Me correspondió ser el corresponsal de Guerra para las revistas Momento y Bohemia, del Bloque D´Armas, en los graves conflictos de liberación de Nicaragua y de El Salvador. Recuerdos imborrables, muchos. Desde presenciar fuertes combates en las montañas y valles, en ciudades y pueblos, hasta juicios populares que terminaban condenando a ser fusilados guardias nacionales somocistas y civiles colaboradores del régimen.
Vi morir niños que combatían portando enormes fusiles, a guerrilleros destrozados sus cuerpos por las bombas, a campesinos colgados de los árboles por los uniformados; a mujeres muertas a bayonetazos con sus hijos temblando de miedo al lado del cadáver de sus madres. Escenas terribles de una guerra fea en donde un pueblo quería libertad a gritos y terminó encontrándola a sangre y fuego.
Era la ciudadanía entera, finalmente, contra un ejército bien apertrechado, pero más armado de odio y de rencor contra los suyos, que terminó matando sin control por defender a un asesino y ladrón que fue el último de una dinastía de criminales y corruptos que subyugaron por años a Nicaragua.
Recuerdo, finalizado así el conflicto (cuando el dictador escapa en helicóptero, desde la terraza del Hotel Intercontinental de Managua) que Tomás Borge, el segundo al mando del Frente Sandinista de Liberación Nacional, en rueda de prensa en el salón principal del mismo hotel, mostró a más de un centenar de corresponsales a tres hombres: dos militares y un joven con cuerpo de atleta. El gran poeta, que lo era Tomás, un hombre, bajito de tamaño, pero de gigantesca simpatía y sapiencia, que había estado preso largos años en las ergástulas de la tiranía, los identificó:
-“El primero, a la derecha, es un oficial de la Guardia Nacional que se rindió y espera juicio; el segundo, al centro, es un sargento que desertó y se pasó a las filas sandinistas. Y el tercero es nada menos que nuestro campeón mundial de boxeo, Alexis Arguello”.
Tomás Borge le preguntó a cada uno si acaso los sandinistas les habían torturado. La respuesta fue un No que se sintió serio y en grito que despejó cualquier duda de la respuesta cierta. El boxeador pidió perdón por haber estado en el lado equivocado y juró que en adelante dedicaría su vida a la revolución. La escena, conmovedora, quedó registrada para la historia que, pasando el tiempo, se tornó en horror pues, a mi entender, Borge muerto, Daniel Ortega se declaró dictador y el mundo entero sabe de lo que es capaz, en todo sentido.
Somoza Debayle, el dictador, fue un cruel personaje, como pocos en el mando, que ejerció, implacable, durante años, el poder. Tan parecido al Daniel Ortega que hoy, junto a su mujer, Rosario Murillo, igualan a la pareja, también criminales, que ayer dominaron durante años a Rumanía, Nicolae y Elena Ceauscescu, cuyo trágico final, ante un pelotón de fusilamiento, el mundo entero de entonces calificó de bien merecido.
Dos Frentes: el Sur, democrático; el Norte, comunista
En Nicaragua la guerra se abrió en dos Frentes. El del Norte, hacia la frontera de Honduras, donde estaba acantonada toda la dirigencia y fuerza comunista, con los dos Hermanos Ortega; Humberto y Daniel, y el del Sur, comandado por Edén Pastora, el bien llamado “Comandante Cero”, un hombre audaz, valiente, que había sido pescador de tiburones y demócrata a carta cabal. Ingresó al FSLN y su primer gran golpe fue el Asalto y Toma del Congreso Nacional, un suceso espectacular que acaparó la atención mundial y dejó en ridículo al dictador “Tacho” Somoza, que cedió a todas las peticiones del comando guerrillero.
Pastora libró más batallas que los Ortega. Sus acciones, rápidas, estratégicas dieron mucho qué hablar. Por ejemplo, La Toma de la Colina 50, en las vecindades de la frontera con Costa Rica fue, si se quiere, una de las más importantes de toda la guerra. Setenta guerrilleros, no muy bien armados (y ocho periodistas que la cubrimos) vencieron (luego se supo que habían sido 300 los soldados) que impedían el avance de los demócratas hacia el interior de Nicaragua.
