PARTE II
La noticia de su llegada se ha esparcido por toda la comarca. Quieren verle, tocarle, recibir su abrazo cálido, ser bendecidos. Los niños le acarician su barba y la larga cabellera que se abre en dos cayendo sobre sus hombros. La túnica que viste es de color blanco, inmaculado; sus gastadas sandalias, de cuero. El movimiento de sus manos suaves, de dedos largos, flacos, que giran marcando en el aire saludando al infinito, es un gesto que agrada, que rinde a todos cuantos le rodeamos.
Sus ojos negros, grandes, muestran ternura. Su mirada, profunda, por igual hermosa. Todo Él irradia paz. La voz es dulce, cadenciosa. Explica muy claramente lo que afirma. Pedro y Juan, están a su lado siempre. El resto de los apóstoles se dispersan por los alrededores. Unos, de guardia: otros van con aldeanos a buscar alimentos. María, la madre y la otra María, la Magdalena, junto a varias mujeres llegan, casi imperceptibles. Se sientan alejadas de los hombres y disponen lo necesario para encender el fuego y cocinar la sopa que repartirán a todos. Lázaro, sigue feliz resucitado. Ya su cuerpo ha dejado atrás la palidez de muerto y, apoyado en su bastón, sigue atento lo que dice el Maestro en su conversación con el periodista.
Hay brisa. Mueve las hojas de los árboles y en el tronco de la vetusta ceiba y el viento, que silba, se estrella y reparte una oleada de frescura en el ambiente. El pequeño riachuelo, que cada medio siglo crece como un río, deja correr el agua que va bailando sobre las piedras. Del pueblo sube hasta el promontorio en donde está el Buen Jesús el oloroso aroma a piñate, el embojotado en “cachipo é plátano”; del dulce de lechosa, el de dátil y la conserva de piña y papelón.
El periodista deja correr su imaginación y siente a su lado a Juan de Castellanos, escuchando y escribiendo. El primer cronista en venir de España hacia América tiene ya buen tiempo viviendo en Margarita, venido de Cubagua huyendo de los estragos del terremoto ¿o tsunami? que arrasó la primera ciudad del continente, donde los conquistadores expoliaban a los Guaiqueríes que sacaban del fondo de la mar azul-clarita las perlas que brillaban de blancura y olían a plata. El entrevistado, también siente la presencia del poeta y, satisfecho, sonríe.
–Maestro, el hombre, visto está, al parecer prefiere la sumisión a levantarse y denunciar los atropellos. ¿Será, acaso, que la cobardía supera a la rebeldía, o que guardar silencio lo considera conveniente?
-Creo firmemente que el hombre, a quien mi Padre dotó de raciocinio, sabe diferenciar lo uno de lo otro. Quizás, cuando ese momento de tribulación suceda, habrá de pensar muy bien la decisión a tomar. No todos son cobardes ni tampoco todos muy valientes. Yo dejo en sus manos decidir qué hacer. No influyo para nada en restarle méritos, qué él debe lograr, ni tampoco le pongo los mangos bajitos.
-Maestro. Así lo entiendo: usted le muestra el camino que el hombre debe seguir. No es culpa suya si se equivoca y coge por un vericueto que le lleva, fatalmente, a ese barranco, como ya lo indica.
-Es una manera, igualmente, de incentivarlo a pensar, para saber resolver. También un modo muy simple de aprender a enfrentar los obstáculos por más grandes y peligrosos sean porque, al final, el hombre es el único dueño de su destino.
-Porque usted, lo creó, Señor. Le marcó el camino, le fijó el destino, le dio facultades que le han ido abriendo mundos. En suma, lo hizo grande; el único inteligente, que piensa y habla.
-Pues sí, mi querido amigo. Desde el principio, cuando lo ubiqué en El Paraíso, fue un rey. Lo tuvo todo…
-Pero reclamó que la soledad lo acosaba.
-Es cierto. Mi Padre tenía tantas tareas que cumplir en su empeño de crear los mundos y dentro de los mundos nuestra galaxia y en ella situar la tierra, que se olvidó del hombre. Pero, rápido, le buscó compañía y apareció Eva. Esa historia, así de manera sencilla explicada, la conoce todo el mundo. Adán, entonces, fue feliz, pero por poco tiempo…
-Sí, por poco tiempo, a consecuencia de la advertencia de Dios, Señor.
-Fue la única condición que les puso: la de no comer, jamás, la fruta del árbol prohibido. Adán cedió y comió la manzana que Eva tomó del árbol y se la dio, ganando la expulsión junto con su mujer y su tormentosa existencia desde entonces.
-Ya sabemos cuáles fueron los resultados, Maestro. Al respecto, ¿por qué Dios no perdonó ese error tan capital?
-Precisamente por serlo, periodista. Dios habló muy claro. Delimitó los espacios, colocando en cada uno las mil y una prebendas útiles a su comodidad. No les faltó nada. Tenían todo. Pero la avaricia rompió el saco.
-Perdone, Maestro, me atrevo a decir si no sería más bien el afán del conocimiento, lo que le ocurrió a la primera pareja de la humanidad.
-Ya dije que mi Padre los había dotado del poder del raciocinio que, tiene otras muchas virtudes. Le señalo algunas: reflexión, meditación y, por si fuese poco, cavilación Tenían toda la libertad para pensar y actuar, pero equivocaron la respuesta. Imperdonable.
