La sexualidad no puede estar atada a modelos binarios o dicotómicos. No solo hay cara o cruz. La orientación del deseo no puede explicarse únicamente con la homosexualidad y la heterosexualidad, dejando de lado la bisexualidad o la asexualidad.
El género tampoco puede reducirse a masculino y femenino, olvidando la androginia y todas sus mezclas. Tampoco son suficientes las etiquetas hombre y mujer para explicar todas las identidades. Es un hecho que hay quienes no se identifican con ninguna de ellas y se sienten personas no binarias (Intersexualidad)
La intersexualidad apunta en esta misma dirección. Son personas que nacen con características sexuales –genitales, gónadas, niveles hormonales, patrones cromosómicos– que no parecen encajar en las definiciones típicas con las que se han dividido los sexos en base a estructuras anatómicas o fisiológicas.
Por ejemplo, una persona puede nacer con formas genitales típicamente femeninas, pero contar con testículos internos. O nacer con genitales que parecen estar en un estado intermedio entre los típicamente masculinos y femeninos. Un bebé puede nacer con un clítoris más grande de lo considerado “normal”, o carecer de la apertura vaginal, o tener un conducto común en donde desemboca la uretra y la vagina; o con un escroto que está dividido de manera que asemeja más unos labios vaginales.
Camino Baró, psicóloga y activista intersexual, señala que, “según la última ficha de las Naciones Unidas, la prevalencia de personas intersexuales alcanzaría un porcentaje del 1,7 %. Por lo que, seguramente, conoces a más intersexuales que pelirrojas. Hay más realidades intersexuales de lo que se supone”.
Ni un tercer sexo, ni en medio de nada
Las personas intersexuales no son un tercer sexo, ni están en medio de nada. Tampoco, necesariamente, han de estar instaladas en la indefinición. Son hombres, mujeres o personas no binarias, que son plurales también en cuanto a su orientación del deseo y sus preferencias eróticas. Ríen, aman, sueñan, se enfadan, juegan, trabajan, estudian, tienen familias, se emocionan, lloran…
De ahí que sea un error presuponer que serán fácilmente reconocibles por su aspecto. No es posible, pero es que además tampoco es necesario. Como afirma Mauro Cabral –citado por Núria Gregori en su tesis doctoral–, “pasan inadvertidos entre la gente porque son esa gente: la vecina heterosexual, el cura dando misa, el gay que va cogido de la mano de su pareja, el conocido del bar, la cuñada de alguien…”. Y añade que “aquellos a quienes se llama intersexuales somos, por lo general, hombres o mujeres que encarnamos una diferencia entre tantas”. La intersexualidad es una característica de la persona, no es su única condición. Se pueden ser, a la vez, muchas más cosas.
Como sucede con todo lo relacionado con la sexualidad, las intersexualidades también están rodeadas de diversidad. Por eso, Baró propone que “se utilice el término en plural, como un paraguas que acoja a todas y que se evite nombrarlas junto a la palabra síndrome . Propone que “se reconozca nuestra diversidad corporal y que, aunque algunas de estas condiciones impliquen complicaciones clínicas y requieran un tratamiento continuado, las intersexualidades no deben considerarse una enfermedad”.
Estas realidades siempre han existido y en la misma proporción. Hirschfeld, fundador del Instituto de Sexología de Berlín en 1919, ya se planteó su concepto teórico. Posteriormente, lo desarrolló Gregorio Marañón en su libro La evolución de la sexualidad y los estados intersexuales (1930). En él, escribe que “los estados intersexuales son originariamente fenómenos de la más pura normalidad”. Y que “lo masculino y lo femenino no son dos valores opuestos, sino grados sucesivos”.
Sin embargo, hoy en día el tema sigue rodeado de silencio y estigma. El desconocimiento es grande, y, consecuentemente, el colectivo intersexual se siente excluido. Dos ejemplos: no hay ni una sola mención de esta realidad en los libros de texto de toda la educación obligatoria y tampoco hay personas intersexuales en la esfera pública que hayan reconocido abiertamente su condición, y con quien otras pudieran identificarse.
Baró considera que, además de educación y visibilidad, hay otras demandas urgentes como “acabar con los tratamientos no consentidos a menores intersexuales. —Y añade—: A día de hoy, se siguen realizando gonadectomías (mutilaciones) o reconstrucciones de clítoris (ablaciones) a bebés y personas adultas con alguna diversidad corporal. Muchas de estas intervenciones se efectúan desde un criterio médico basado en la patologización de los cuerpos que no encajan en la norma binaria”. Así, esta experta considera que “son necesarios equipos multidisciplinares dentro de los hospitales y derivaciones a centros de referencia donde puedan recibir toda la información necesaria para empoderarse en la toma de decisiones”.
Otras reivindicaciones del colectivo son las de acabar con la discriminación en el deporte o en el acceso a determinados trabajos, como el ejército, y revisar los procedimientos de inscripción del sexo en el registro civil.
Al final, todo es mucho más sencillo. Como canta Rigoberta Bandini en Too Many Drugs, “todo reside en mirar, que dentro yo tengo un palacio real, lleno de cuartos donde patinar”. Es verdad que las personas intersexuales son peculiares en su desarrollo, en sus estructuras genitales u otras referidas a su anatomía o fisiología. Pero todos los seres humanos lo somos. Debemos reclamar y compartir los mismos objetivos que el resto, conocernos, aceptarnos y expresar nuestra erótica de modo satisfactorio.
El estigma, el silencio, el desconocimiento o la exclusión no ayudan a ello. Pero si se logran quitar esas cuatro barreras, el terreno de juego sería el mismo. Personas con cuerpos diversos, homosexuales, heterosexuales, bisexuales y asexuales, con muchos y pocos deseos eróticos, con pareja, sin pareja o poliamorosos, con un repertorio erótico plagado de rutinas o de aventuras, centrados en los genitales o paseando por cada poro de piel. Solo son personas que tratan de ser felices con su sexualidad, como todo el mundo.