El enfrentamiento duró casi cinco horas. Siento todavía, después de 46 años, el ruido del cañón somocista disparándonos; escucho la gritería de los guerrilleros gritando Libertad, Libertad, Libertad y las innombrables groserías de los defensores, destacando la voz de un oficial al que le urgía nos rindiésemos ofreciendo perdonarnos la vida. Lo escribo así, porque para ellos los corresponsales también éramos combatientes.
El final llegó cuando se hizo un sepulcral silencio. Luego, el rugido de motores: el ejército se retiraba, abandonaba el campo de batalla. Ascendimos la colina, jubilosos. Había sangre por todas partes, pero no cadáveres, Se los habían llevado. El tope de la colina era un bosquecito: los árboles estaban derribados, el monte, arrasado y por doquier miles de cartuchos. El “comandante Cero” nos dijo entonces: “Menos mal que huyeron como cobardes, porque ya a nosotros se nos estaban terminando las municiones…”
Huido Somoza, acompañé a Edén Pastora en su ruta hacia Managua. No quiso irse en avión a la capital, como sí lo hicieron la mayoría de los comandantes del Frente Norte. Prefirió avanzar en ruta hacia la capital, despejando de somocistas, pueblo a pueblo, cuyos habitantes bullían locos de alegría al ver avanzar triunfantes a Pastora y sus guerrilleros. Por eso llegó tarde a Managua, cuando ya los comunistas se habían repartido el poder y al Comandante Cero le dieron, “como premio”, el cargo de vice ministro del Interior, cuando bien merecía la vicepresidencia de la república, que así lo reclamaron los demócratas del mundo.
Nicaragua, toda era desolación y muerte por efectos de la guerra. Ya había estado allí cubriendo los daños, todos graves que, en 1972, produjo el terremoto que partió en dos a Managua. Pero lo que constaté en mi segunda estadía, para cubrir la guerra, era un inmenso escenario que evidenciaba toda clase de estragos: campos de sembradío arrasados, casas incendiadas, escuelas y centros de salud, así como largas filas de mujeres y hombres, con sus hijos, huyendo de pueblos arrasados por la guardia somocista… La gente le decía a los periodistas, que huían de la tropa y no de la guerrilla.
Managua era un infierno. Se ganaba territorio calle por calle. La guerrilla urbana se movilizaba cuadra por cuadra con relativo éxito. Las víctimas expuestas mostrando el rictus de la muerte que le fue dado por el impacto de la bala del fusil o de la ametralladora. Lo vehículos militares, como locos, sin cuidado alguno, corriendo por calles y avenidas, disparando hacia los techos en donde se refugiaban los guerrilleros, que lanzaban bombas molotov incendiándolos.
La muerte del periodista Bill Stewart
En una plaza de un barrio de la ciudad, tomado por la guerrilla, tres pelotones de soldados lograron sortear las barricadas y se apoderaron del lugar. El enfrentamiento lo presenciamos los periodistas. Uno de ellos, el corresponsal de una cadena de televisión norteamericana, Bill Stewart reportaba, micrófono en mano, el combate. Vimos, con el estupor más grande del mundo, cómo un oficial apuntaba al periodista ordenándole se retirara. Sonó el disparo y Stewart cayó de rodillas, muerto. Su camarógrafo siguió filmando hasta que el militar les ordenó a unos soldados que se llevaran el cadáver.
El camarógrafo emprendió veloz carrera y se escabulló. Dos colegas de Stewart, también estadounidenses, pensaron que, por miedo, el cameran prefirió alejarse dejando a su compañero muerto en una esquina de la plaza. Pero no. Se había ido directo a su habitación del Hotel Intercontinental a trasmitir lo que había filmado. En menos de una hora, todo el planeta tierra estaba enterado del suceso que fue la gota que rebasó el vaso lleno de sangre.
La muerte de Bill Stewart, prestigioso corresponsal que había cubierto varias guerras, obligó al gobierno de los Estados Unidos a pedirle la renuncia a Somoza que, ni corto ni perezoso, abandonó al día siguiente, de madrugada, a Nicaragua.
