Para el antropólogo y especialista en temas de migración, Manuel D’Hers, una vez perdida la confianza entre los connacionales el cinismo impregna la realidad social, menoscabando las aspiraciones personales y nacionales. Desde España, donde reside, asegura que Venezuela no ha vivido una guerra que justifique “la magnitud de este desplazamiento tan grave”, el segundo a nivel mundial, solo superado por Ucrania.
–¿Huye el que emigra?
–No necesariamente. Eso ocurre, por ejemplo, con perseguidos y exiliados políticos. Pero no es lo común con el grueso de la diáspora. El contexto somete a la población a considerar la migración como una de las múltiples alternativas para consolidar los proyectos vitales de las personas, pero la migración también trae consigo ilusiones y aspiraciones.
–¿La generalidad de la diáspora venezolana?
–La crisis humanitaria.
–¿Alguna particularidad?
–La crisis humanitaria es una generalidad y una particularidad al mismo tiempo. Venezuela es el segundo país con el mayor número de desplazamientos humanos de los últimos 10 años. Ucrania es el primero y el tercero es Siria. Nosotros técnicamente no hemos vivido una guerra que justifique la magnitud de este desplazamiento tan grave. Y precisamente, nuestra particularidad es que atravesamos una crisis compleja y multifactorial que solapa en sí misma una crisis que es económica, política, social, cultural y ambiental, cuyos aspectos están vinculados entre sí y afectan las cotidianidades de la población de manera orquestada. Esto nos separa de flujos migratorios como la mexicana o la ucraniana, por poner algunos ejemplos, y por eso es tan complicado que desde afuera se entienda la gravedad y la dimensión de nuestra situación.
–Aparte de los siete millones y medio de ausentes, ¿cuántos hay en cola?
–En mi visita a Venezuela no deja de sorprenderme la cantidad de personas con las que he conversado que ansía irse. Yo pensaba que se había aplanado la tendencia migratoria y las estimaciones demográficas como las que hace la Encovi, es que así ocurra. Pero mi percepción es que esa cola se mantendrá y aumentará. Esto se debe a que la crisis se transforma, cambia de rostros, pero no se detiene; esto hace que Maiquetía siga siendo un espacio muy dinámico, así como también las zonas fronterizas.
–¿Hay interés político de frenar la diáspora?
–Es lo que me parece curioso: he notado una cierta voluntad política de distintos sectores, inclusive desde agencias humanitarias, de dar relevancia al retorno como fenómeno migratorio. Es decir, los migrantes venezolanos que retornan al país. Efectivamente, es un fenómeno que ocurre y merece que se le preste atención; sin embargo, desde mi punto de vista, este retorno apunta a ser un flujo que se proyecta a ser pendular y no el de personas que vuelven a casa como hijos pródigos. Hay que tener cuidado con esto.
–¿Qué quedará del venezolano?
–Adaptarse. Como lo ha hecho en los últimos años y cuya cualidad le ha permitido vivir y en casos, ser feliz ante la adversidad. Me refiero a la adaptación frente a la movilidad que estamos presenciando. Es necesario que comprendamos que Venezuela es ahora un país que migra, un país cuya territorialidad se encuentra en transformación constante y, por ende, en las relaciones afectivas que se mantienen, a pesar de la distancia. Nos queda comprender que nuestros vínculos ya no se construyen en el territorio, sino a pesar del territorio, es decir, a través de las fronteras. Y eso cuesta comprenderlo, especialmente porque es un proceso doloroso.
–¿Una cualidad perdida en el connacional?
–Hace poco leí una entrevista que le hicieron a Ana Teresa Torres, donde se usa una metáfora que yo propongo retomar, la del eclipse. Creo que actualmente se encuentra eclipsada la capacidad que tiene el venezolano de confiar. Confiar en el vecino, en los otros, en las autoridades, en las alternativas políticas, en todo aquello que no se pueda controlar por uno mismo, en las variables de la vida cotidiana. Y esto es preocupante porque cuando no confiamos, el cinismo permea la construcción social de nuestra realidad y así no podemos reconstruir nuestros proyectos de vida, mucho menos de país.
–¿Un defecto que emerge?
–No logro identificar alguno.
Nómadas naturales
–¿Por qué la gente se va?
