Negarlo, imposible. Tanto como hacer creer que el agua del mar no es salada; que el sol no brilla para todos; o pretender taparlo con un dedo; no querer comer con la boca; que después del martes viene el sábado; que Petare ya no queda lejos de Caracas, igual que Ejido de Mérida; que 2 más 2 resultan 5; que China no está al Oriente y los EEUU en Asia; que los gatos sólo tienen una vida: que el caballo blanco del Libertador era negro.
En suma, es una verdad incontrovertible el afirmar que la ola expansiva del sismo, terremoto o desplazamiento de placas no se mide por grados sino por metros. Por tanto, fue grave, inmenso, gigantesco. Doloroso y, por así decirlo tan, pero tan perjudicial para el chavismo gobernante, lo ocasionado por el mazazo que la ciudadanía le propinó el 22 de octubre, cuando 2.500.000 venezolanos decidieron elegir como su abanderada presidencial a María Corina Machado.
Esa ola expansiva les borró del mapa lo que pensaron era una certeza: que seguirían por años y años siendo los dueños del país y de su gente; que los venezolanos habían olvidado lo perjudicial que fue apostar por una gente inexperta para las tareas de gobierno pero suma cum laudem en demoliciones de todo lo bueno para construir todo lo malo; que su revolución vendría a crear no a destruir; a unir, no a desunir; que construirían un hombre nuevo, pero no pudieron porque de antemano se habían robado la arcilla.
Uno de tantos asaltantes del tesoro público, el tal Tareck El Aisami, que sustrajo casi 30 mil millones de dólares, que los guarda en su cueva y que sólo él sabe cuál es el “Ábrete Sésamo”, es el más ladrón de los ladrones, pero sigue libre, ya no en Fuerte Tuina, dicen, sino en la Siria de sus afectos a la cual llegó “coleado” en un avión presidencial.
Pero esa ola expansiva sirvió, además, para despejar el horizonte, que hasta el 22 de octubre estaba cubierto de niebla que le imposibilitaba a millones de venezolanos ver el futuro, y les mostró la senda correcta, la clara y la única alejada de toda violencia e ilegalidad cuando, en estricto apego a la democracia, salieron a ejercer su derecho a elegir a María Corina Machado como la líder de Venezuela, y con seguridad la nueva presidente de la república.
Lo hicieron, venciendo toda clase de artimañas del oficialismo, desesperado como está porque los venezolanos ya no lo quieren dirigiendo la nación; demostrándoles a todos los gobiernos y pueblos de la tierra el irreductible derecho a ser libres y soberanos, sin amos ni señores, sin posiciones ideológicas, sin cacicazgos, caudillismo o dictadores.,
La onda expansiva, asimismo sirvió para que el régimen definitivamente entienda que ya no tiene poder alguno, ni de convencimiento ni de mejoría pues, sin brújula, anda errante, dando tumbos, sin saber a ciencia cierta qué es lo que quiere y cómo cambiar. A estas alturas no puede inventar el agua tibia. Lo único que resta es pedir perdón por sus graves faltas cometidas. Pero son tantas, pero tantas, tantas, que resultará quimérico e irrealizable. Su futuro, entonces, ya es del todo incierto. Es un barco, lleno de piratas, pero cargado con mucho oro, a punto de estrellarse contra el arrecife.
Esa onda expansiva también sirvió para impulsar la fe y la esperanza, mucho más, en cuantiosa porción de ciudadanos que estaban a la espera de encontrar el camino cierto, el mensaje positivo, sincero y justo para el momento tan crudo que vive la república, que concretara ese paso hacia adelante.
Y lo fue dado, en gesto extraordinario por la multitud que colmó los espacios, en las comunidades, que los abrieron jubilosas, anhelantes, comprometidas con lo que María Corina Machado representa: un nuevo país, una nueva forma de gobernar, en fin, una nueva Venezuela.
AngelCiroGuerrero