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Para este merideño tan universal como Mariano Picón Salas, voz en receso, pero imagen perpetuada en el corazón de Mérida, desde su último libro nos advierte: “la realización de la justicia en el mundo de los humanos continuamente sacudido y desapaciguado por la libido cominandi y la libido possidendi, no puede darse sino mediante el derecho».
En tal sentido, nuestro entrevistado cree que “los deseos de dominio y posesión que nos inducen a hartamos de poder y de riquezas con menoscabo de nuestro prójimo, no pueden ser contenidos mediante el derecho».
De allí que “ese turbión avasallante e incontrolable que nos arrastra a colocar el poder y la economía por encima del alma y del espíritu, esto es, por encima del hombre mismo, no puede encontrar otro valladar humano que lo serene y equilibre, sino el derecho” que, en total acuerdo con Carnelutti, “no es otra cosa sino un puente entre la moral y la economía”.
Su amigo de siempre, Ramón J. Velásquez, le define como «excelente orador, parlamentario y tribuno en campañas políticas» que «también sabe manejar el arte de la escritura con diestra mano y claro pensamiento». Todo ello, desde luego, fundamentado «en la formación humanística que le dotó de los elementos filosóficos, literarios e históricos que son clave para entender la última razón de todos los procesos y de hacerse entender por los demás».
Agrega el ex presidente de la República que «no obstante su condición de político de tiempo completo» resulta siempre provechoso dialogar con Germán Briceño Ferrigni «sobre temas humanos y divinos». Igualmente deja en claro el historiador que Briceño Ferrigni, es un venezolano «cuyo conocimiento de nuestra historia política y capacidad de interpretación del comportamiento venezolano a través del proceso formativo de la nación están presentes en sus juicios que, muchas veces, tienen la virtud de síntesis de quien elabora y refina su pensamiento antes de pronunciar palabra».
Ido ahora Germán Briceño Ferrigni, en receso su voz de comprometido con las causas nobles, v porque esta conversación fue honrosa obligación llevarla a cabo en cualquier momento, basándonos en su último libro «Nieves y Mieses», estructuramos este foro, con todo respeto, admiración y el cariño que siempre le profesamos al Maestro. Centramos el trabajo en dos de sus magnífico textos: «Lección mínima», que analiza al abogado y su ejercicio, al derecho y a la sociedad, leído el sábado 29 de octubre de 1966, en el Aula Magna de la ULA; y «Los Tiempos de la Democracia», que fue su Discurso de Orden pronunciado en la Sesión Solemne del Congreso de la República, el día 5 de Julio de 1991, en ocasión de conmemorarse entonces el 180 Aniversario de la Declaración de la Independencia.
-Hace ya 33 años usted advertía el grave deterioro que tanto el abogado como el ejercicio mismo del derecho, presentaban ante la comunidad. El ejemplo, resultaba asimismo aplicable a las restantes profesiones. Sus advertencias y verdades se consideraron entonces y hoy en día como severas pero ciertas.
-Sí. Lo fueron y siguen siéndolo. Poco, si se quiere, ha cambiado y ello resulta lamentable. Fíjese usted: la situación se ha empeorado tanto que no han faltado quienes, movidos no ya por razones de ideología o de praxis, sino bajo el peso de la desilusión y el pesimismo, hayan llegado a sostener la necesidad de que se elimine la abogacía.
-De verdad lamentable, como usted lo considera.
-Sí. Para Ulpiano, los abogados eran sacerdotes justitiae et juris. D’Aguessaud afirmó que integraban una orden «tan antigua como la magistratura, tan noble como la virtud y tan necesaria como la justicia», y el Rey Sabio, en el Código que inmortalizó su nombre como la mejor de sus hazañas, estableció: «Cada llegada que el maestro de Derecho venga delante de algún Juez, que esté udgando débase levantar a él, e saludarle, e recibirle, que sea consigo: e si udgando contra este fiziese, pone la ley por pena que le pechen tres libras de oro».
-¿Qué sugiere usted, entonces, para detener, si acaso es posible a estas alturas, tan grave deterioro?
-Los testimonios que acabo de citar, cuya autoridad resulta ciertamente irrefragable, constituyen evidencias claras del aprecio y la estima en que se tuvo la profesión de abogado. Por tanto, los abogados debemos, ahora cumplir el nobilísimo cometido de restaurar la justicia, de la que es hija la paz, según lo asienta el más grande de los Profetas, Isaías, llamado el Evangélico por haber tenido la más luminosa y certera visión de Cristo, el Dios viviente.
-¿Y cómo seguir certeramente el consejo del Profeta, el que subió al cielo, en un carro de fuego?
