naturales que han demostrado eficacia y seguridad mediante ensayos experimentales y clínicos, o han sido avalados por la Agencia Europea del Medicamento”, comenta Teresa Ortega, profesora titular del Departamento de Farmacología, Farmacognosia y Fitoterapia de la Universidad Complutense, y vicepresidenta del Centro de Investigación en Fitoterapia (INFITO).
“Muchas de las plantas de las que hoy conocemos sus componentes, mecanismos de acción farmacológica, efectos y aplicaciones terapéuticas, eran utilizadas por curanderos y chamanes, o integradas en la medicina tradicional (remedios caseros). Sus conocimientos y pruebas de acierto/error se han transmitido hasta nuestros días, pero es inimaginable pensar en utilizarlas para prevenir o tratar enfermedades en pleno siglo XXI sin antes comprobar su seguridad y eficacia”, explica.
Salvador Cañigueral, catedrático de Farmacología y Fitoterapia en la Universidad de Barcelona, defiende que la fitoterapia racional (la que utiliza de forma adecuada los preparados vegetales con fines terapéuticos) tiene tres premisas: lo natural no siempre es sinónimo de seguro; la ciencia avala la eficacia de muchos productos fitoterápicos, y la eficacia de la fitoterapia solo se consigue con el uso adecuado. “Los preparados a base de plantas no pueden tomarse de cualquier manera, sino en cantidad concreta y por la vía adecuada, como cualquier otro producto”, advierte.
Los productos fitoterápicos pueden utilizarse en un amplio abanico de enfermedades leves y benignas, sobre todo del aparato respiratorio, digestivo, genitourinario y dermatológico. Pero en el caso de enfermedades graves solo podrían complementar el tratamiento médico instituido, siempre consultando o informando de su uso al equipo de salud.
Interacciones que modifican el tratamiento
Un caso frecuente de interacciones es el de preparados herbóreos para el estreñimiento, que serían inocuos en personas sanas, pero no en determinadas enfermedades. Por ello conviene vigilar cuatro aspectos esenciales de los productos basados en plantas: las reacciones adversas (aunque son pocas y leves); las contraindicaciones (cada vez mejor especificadas); la toxicidad (bastante improbable porque las plantas tóxicas no se utilizan con fines terapéuticos) y las interacciones farmacológicas (que sí pueden causar daños a la salud).
Las interacciones se producen cuando se toman dos o más medicamentos y uno de ellos modifica o altera los efectos de otro. Esa interacción en fitoterapia se describe como “el efecto de las plantas o extractos de plantas sobre la actividad, metabolismo o toxicidad de los fármacos”. En los años 80 del siglo pasado ya se constataban interacciones del hipérico como inductor enzimático y del zumo de pomelo como inhibidor, al consumirlos junto a determinados fármacos convencionales.
Factores que aumentan el riesgo de interacciones
Hay algunos factores que pueden propiciar el riesgo de las interacciones de plantas/medicamentos, como el estado fisiológico del paciente (ancianos, niños, embarazadas) o su estado de salud (enfermedades crónicas o agudas). La SEFIT alerta de que estos productos no deben consumirlos los pacientes oncológicos, inmunodeprimidos, a punto de ser intervenidos quirúrgicamente o en postoperatorio, o con insuficiencia renal o hepática.
El tipo de tratamiento farmacológico que la persona está recibiendo también podría condicionar una interacción: trastornos del sistema nervioso central (antidepresivos, benzodiacepinas…); problemas cardiovasculares o hematológicos (anticoagulantes y cardiotónicos); alteraciones metabólicas (tratamientos diabetes) y también cuando se utilizan fármacos antirretrovirales.
Algunas interacciones farmacodinámicas bien conocidas son las que potencian la acción terapéutica más allá de lo deseado. Se ha demostrado que agregar extracto de Ginkgo Biloba a fármacos anticoagulantes (sintrom o warfarina, por ejemplo) puede aumentar el riesgo de hemorragias; el extracto de ajo, que tiene efecto vasodilatador, si se suma al captopril (fármaco para control de hipertensión e insuficiencia cardiaca), puede provocar hipotensión. Y el extracto de hipérico potenciaría la acción de los ISRS, que son los fármacos antidepresivos más utilizados.
En otras ocasiones, el producto vegetal ejerce de antagonista, contrarrestando el beneficio de un medicamento, como sucede en plantas con alto contenido de Vitamina K que se toman junto a los anticoagulantes; o por la combinación de extracto de Kava junto a ledovopa, en Parkinson.
Por otro lado, las interacciones farmacocinéticas de algunos extractos de plantas pueden afectar a la absorción, distribución, metabolismo y excreción de un medicamento. La Echinacea purpurea afecta a la farmacocinética del midazolam y podría interferir en su eficacia clínica. El té verde y la Hierba de San Juan tampoco son seguros si se combinan con medicamentos sustratos de un citocromo. Estos tres productos herbales perpetúan interacciones, según el metaanálisis publicado en Pharmacological Research.
