Una princesa mesopotámica considerada la primera autora de la historia por sus poemas religiosos, conocida como Enheduanna, también escribió sobre acoso sexual en unos versos sin precedentes en la literatura que se remontan a 4.300 años atrás y que fueron preservados por escribas durante siglos.
«Soy Enheduanna, déjame hablarte con mi oración, mis lágrimas fluyen como un dulce embriagador», empieza a relatar la autora en una obra escrita en alfabeto cuneiforme sobre varias tablas de arcilla; estas palabras son la pieza más destacada de una muestra recién inaugurada en Nueva York sobre el rol de las mujeres en la antigua Mesopotamia.
El edificio que un día fue biblioteca del financiero John Pierpont Morgan (J.P. Morgan), hoy convertido en museo, acoge decenas de valiosas antigüedades del tercer y cuarto milenio antes de Cristo llegadas de instituciones de todo el mundo, incluyendo esas tablas, estatuillas o sellos cilíndricos con escenas grabadas.
Poeta y sacerdotisa
Las piezas arrojan luz sobre la poco conocida poeta, que fue nombrada alta sacerdotisa por su padre, el rey Sargon, para consolidar el entonces naciente Imperio acadio y que acabó teniendo una gran influencia más allá de una época y lugar que coinciden con el nacimiento de la civilización y la escritura.
Buena parte de la literatura mesopotámica es anónima, pero Enheduanna (2.300 a.C), que escribía en lengua sumeria, es la primera autora conocida con nombre propio, un nombre que aparece vinculado directamente a sus composiciones, en las que también incluía algunas referencias autobiográficas.
Devota de la diosa de la guerra y la fertilidad llamada Inanna en sumerio e Ishtar en acadio, la sacerdotisa dirigió a la diosa el poema narrativo largo «La exaltación de Inanna», pidiéndole ayuda para enfrentarse a Lugalanne, un rebelde que no solo profanaba un templo, sino que además la sacaba a la fuerza de allí y la acosaba sexualmente.
Lugalanne convierte el templo «en una casa de mala reputación, forzando su entrada dentro como si fuera un igual», y añade: «¡Se ha atrevido a acercarse a mí en su lujuria!», algo que los organizadores de la muestra consideran una expresión «vívida» y sin precedentes de acoso sexual, sobre el que parece dar más pistas.
La angustia de Enheduanna ha trascendido hasta el presente gracias a las minuciosas copias hechas por escribas durante siglos y que han permitido preservar su legado, ya que las abigarradas tablas expuestas en el museo Morgan datan de en torno al año 1.750 a.C., 500 años después de la muerte de la autora.