–El ser humano desde que es homínido de moviliza. Posteriormente migra cuando le son impuestas fronteras. Con esto quiero decir que es un sesgo al que no me gusta caer cuando formulamos preguntas que justifiquen o condenen la movilidad de algunos seres humanos. No es correcto defender que el ser humano tiene una tendencia natural a la movilidad o a la inmovilidad. El ser humano se moviliza en función de sostener la vida y eso es lo que está ocurriendo en nuestra diáspora. Ahora, existen tantos motivos para la movilidad, como migrantes venezolanos en el mundo. Lo mismo digo de los venezolanos que permanecen en Venezuela, existen tantos motivos para la inmovilidad como venezolanos que voluntaria e involuntariamente siguen viviendo en su país.
–¿Cómo ha influido en la diáspora las redes sociales?
–Las tecnologías de comunicación en general, como las redes sociales, han sido claves para dar continuidad y fortalecer las relaciones afectivas separadas a raíz de los proyectos migratorios que se han emprendido. Pero además las redes sociales han sido escenarios muy interesantes de debates sobre la Venezuela que está adentro y la que está afuera, como parte de esos procesos de comprendernos como un país migrante.
–¿Y la pandemia?
–Depende del sitio. La diáspora en Latinoamérica sufrió mucho y llegamos a ver a grandes cantidades de migrantes en condiciones de gran vulnerabilidad, que afectó también a los familiares que en Venezuela dependían de ellos. También fue un momento para que la gente se reconectara con sus seres queridos.
–¿Desaparece un país cuando sus ciudadanos desean abandonarlo?
–Nuestra construcción simbólica de lo que entendemos por país, se transforma. Yo con mis trabajos de investigación sostengo que cuando una parte importante de la población migra, aquella porción de las personas que permanecen, inevitablemente también migra desde la inmovilidad. No porque el país desaparece, sino porque nuestras referencias ontológicas, sufren un gran cambio. Esto nos permite comprender que nuestra idea de nación no es el territorio, sino nuestras relaciones. Con la partida de nuestros entornos afectivos, debemos replantearnos nuestras identidades, ¿qué país me queda cuando soy una señora que vive de su pensión, cuyos hijos y nietos se fueron?
–¿Qué lo motivó a emigrar?
–Recuerdo que me robaron tres veces con pistola, en menos de tres meses. Necesitaba cambiar eso, vivir en un sitio con seguridad se convirtió en un imperativo. Pero también influyó el deseo de desarrollarme profesionalmente, el querer ayudar a mi familia y ansiar construir una vida en pareja. Es decir, encontrar en otros horizontes, libertades que aquí no había ni he podido encontrar.
–Desde España, ¿se redimensiona su visión sobre Venezuela?
–Sin lugar a duda. Creo que todo aquel que migra, diría lo mismo. Más allá de valorar muchas cosas que antes dabas por supuestas, pensar a Venezuela desde la distancia, física, emotiva y reflexiva brinda la oportunidad de mayor claridad. Es complicado, más no imposible, pensar sobre lo que ocurre en el país mientras sorteas continuas y solapadas contingencias que amenazan tu vida y la de tus seres queridos. Creo que esta redimensión experimentada por quienes estamos afuera y trabajamos sobre Venezuela, es en efecto una perfectiva muy válida y necesaria que puede aportar muchísimo a la sociedad.
–¿Volverán los idos?
–Es técnicamente imposible que ocurra. Tenemos ya una historia reciente migratoria que suma una década de flujos migratorios hacia afuera, debido a ello nos encontramos con un flujo que lejos de detenerse, continúa en aumento. Estamos viendo, como bien lo explican en la Encovi las reunificaciones familiares de aquellos primeros migrantes que poco a poco reclaman los miembros que se habían quedado. Esto supone familias enteras en otros países que muy probablemente no volverán. Espero que quienes se hayan ido y hayan encontrado una posibilidad de consolidar sus proyectos vitales en otros países, al menos puedan mirar de vuelta al país para considerar cómo pueden contribuir con él. Es importante que entendamos que nuestra ubicación física no determina las capacidades que tenemos para hacer que el país pueda echar para adelante. De esto habla Tomás Paéz cuando insiste que la diáspora no es una “fuga” humana traducida en la pérdida de talento, recursos, fuerza de trabajo, inteligencia etc., sino una circulación de todo lo mencionado. Pero esto más allá de decirlo, hay que llevarlo a la acción, empezando por hacer que las personas toman conciencia de que sus aportes, desde sus distintos espacios de acción y espacios de enunciación, continúan siendo relevantes para el país.
Notiespartano/ElImpulso/www.eltiempove.com