Cuándo Nicanor Navarro me decía que Los Robles se estaba muriendo no le entendía mucho porque siempre vi mi pueblo como un espacio soñado para vivir. Ese pueblo empezó a crecer y a avanzar por los caminos del desarrollo y la gente no se dio cuenta que ya no era un pueblito de chismes y francachelas, sino una parroquia grande con centros comerciales, cadenas comerciales y urbanismos a granel.
Atrás quedaron las quemas de Judas, las diversiones y las fiestas de carnaval para dar paso a grupos enfermos de poder que no han podido superar las actividades sociales, culturales y deportivas que hacía el Centro Ideales del Municipio Aguirre.
Se vinieron en las ancas del burro de Loreto Luna o la burra de Alejandrito los vicios y la holgazanería como norte de su carrera indetenible hacia el desarrollo. De aquella juventud estudiosa que daba carreras hacia el estrellato en el Liceo Nueva Esparta, en la Técnica Industrial de Juan Griego y en el Liceo Risquez solo quedaron resquicios de un galeón del futuro preñado de sueños e ilusiones.
Y creció el pueblo hasta hacerse una Parroquia Aguirre con una Fortaleza Vino Tinto sembrada en La Sabaneta de Los Robles donde juega y entrena la Selección de Fútbol de Venezuela. Con urbanismos que ni la misma gente sabe dónde están ubicados, con un Centro Venezolano Americano que pasó a convertirse en una especie de universidad del idioma que no solo enseña academia, sino que realiza faenas sociales de gran profundidad.
Creció Los Robles y la gente sigue sin darse cuenta porque han seguido sentándose en las puertas de las casas en una costumbre inédita e irrepetible y donde los criadores de gallos todavía los carean en la plaza y los jugadores de caballos duermen con la Gaceta Hípica como almo en señal de su fanatismo enfermizo.
Todavía los borrachitos de la plaza mantienen su costumbre de lanzar gritos al aire y de embucharse con cuatro botellas de ron que compran con los bonos que le da la revolución para convertirlos en mutantes de la nada.
Ni se diga de los Juegos Roblero que institucionalizó Freddy “Maña” Ruiz para que este pueblo se alejara de los vicios de las drogas y para formar atletas de nivel. Eso ha seguido su curso como una costumbre ancestral que hace encontrar a muchos robleros que se pierden por años del centro de la plaza y del chisme para volver cada octubre a ver los mismos protagonistas danzando de arriba abajo para justificar una robleridad de fantasía.
Ya casi nadie se sienta en la solitaria Plaza Bolívar donde resulta un riesgo por la abundancia de tipos extraños que no sabemos si son del pueblo o de otras partes por lo feo que te ven cuando pasas. Eso si la más concurrida es la Plaza “Luisa Rosas de Velásquez” donde hay espacios para la conversación y el juego de caballos, de loterías o de barajas. Y es que pasarán los años y los robleros no dejarán de lado su afición al juego y al envite y el azar. Eso les encanta porque parece que se vino esa costumbre de alguna parte de España con picardía y todo y cada personaje se cree mejor en cada juego que otro.
Lo de los gallos es una costumbre milenaria que hace al roblero tener gallos de pelea en sus jaulas y aunque gasten miles de bolívares o sus dólares en la alimentación de los gladiadores del pico y las espuelas esa actividad los acompañará siempre. Por eso abundan las ventas de alimentos para gallos que consta de maízen conche y pico.
Con el tiempo la actividad gallística ha disminuido porque la revolución con su carga de miseria acabó con los borrachitos, los jugadores y los criadores de gallos, pero aún se ven pasar las bolsas rojas con sus gallos o las maletas tipo jaulas donde llevan los animales a las galleras para el combate. Todavía recuerdo un episodio de unos de esos alcaldes que tanto daño le hizo al municipio que trajo a un diputado riocaribero a las fiestas pilarenses a disertar en Los Robles y el agasajo fue una pelea de gallos para tropicalizar su gestión.
No se sabe cómo consiguen dinero para las apuestas, pero siempre se ve en los remates a muchos pobladores roncando para comprar el caballo más caro de la apuesta o gritando con mucha fuerza en las galleras para retar al mundo a enfrentarse con ellos en cada combate.
Más nunca se escuchó a los robleros sobre hacer una fajina para limpiar el camino al Cerro de La Ermita, ni reunirse en grupos para ir a cazar conejos, ni planificar la jalada del guarame y el tutuel y más nadie habla de armar lazos para agarrar tortolitas. Es tan extraño que pasó la pandemia con sus penurias y la gente con hambre ni siquiera recordó lo que hacían los robleros para surfear el hambre y menos de sembrar los conucos para cultivar estas tierras fértiles. Todo eso se olvidó porque ahora es la bolsa o el bono lo que sustituye las faenas de los laboriosos hombres de ayer.
Más nunca escuchamos a los robleros ir a Playa Moreno a la pesca y salvo algunos tamoqueros que insisten en buscar en la vida del mar, la manera de sobrevivir, ya los robleros abandonaron esa dualidad que los hacia agricultores y pescadores a la vez y que muchos no entendieron nunca ese fenómenop sociológico.
De la Ermita solo esbozos de una Directora de Cultura que no sabe donde le queda Belén o Peñas Blancas y que se atrevió a realizar el galerón de La Ermita supliendo a los robleros por dos pampatarenses para romper con la historia bella del canto tradicional. Esas son las vainas de la improvisación porque una figura que no conoce la cultura de un pueblo es imposible que pueda ocupar un cargo público de tanta relevancia. Y por supuesto se equivocó de nuevo al poner como moderador a un tipazo alejado de lo cultural y que por momentos creía que leía la gaceta o la fusta o que gritaba consignas de empeños o de la ludopatía enfermiza.
Lo de los libros como forma de adquirir información se va quedando en el camino y salvo uno que otro que hojea libros y se atreven a pensar que son los émulos de Azorín por leerse cuatro libros, no hay mucho que ofrecer en este campo porque la cultura tiene enemigos por doquier.
De la academia nos queda poco porque muchos graduados en las universidades se quedaron como simples mensajeros de oficinas y los más creídos terminaron en la Alcaldía o en Concejo Municipal quejándose y comiéndose las uñas porque muchos abogados que no saben redactar ni una partida de defunción se olvidaron de litigar y se conforman con un sueldo municipal que solo le sirve para cobrar alguito 15 y 30. Eso es lo que hay y mientras tanto el pueblo se quedó congelado viendo crecer sus alrededores y comiéndose las uñas ante el paso acelerado del tiempo.
La defensa de la Robleridad es nuestro norte, pero no puedo quedarme con los brazos cruzados ante la inercia que condena a nuestro pueblo a la nada y se traga a bocanadas el coraje y la hidalguía de un pueblo que creció luchando contra el poder de las castas insulares.
Encíclica