No mucho tiempo después, sería abatido por un obús que le disparara un comando de tupamaros en La Asunción de Paraguay donde otro dictador, Alfredo Stroessner, le había dado asilo. Se dice –y nadie desde entonces ha querido desmentirlo- que el atentado fue planificado por el jefe tupamaro José Iglesias, más tarde un gran presidente, “Don Pepe”, que lo fue del Uruguay.
Subí a Estelí, una de las ciudades más importantes hacia la frontera con Honduras, donde se desarrollaban fieros combates. Presencié una escena aterradora: Los guerrilleros atacaron desde distintos sitios acorralando a los soldados en la plaza. Los del ejército se defendían casi al descubierto. Tres tiradores de la Guardia Nacional, apostados en el campanario de la Iglesia disparaban incansablemente. A uno de ellos que se asomó por instantes, le fue dado un solo tiro que, atravesándole el casco, le dio en la frente. El hombre se fue de bruces y quedó trabado en un saliente, al aire, muerto. De inmediato sus compañeros huyeron y el templo fue abandonado. El cadáver permaneció las tres horas del combate guindando, hasta que un guerrillero, con un preciso, disparo, le soltó el correaje cayendo estrepitosamente al pavimento.
Regresando hacia Managua, llegamos a una alcabala improvisada por un grupo de guerrilleros. Yo venía junto a José Emilio Castellanos, gran amigo y mejor periodista, que cubría la guerra como corresponsal de El Nacional. Uno de los combatientes al ver nuestras credenciales nos informó que en un determinado barrio a la salida del pueblo, sus camaradas estaban juzgando a dos “orejas” del somocismo que habían atrapado unos campesinos.
Fuimos al lugar, patio de tierra donde picaban las gallinas, los niños sobresaltados, sus madres miedosas y los hombres en total silencio. Una mesita de plástico blanco servía de apoyo al jefe guerrillero, un muchacho no arriba de los 20 años. El “fiscal”, igual. No había “defensor”. Se les acusaba de traidores por haber vendido los sitios en donde se refugiaban guerrilleros. No se les dio derecho alguno a defenderse. “En nombre de la revolución”, dijo el que fungía de acusador, “pido la pena de muerte para estos vende-patrias. Se procederá a su ejecución, una vez que lo ordene la comandancia, a la cual se le avisará debidamente”. No era el primero ni sería el último de estos “juicios populares”, asunto que negaron siempre los jefes de la guerrilla, pero sí se llevaron a cabo.
Llamaba mucho la atención de los corresponsales europeos el alto número de niños que participaban en la guerra. Decían que situación parecida habían visto en algunas naciones africanas. A veces, el fusil, lo repito, era más alto que el pequeño guerrillerito, que se movía como un lince para disparar y esconderse. Escuchábamos las órdenes de sus superiores gritarles que no tuviesen miedo, pero si valor y los muchachos, casi puede decirse, no le escurrían el bulto al peligro.
Una historia larga y cruenta la de Nicaragua
Desde que William Walker, un millonario filibustero estadounidense la invadió y declaró como suya a mediados del siglo XIX, la historia de Nicaragua ha sido larga y cruenta. Muy pocos años en paz, el resto entre traiciones y levantamientos armados, con caudillos como presidentes, civiles y militares en constante pugna por apoderarse del poder, viviendo la nación numerosas tragedias en el campo y las ciudades, por los pleitos entre ricos hacendados y pequeños productores, sobre todo de algodón.
Nicaragua, al igual que en El Salvador, Guatemala y Honduras llegó a constituirse en un lugar muy negro en el territorio centroamericano. Los Estados Unidos la querían para sí, y la tuvieron sin importarles nada, hasta la llegada del Sandinismo que fundara César Augusto Sandino, el héroe libertario que imprimió a su pueblo su decisión de rebelarse contra la feroz dictadura que iniciara el viejo fundador de la dinastía somocista y por más de cuarenta años de absoluta y total dominación, apoyada por Washington y el Congreso norteamericano.
Tres fueron los dictadores; el abuelo (asesinado de varios disparos por el poeta Rigoberto López Pérez, el 21 de septiembre de 1956); el padre y el último de los hijos, Anastasio Somoza Debayle, contra quien el Frente Sandinista de Liberación Nacional, en coalición de partidos y movimientos de tendencias socialdemócratas, socialistas-marxistas e independientes llegan a un acuerdo y, unidos, se van a la guerra, hasta el 17 de julio de 1979, cuando huye a los EE.UU el último de la tiranía somocista.