Los laxantes antraquinónicos (sen, frángula, cáscara sagrada), que aceleran el tránsito intestinal, pueden disminuir la absorción de fármacos y provocar una bajada aguda de potasio, al igual que los diuréticos tiazídicos y el regaliz, aunque con mecanismos distintos. Los laxantes incrementadores de masa, por su parte, reducen la absorción de fármacos y las concentraciones de litio, pueden potenciar un efecto de hipoglucemia y también subir el colesterol.
Una revisión sistemática publicada en Drugs Aging por investigadores del Reino Unido concluía que las interacciones hierba/fármacos más frecuentes, con riesgo de sangrado, eran las de Ginkgo Biloba, extracto de ajo o ginseng con aspirina o warfarina. Con estas interacciones hay que tener especial cuidado antes y después de someterse a intervenciones quirúrgicas, incluso a la extracción de una muela, por el riesgo hemorrágico. La tabla de interacciones entre preparados de plantas y fármacos de síntesis se actualiza con regularidad en la web de la SEFIT.
De fitofármacos a complementos alimenticios
Es fundamental saber distinguir los productos fitoterápicos, según la forma en que se comercializan. Los únicos que tienen acción demostrada son los primeros de esta lista, es decir los fitofármacos.
- Medicamentos a base de plantas: se dirige a personas enfermas o sanas, para uso terapéutico y preventivo, con indicación terapéutica. La EMA los define como “de uso médico bien establecido”, y de hecho están sujetos a prescripción médica. Tanto la evaluación previa a la comercialización como la información al consumidor tienen que ser exhaustivas. La calidad se impone por regulación legal y son de venta exclusiva en farmacias.
- Productos sanitarios a base de plantas: pueden utilizarlos personas enfermas o sanas y, aunque su finalidad es terapéutica, no tienen acción farmacológica, inmunológica o metabólica. La AEM los aprueba para tratamiento de síntomas asociados a patologías crónicas o leves, en régimen de automedicación. Las evaluaciones que se realizan son de grado medio, tanto antes de comercializarse como al informar al consumidor. Parte de su calidad es impuesta y la restante depende del fabricante. Son de venta exclusiva en farmacias.
- Complementos alimenticios a base de plantas: se dirigen a personas sanas para uso nutricional y preventivo y alegan propiedades nutricionales saludables o de prevención. Su evaluación pre comercial es media-baja, la información al consumidor muy limitada y la calidad depende del fabricante. Son de venta libre en farmacias, parafarmacias, herboristerías y otro tipo de establecimientos menos reconocidos.
“Los complementos alimenticios no pueden en ningún caso alegar una indicación terapéutica no aprobada por la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria”, agrega Teresa Ortega. El glucomanano es un ejemplo de aprobación “para contribuir a mantener niveles normales de colesterol”, y “ayudar a adelgazar cuando se sigue una dieta baja en calorías”.
La investigadora subraya que el nivel de evidencia científica sobre seguridad y eficacia de muchos complementos alimenticios es “cuestionable”, porque la legislación no es muy rigurosa, aunque las empresas fabricantes de prestigio mantienen la calidad del producto. Esto no significa que sea efectivo para lo que se alega.
Todo lo contrario sucede con los extractos de plantas que forman parte de medicamentos de prescripción, como el extracto de ginkgo que se usa en una especialidad farmacéutica para mejorar el riego cerebral; o extractos lípidoesterólicos de Serenoa repens (Bartram) Small, Arecaceae, que son medicamentos de prescripción para el tratamiento de los síntomas asociados a la hipertrofia benigna de próstata. “En este grupo el nivel de evidencia de seguridad, calidad y eficacia es máximo”, insiste Ortega.
Estos ejemplos son escasos en comparación con un mercado que está “plagado de alegaciones fraudulentas o engañosas fuera de toda evidencia, que se quieren separar de la fitoterapia científica”, a juicio de Salvador Cañigueral. Se refiere a subtipos de productos basados en plantas y hierbas cuyas propiedades terapéuticas no han sido demostradas. “Para el público puede ser complicado diferenciar qué productos se han sometido a estudios clínicos, pero farmacéuticos y herboristas tienen la obligación de cerciorarse de la seguridad y eficacia de lo que venden”.
Información esencial
Este farmacólogo apuesta por la calidad de la información con que se etiqueta el producto, ya que en los extractos de plantas no es obligatorio detallar todos sus componentes. Como eso depende de los fabricantes, es recomendable leer detenidamente los componentes. Una muestra de mejor y peor información en productos que alegan similar efecto terapéutico sería la siguiente (solo el primero detalla su principio activo):
- Extracto seco de raíz de garra del diablo (Harpagophytum procumbens DC y/o H. Zeyhen Decne. Solvente de extracción: etanol 60% (V/V). 480mg comprimido. Equivalente a 720-1440 mg de raíz de garra del diablo.
- Extracto seco de raíz secundaria de harpagofito (Harpagophytum procumbens). 410 mg comprimido