Queda en manos de las tres terceras partes de los venezolanos la suerte de la república. Esto quiere decir, reencontrar la paz que nos permita el cambio y asegurar para siempre la libertad. Que nunca más regrese la represión en todas sus formas y el triunfo del bien sobre el mal sea el que traduzca en victoria el anhelo nacional. Que jamás la humillación, la dominación y la indignación vuelvan a ser el daño terrible que se le infringe a la gente y, a cambio, que en la conciencia popular no haya albergue para cualquier clase de venganza.
El país ha sufrido tanto y su destrucción es gigantesca que no habrá tiempo para los lamentos, porque llorar sobre sus ruinas es dejar de aprisionar lo que requerimos para asegurar la voluntad de reconstruirlo.
Ya El Todopoderoso nos marcó el camino correcto y no será otro el que nos lleve al encuentro definitivo de la reconversión de Venezuela en una nación definitivamente democrática. Será la llegada de la luz sobre las tinieblas en que ha estado viviendo la nación durante dos décadas y media. También marcará el porvenir para la patria, que habrá de ser uno de felicidad, de crecimiento, de diálogo, de entendimiento y de una unidad inamovible.
Las horas que restan para que se cumpla la histórica jornada, que así lo determinará el destino, que nos sirvan para reafirmar la decisión de cada quien, a favor del cambio, de la transformación que nos demanda la nación. Igualmente, para fortalecer el compromiso de trabajar por la nueva Venezuela. Ese empeño de cada quién debe ser enorme en el gesto y férreo en su ejecución, porque es una tarea ciclópea, una obligación de todos, la única meta.
En lo que va de historia contemporánea, nunca el país había sufrido las consecuencias de un régimen como el que ahora tiene la derrota en la frente; incapaz de una medida favorable al desarrollo cierto, el de verdad requerido, no el que impuso una revolución que no supo qué hacer porque nada tenía en sus alforjas, salvo anuncios preñados de ilusiones que, a la hora de buscarle el queso a la tostada no pasaron de ser frágiles piruetas al aire de dos malabaristas, vendedores de periquitos en cualquier ferian que sólo tenían hambre de poder.
O pudiera decirse, de piratas que desembarcaron al saco para buscar cada uno su tesoro, dejando el rastro de su pata coja en el lado contrario de la historia.
Se impone, desde ya, serenidad, confianza y fe. La una, necesaria, pues la calma despeja al espíritu y nos abre el entendimiento; la otra, porque acerca, cada vez más, al objetivo que pretendemos y tenemos al alcance de la mano. Y mucha fe en que el aguante soportado en largos y muy tristes 25 años ha sido coraza; la misma que emplearemos en la construcción de la Tierra de Gracia prometida.
Requerimos, pues, tranquilidad. La indispensable para que la gran tarea que nos aguarda ofrezca los mejores frutos; que sea la mejor cosecha en todo el proceso político vivido por todos; que recordemos que lo logrado, porque lo lograremos, será el producto del esfuerzo y sacrificio de todos los ciudadanos que queremos de verdad al país; que no lo hemos expoliado; que no robamos los dineros del pueblo y que, poco a poco, en resistencia, fuimos venciendo cada obstáculo.
Porque esta obra la construimos la mayoría ciudadana es, quiérase o no, de todos. Lo afirmamos, por cuanto algunos, que todavía están en la acera del frente, sabrán decidirse a la hora del voto, cuando sólo su conciencia será su único testigo.
Venezuela reafirmará su condición democrática, asediada y no vencida; le dirá al mundo que la libertad por la cual luchó la consiguió cívicamente. Pero eso sí, con la firmeza que un acto de tanta valentía requiere de cada ciudadano que colmó una a una las calles para exigirla, hasta conquistarla. Tras la tormenta vivida en años duros, que literalmente destruyó el país, el 28-J renaceremos.
Que al régimen no le quepa la menor duda y que por primera vez utilice la inteligencia, y no se le ocurra darle un palo a la lámpara, porque el mundo entero no se lo perdonaría.
Al adversario, que no enemigo, le deseamos suerte. La va a necesitar para resolver su grave problemática puertas adentro. Su liderazgo tendrá que rendir cuentas, que su reducida militancia le exigirá sean muy claras. Ya el país, que votará por el cambio, dará su veredicto y, la historia, ¡ay la historia! se encargará de juzgarlos. ¡Y de condenarlos!
AngelCiroGuerrero