En el trascurso de la guerra los sandinistas van abriéndose paso en caseríos, pueblos y ciudades. Reciben apoyo aun cuando sufren la represión de los soldados somocistas, en ese tiempo conocidos como Guardias Nacionales.
Ocurre el crimen cometido contra el periodista Pedro Joaquín Chamorro. Su muerte, ordenada por “Tacho” Somoza, el nieto, impregnó de mayor rabia a los nicaragüenses que, enseguida, se aliaron contra la tiranía, teniendo a la Iglesia como principal baluarte y el respaldo de los gobiernos democráticos del continente. Pero, fundamental, contando esta vez con el respaldo del presidente Jimmy Carter. Coincidencias de la Historia: la muerte de dos periodistas marca el inicio de la guerra y el fin del conflicto: Chamorro y Stewart.
Así la situación, un nuevo acuerdo entre las fracciones que componen el FSLN, con fecha marzo de 1979, da inicio a la “Ofensiva Final” por parte de las diferentes fracciones sandinistas, que firman el acuerdo de unidad; y en junio se convoca una huelga general.
La guerra, no convencional, se dispara. Los sandinistas triunfan. Una Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional, que gobierna hasta 1990, llama a elecciones que las gana por amplia mayoría la ama de casa y demócrata Violeta Barrios, viuda de Pedro Joaquín Chamorro. Lo demás es historia conocida.
Carlos Andrés Pérez y su ayuda a Nicaragua
Para nadie era un secreto el gran respaldo, traducido en ayuda, tanto de dinero como de armas, que los gobiernos demócratas del continente le daban al FSLN. El presidente Carlos Andrés Pérez, defensor a ultranza de la libertad y de la democracia por igual, destacaba entre los jefes de Estado en esa tarea, el derrocamiento de la dictadura somocista, y decidido a que se entronizara un gobierno democrático que les garantizara a los nicaragüenses paz, progreso y libertad. En todos los encuentros donde participaba, su voz era escuchada con mucha atención y fomentaba efectivos respaldos de pueblos y gobiernos a favor de la causa sandinista.
Muchos dirigentes juveniles de la Venezuela de esos tiempos marcharon hacia la guerra, adscritos a Brigadas Internacionalistas, sumándose a las filas guerrilleras. Que recuerde, por ejemplo, la destacada presencia e invalorable ayuda de Carlos Henríquez Consalvi hijo de Rigoberto Henríquez Vera, fundador de Acción Democrática y por años uno de los líderes fundamentales del partido liderado por Rómulo Betancourt. Fue asimismo un excelente gobernador del Estado Mérida, de grata recordación.
Carlos, llamado “El comandante Gallo”, dirigía “Venceremos”. la emisora clandestina que desde algún lugar de Nicaragua, informaba de la guerra tan igual, en estilo, importancia y fuerza, que “Radio Rebelde”, la que en su tiempo trasmitía desde la Sierra Maestra en Cuba la lucha contra el dictador Fulgencio Batista. Henríquez Consalvi, muy amigo del “comandante Cero”, es ahora Director del Museo La Memoria Histórica de El Salvador. Igualmente fue notoria la participación del estudiantado universitario, de la UCV principalmente, en manifestaciones y en las recolectas de miles de bolívares para los sandinistas.
El respaldo de Venezuela era total. Carlos Andrés Pérez no dejaba escapar momento alguno para defender la causa guerrillera por la libertad de Nicaragua. Su comprometida actitud se hizo mundial hasta llegar a totalizar en gran medida un compacto grupo de naciones que le seguían en ese propósito fundamental.
La prensa nacional destacaba la guerra y sin medias tintas se colocó, en su gran mayoría, a favor de la causa libertaria. Por cierto, y la verdad nunca se esconde, las revistas “Momento” y “Bohemia” fueron de los primeros medios venezolanos en enviar un corresponsal a cubrir el acontecimiento. Me entregaron a mi tan alta responsabilidad. Que, sin falsas modestias, la cumplí con honores. Después llegaría El Nacional, con José Emilio Castellanos, y los restantes voceros periodísticos. Mario Castro Arenas, mi director en “Momento”, me reservaba varias páginas para mis reportajes semanales, y Rafael Poleo, mi otro director, igual lo hacía en “Bohemia”.
