Imagina el régimen, alocadamente seguro, no lo duda, desesperado como está, apoyado por sus aliados -que lo especulan, lo expolian, lo engañan y también lo roban- en que habrá de gobernar por mil años, como otro loco, un tal Hitler prometiera y fuese derrotado hasta que, cobarde al fin, se suicidó en su búnker de Berlín.
Piensa el régimen que el pueblo lo sigue acompañando y que a su alrededor son multitudes los que aún le adoran, porque el régimen todavía se siente más que poderoso frente a un pueblo que lo cree, resignado a ser por siempre su rodilla en tierra que le dirá, ad eternum, sí, sí y si a todo.
Una gran equivocación que, además, demuestra que el régimen está tan sordo que ni se escucha a sí mismo, siendo ensordecedor el ruido de la calle, sobre todo después de la gigantesca victoria ciudadana del domingo 22.
Los venezolanos se cansaron y están, ahora, gritando que quieren paz y libertad y que no quieren seguir viviendo en la pobreza y en un país destrozado como la Venezuela de hoy en día.
El régimen tampoco quiere entender que el cambio, y todo lo que de él se desprenderá favorable a una nueva Venezuela democrática, libre y soberana, ya ha comenzado, pero la soberbia, la prepotencia y el desparpajo no lo dejan.
Se olvida que la desesperación ha sido siempre mala consejera y ha provocado la caída de los que se han creído eternos. Son los mismos que se derriten consumidos por el miedo ante los gritos de la gente hastiada de tanto sufrimiento y ahora purgan sus incontables culpas en el degredo de la historia. Ese es, indudable, el destino que les espera a quienes no supieron honrar el compromiso que contrajeron con el pueblo, el de saberlo gobernar, el de engrandecer al país, no el de llevarlo a la ruina.
Vista está la gigantesca demostración de que ya no se les quiere, la dada por dos millones quinientos mil ciudadanos al elegir como su candidata presidencial a María Corina Machado; producto de la honda herida causada en mitad del corazón, que de antemano significa perder el poder, el régimen apela a su acostumbrado modo de desmeritar de cualquier manera el enorme triunfo del 22 de octubre.
Para ello, no repara en nada y fue, directo, a darle órdenes, como siempre lo ha hecho, a su personal bufete de abogados, para que declarase nulos todos los actos que implicaron el proceso de Primaria llevado a cabo, ante el mundo entero como testigo, por los venezolanos responsables del inmediato futuro de nuestra nación, sometida a los designios totalitaristas vestidos de rojo, en nombre de una revolución que no revolucionó nada y sí lo involucionó todo.
Esa medida denota la rabia, la sed de venganza, la actitud perniciosa de la dirigencia comunista, disfrazada de socialistas del siglo XXI, que les carcome, les mantiene en tensión, a punta de infarto, pensando en el peso de la derrota que les espera en las presidenciales, por más trampas, electrónicas o manuales que tratarán de llevar a cabo.
Pero esta vez encontrarán de frente a un pueblo decidido a defender sus derechos, que es elegir a María Corina Machado, la ya seleccionada coma abanderada de la nueva Venezuela, para presidir el gobierno que quiere darse, gústele o no a los representantes de la barbarie, los atilas de estos tiempos que llegaron dilapidando recursos billonarios y, a saco, sustrayendo otros tantos del tesoro público. Lo cual es probadamente cierto: pueden preguntarle a Tareck al Aissami, si acaso logran contactarlo en Siria, donde presuntamente viajó en avión presidencial hace ya algunas semanas.
Lo ocurrido es, sin lugar a dudas, la gran metida de pata del régimen. No se entiende, salvo que se crean intocables y se reconozcan brutos, torpes y siguieses, cómo y por qué los magistrados del gobierno, poniendo en juego la credibilidad del bufete, que no tribunal, que representan, asume esta decisión que, ante el concierto internacional, resulta una patada a la mesa donde reposan todas las constituciones democráticas que en el mundo existen.
No hay otra manera de entenderlo. Los constitucionalistas han venido calificando de improcedentes, fuera de la carta magna y sin asidero legal alguno la draconiana figura.
Con ella intenta el régimen amedrentar, torpedear y callar los gritos del pueblo, asunto que no podrán porque, como lo dice la cita bíblica, la voz del pueblo es la voz de Dios. Los venezolanos se expresaron, y punto. Tal como bien lo sustenta en sus declaraciones la dirigencia del MAS, “el camino electoral se volvió a convertir en una puerta para que los venezolanos podamos sacar al país del terrible conflicto en que estamos, por lo que ninguna decisión judicial puede desconocer el mandato popular y el gobierno debe asumir que es minoría”.
Y sentencia: “Todas estas acciones significan que al final el Gobierno nacional decidió acabar con la Primaria por la vía del mecanismo autoritario, sustentándose en las instituciones del Estado, para tomar decisiones que son contrarias totalmente a la democracia, a la representación popular y electoral”. Más claro no canta un gallo.
Ahora el régimen se empeña en mostrarse el adalid de nuestra reclamación del Territorio Esequibo, para tratar de limpiar el nombre del ya ido que, por ganarse a Guyana de aliado en su búsqueda del liderato latinoamericano, autorizó a su camarada de Georgetown a explotar las inmensas riquezas que abundan en los casi 160 mil kilómetros que corresponden, con todos los argumentos legales a Venezuela. Ese empeño, por lo demás, tiene que vigilarse y toda la república advertirle que una “jugada” de tal naturaleza debe darse dentro de los estrictos marcos internacionales.
No vaya a ser –comienza a escucharse- que Cilia, los Rodríguez y Diosdado y Padrino, convenzan a Maduro que definitivamente están electoralmente perdidos, porque toda la sociedad los rechaza, y lo induzcan al conflicto. Y, si Dios no lo permita, decrete el Estado de Excepción por largo tiempo indefinido, anulando así toda posibilidad de ir a elecciones presidenciales el venidero 2024.