-Entonces, Señor, cambio el tercio: ¿Sería, por casualidad, una ligereza, una torpeza o, cuidado si no un desafío?
-Fue, así lo digo, lo último. Se atrevieron a desafiar lo advertido por el Creador del Universo. Creyéndose fuertes, se mostraron totalmente débiles. Por eso fueron arrojados del Paraíso, con todo el enorme peso de la carga por el pecado original cometido. Desde ese instante, el hombre busca su propio camino. Lo cual ha sido, entre otras, una enorme experiencia.
-Siglo tras siglo, Maestro.
-Correcto, siglo tras siglo.
–Pero ha habido cambios. Todos capitales, algunos han transformado el mundo, lo han cambiado y, claro está, al hombre mismo, sobre todo en su pensamiento.
-Sí, desde luego. Recuerde usted que le dotó de inteligencia. La suficiente a cada uno para que “pueda resolverse”, como dice alguna gente.
-Por cierto, Señor, a unos más que a otros, si a ver vamos. Están los genios, los sabios, los superiores, distinguiéndose por su actuación en diferentes campos del saber y de la ciencia. ¿Cómo considerarlos en cada caso, Maestro?
-Que fuera, precisamente, un ejemplo muy válido para sus semejantes, en cada caso. A través del tiempo en el que les correspondió vivir, se mostraron humildes la mayoría, aunque a pocos les sonrió la fortuna, pero sí atesoraron todo el debido reconocimiento.
-El hombre sabio, sin duda alguna, es una persona admirable. De verdad, un ejemplo tal como usted lo explica, Señor. Fíjese, desde los que pintaron los animales en las Cuevas de Altamira, hasta los primeros en pisar la luna.
-Un gran paso de la Humanidad en cada caso. Precisamente eso es lo que Dios quería: que el hombre pueda distinguirse uno del otro; que pueda demostrar su superación en base al estudio, a la dedicación y al esfuerzo. Que tan importante fuese el científico como el labriego, y creo haber logrado, con creces, muy buenos resultados.
-Mencione algunos ejemplos, Maestro.
Me quiere usted comprometer, amigo mío. Pero haré el intento.: Leonardo Da Vinci, realmente un genio y junto a él, los destacados en el arte que en el mundo han habido. En la ciencia, Einstein. En la medicina, Barnard, el del corazón y Jacinto Convit, quien venció a la Lepra, En el manejo de la guerra, hay que mencionar algunos estrategas: Alejandro Magno, César y Napoleón. Destaco a Simón Bolívar, quien liberó a cinco naciones. En la música, me gusta mucho Beethoven. En la poesía. Neruda y en la novela, además de Cervantes, al Gabo García Márquez.
-Son pocos los elegidos. Es largo el listado de esos destacados, Señor.
-Sí, son muchos y en cada tiempo y circunstancia. Todos invalorables por su talento y en las disciplinas más importantes. Eso es cierto. Digamos que, con los arriba señalados, pudiéramos responder a su pregunta…
-De otra parte, Maestro, ¿qué opina de la política y de los políticos?
-Sobre la política dije que Dios dejó que la creara el hombre para que a través de ella pudiese manifestar su real interés sobre el acontecer de su gente, de su localidad, de su país, de su región y del mundo. Pero en la práctica, y es notorio lo que ha sucedido, el hombre utiliza en gran medida la política para encontrar soluciones a sus aspiraciones personales, con el pretexto de actuar defendiendo los intereses del pueblo. Eso siempre ha sido de este modo, salvo contadas excepciones. Por supuesto, la política domina todo y los políticos son, sin lugar a dudas, quienes mejor la aprovechan.
-¿Qué debe exigirse, entonces, a los políticos?
-Un paso al frente, delante de toda clase de audiencia y sincerarse. Poner en orden sus ideas, que no siempre están acordes con el pensar de la gente; reconocer que se han equivocado y prometer seguir el camino correcto.
-¿Lo harán., Señor, lo harán?
-Tendrán que hacerlo por las buenas, so pena de encontrarse en cualquier momento ante la grave disyuntiva de abandonar o de quedarse. Y si su decisión es la última, pues les queda demostrar sus nuevas credenciales que les serán muy bien escrutadas por la sociedad entera.
-Y sobre su basamento ideológico, igualmente, Señor.
-¡Claro! Eso es fundamental. El mundo actual navega en una sopa de letras, que, si se quiere llamar confusión. Son tantas sus lineamientos y al parecer un mismo objetivo: que, si a ver vamos, no siempre es el mismo. Todos hablan de trabajar a favor de los desposeídos, de acercarlos al progreso, brindarles protección a sus vidas, educación, fuentes de trabajo…
–Perdone, Maestro, ¿qué lo lleva a asegurar esta afirmación?
-Muy sencillo, amigo periodista: con sus fallas, que las tiene y con las debilidades, igualmente muchas, no hay dudas: las naciones que tienen como sistema de gobierno el democrático, comprobado está que producen y fomentan la paz, y en paz hay progreso y desarrollo. En suma, se vive en libertad. Sin duda, después de la vida, el don más preciado para el hombre.
AngelCiroGuerrero