Simón Alberto Consalvi y Tomás Borge
En tres ocasiones, yo recibí en San José a Simón Alberto Consalvi quien viajó a Costa Rica acompañado por el recordado periodista Nicolás Rondón Nucete, a entrevistas clandestinas con Tomás Borge. Las citas se dieron en casas de amigos colaboradores del sandinismo. Consalvi y Borge fueron muy cercanos.
Las conversaciones de alta política, muy puntuales y decisivas para la marcha de la revolución que ya se vislumbraba resultaría triunfante; pero también había espacio para la literatura, la poesía especialmente. Los dos hombres eran cultos, intelectuales de prestigio y probados estudiosos del acontecer internacional. Se intercambiaban sus libros y “el avío” como decimos nosotros los andinos, que Borge le agradecía a Consalvi “en nombre del pueblo nicaragüense que se jugaba la vida por la libertad”.
-Dígale al presidente Pérez que Nicaragua jamás olvidará lo que él está haciendo por la libertad de nuestro pueblo”, le escuché decir en el primer encuentro, muy provechoso para ambas partes que representaban los dos personajes.
El Hotel Intercontinental por esos días de la guerra era el centro de los acontecimientos. Allí se daban las ruedas de prensa. Los generales somocistas, orgullosos de los avances logrados, por encima de los cientos de muertos todos los días en las barriadas de Managua, daban sus “partes todos exitosos”. Muy pocas las respuestas a las numerosas preguntas de los periodistas. La dictadura, como todas las que se precian de serlo, le prohibía al generalato exponer las realidades.
Nosotros teníamos que buscar, hasta debajo de las piedras, los informes para la prensa que, en cientos de “buzones” clandestinos, se nos depositaban dando cuenta de la verdad de la guerra que, sin lugar a dudas, muchos testimoniamos iba resultando victoriosa para el FSLN. Además, estaban los escritos de nosotros que, en mi caso, estando en el Frente Sur, los guerrilleros llevaban hasta Piedras Blancas, ciudad “tica” frontera de Costa Rica, y de allí los contactos la hacían llegar a la Redacción ubicada entonces en una esquina de la Plaza Candelaria, en Caracas. Y desde cualquier ciudad del interior de Nicaragua, también confiábamos en los “correos” de la guerrilla, pues eran muy pocos los teletipos que funcionaban, y todos bien custodiados por el somocismo.
La prensa estaba maniatada. Se recordaba el horrible crimen cometido contra Pedro Joaquín Chamorro, el fundador, director y propietario del “Diario La Prensa,” (el más importante de los periódicos nicaragüenses) que fuera el esposo de Violeta Barrios de Chamorro, la presidenta electa por la democracia. El Hotel, después de la fuga del dictador, en la misma madrugada, fue tomado por la guerrilla y allí se hospedaría la plantilla mayor de los jefes de la revolución.
“Él es el otro Bolívar”
Masaya es la ciudad heroica de Nicaragua, una de las ciudades más hermosas también, próspera, de linaje y tradiciones. En uno de sus barrios se llevó a cabo el primero de los movimientos con el cual el Frente Sandinista de Liberación Nacional inicia la llamada “Ofensiva Final”, que culmina con la fuga del dictador.
Fue muy intensa la lucha y la Guardia Nacional cometió muchos crimines entre la población civil. Se peleaba calle por calle. Fueron incontables las bajas en ambos bandos, destacándose el solidario apoyo de sus habitantes para con las brigadas guerrilleras. Abundaron las violaciones de mujeres por parte de los uniformados. Masaya no se rindió. Por ello fue terriblemente castigada por las fuerzas somocistas, que flagrantemente violentaron todos los Derechos Humanos.
Violeta Chamorro, Alfonso Robelo y el escritor Sergio Ramírez, miembros de la Junta de Gobierno, acompañados por el Ministro del Interior Tomás Borge, llevaron al ya ex presidente Carlos Andrés Pérez al acto preparado en su honor para rendirle agradecimiento por su ayuda, en todo sentido, a Nicaragua.
En un inmenso terreno lo esperaban alrededor de 20 mil personas, la concentración humana más grande que a la fecha nunca antes se había dado en esa nación de América Central, que le recibieron gritando “’¡Carlos Andrés, hermano, toda Nicaragua te está muy agradecida!”. Cruzadas, las banderas de Nicaragua y Venezuela, flameando al viento, con entera libertad.
En la tribuna, bien alta, la figura de Cesar Augusto Sandino, en gigantesca fotografía presidía el evento. Y rodeando al presidente Pérez un grueso número de personalidades. Largo el acto, imponente la multitud, que el agradecía sincera, igual los oradores, al líder que los escuchaba sereno. Liego, enérgico, como lo fue siempre, subió en tres trancos, casi, las escaleras hacia el presídium. Actuaron varios cantantes, entre ellos un venezolano que también participó en las filas guerrilleras. Con su guitarra interpretó dos canciones recibiendo una ovación cuando, al terminar y para despedirse asombró a todos dirigiéndose a Carlos Andrés diciéndole:
-“Usted es el Otro Simón Bolívar, porque ayudó, y mucho, a liberar Nicaragua”.
Una jovencita portando las banderas de Nicaragua y de Venezuela, sobre un cojín que lo rodeaban rosas rojas, blancas y amarillas, se le acercó al presidente entregándole la bandera nicaragüense, a lo que el presidente hizo otro tanto dándole la del tricolor venezolano. “Así, y para siempre, quedarán unidas nuestras naciones, hermanadas en la defensa de la libertad”, dijo a la alborozada aglomeración
El discurso de Carlos Andrés Pérez no se pudo grabar. Se perdió la oportunidad de guardar para la historia una intervención altamente positiva en la defensa, a todo riesgo, de la libertad. Rindió´ palabras de alto reconocimiento a los caídos en los enfrentamientos y los llamó héroes y mártires, que rindieron sus vidas por la democracia. Hizo un largo recorrido por la historia señalando que César Augusto Sandino fue el más claro y puro de los líderes y el verdadero padre de la democracia nicaragüense, que murió asesinado por la Guardia Somocista, en 1934, pero dejó un legado de honor, de compromiso y de gloria que recogieron con orgullo los nicaragüenses que, afiliados al FSLN, combatieron a la dictadura.
Habló de su contribución, al lado de otros jefes de Estado que le escucharon plantear, en variados escenarios, que era obligación de todos los demócratas del mundo el ayudar a Nicaragua, hasta que logró unificar criterios y formas de ayuda concreta, que le valieron mucha solidaridad, pero también fieros ataques de sus enemigos, muy pocos, sin embargo, que generaron toda clase de controversias, ganando finalmente la razón.
Se le ovacionó por más de 10 minutos. Al aire la famosa canción del trovador nicaragüense Carlos Mejías Godoy:
– “Son tus perjúmenes, mujer…”
De Managua, Carlos Andrés Pérez viajó a San José de Costa Rica, para saludar a sus grandes amigos, los “ticos” Don José “Pepe” Figueres, gran demócrata, gran presidente, gran líder de la democracia en América Central; Daniel Oduber, presidente en ejercicio y a sus colegas periodistas Manuel Zúñiga Quezada y Francisco Zeledón, del diario La República donde Carlos Andrés Pérez era el Jefe de Redacción.
“Cuando se enteró del fin de la tiranía que durante diez largos años implantó, a sangre y fuego el general Marcos Pérez Jiménez, salió corriendo del periódico hacia el Bar Roma, exultante y gritando a los parroquianos que había caído el régimen.
Con una emoción al límite, mandó a preparar un apetitoso “Gallo Pinto”, suerte de pabellón criollo con perico para todo el mundo…”, tal como lo escribí en mi libro “La Campaña Formidable”, el primero que se escribiese sobre el recordado presidente, y así se lo recordé a mi apreciado hermano, Antonio Ledezma, quien me honró recogiendo mis cuartillas al respecto, en su libro “Carlos Andrés Pérez, El presidente que murió dos veces,” publicado en ocasión de conmemorarse el Centenario del nacimiento de mi paisano. Él, de Rubio y yo de La Grita.
ÁngelCiroGuerrero