-Nadie puede desconocer la crisis profunda que vive nuestro gremio, ni negar al morbo que lo corroe o inadvertir la enfermedad que lo debilita y quebranta. No sólo por medio de la sátira, o por el camino de la sabiduría popular que se expresa en ese código de recelos y desconfianzas que es el refranero popular, sino en sólidos estudios de juristas insignes, se plantea el asunto.
-Como usted muy bien lo cita: «un indio a quien llamaban Zapote Quilla y llegó a ser Libertador de México, definió la paz como el respeto al derecho ajeno, y Mercader afirma que no sólo la justicia sino la jurisdicción, giran en torno a la idea de la paz.
-Eso es correcto. Mire usted: paz y derecho vienen a ser dos términos no sólo íntimos, sino imprescindibles. No puede existir el uno sin el otro. Perturbada la paz, el derecho se lastima y vulnera. Donde el derecho es desconocido, la paz es «la tranquilidad del orden» y el único medio que puede ‘conducirnos al logro de esa apacible y ordenada serenidad es la justicia en sus cuatro modalidades coincidentes de la que es unidad y no suma distributiva. Eso es correcto, porque sin paz no hay derecho, pero también sin paz no hay libertad. La dictadura, de cualquier signo, siempre apuntala la tranquilidad y el orden para tapar precisamente la ausencia de la libertad. La realización de la justicia en el mundo de los humanos continuamente; acudido y desapaciguado por la libido dominandi y la libido possidendi, no puede darse sino mediante el derecho.
-Pero cualquier dictadura lo primero que comienza por desconocer es al Derecho mismo.
-Porque los deseos de dominio y posesión que nos inducen a hartamos de poder y de riquezas con menoscabo de nuestro prójimo, no pueden ser contenidos sino mediante el derecho.
-De allí que el dictador no sólo lo desconoce sino que también trata de exterminarlo.
-Ese intento se convierte entonces en turbión avasallante e incontrolable que lo arrastra, por ejemplo, a colocar el poder y la economía por encima del alma y del espíritu. Esto es, por encima del hombre mismo.
-¿Cómo frenarlo?
-En esa carrera loca quien así proceda no podrá encontrar otro valladar humano que lo serene y equilibre, sino el derecho mismo. De allí que el derecho, en frase de Carnelutti, «no es otra cosa sino un puente entre la moral y la economía».
-Ante sus alumnos, no sólo en la Universidad sino en la calle, usted argumentó que el derecho, para cobrar vida y cumplir su fin, requiere de operarios que asuman plenamente la vocación y la responsabilidad de realizarlo.
-¡Claro! Esos obreros del derecho, como dice Carnelutti, somos los abogados. En última instancia, los abogados no somos otra cosa sino instrumentos de la justicia para mantener la paz.
-Pero «si esto es así, ¿por qué entonces esta situación menospreciada en la que al abogado se le exilia y se le arrincona?».
-A la suya agrego otra pregunta: ¿Por qué de pronto se nos tiene y juzga, no como factores de nivelación y equilibrio, sino como causa de todas las discordias, discrepancias, conflictos y enredos que pudieran suscitarse?
-Este foro es una oportunidad para tales respuestas.
-Cuestión que agradezco. Recordemos pues que Calamandrei, para contestarla, desmenuza las causas del mal e incluye en ellas, desde el modo como suelen hacerse los exámenes en muchas facultades de Jurisprudencia, hasta el número excesivo de profesionales de nuestra rama. No obstante, se nos antoja más adecuada la respuesta de que muchos, muchísimos de nosotros, han dejado de ser hombres de pensamiento y de fe.
-Verdad muy dolorosa.
-Terrible, además, porque togados por la Universidad para cumplir cometidos elevados, prescindieron del pensamiento que ella les inculcó y perdieron la fe en los valores que estaban llamados a servir y a realizar.
-Y la situación se profundizó y acrecentó con el tiempo.
– Sí, porque instruidos para amortiguar la apetencia desmedida de poder y de bienes en los demás y en sí mismos, esos abogados hiciéronse esclavos de estos mitos y en su escala de amor al semejante, antepusieron al poderoso y postergaron al desvalido.
-«¿Forjados para realizar la moral a través del derecho, derrumbaron el puente y se quedaron del lado de la economía?».
-Exacto. Educados para servir el ideal de la paz, prefirieron ser germen de conflictos, origen de discordia, causa de desavenencias y odios. Moldeados para llevar a cabo la justicia, fomentaron la desigualdad en la medida de su medro.
-«¿Hechos para el estudio consciente de cada caso, escogieron irse por el atajo fácil del rábula que prefiere el estipendio rápido a la reflexión serena? «.
– Lamentablemente, sí. Elásticos y flexibles, abandonaron la rectitud de conciencia y amoldaron ésta, no a la exigencia del deber, sino al requerimiento de la componenda. Por eso afirmo que el mandato «seamos los más fuertes y los más tenaces» ha sido sustituido por el de «seamos los más hábiles y los más audaces».
-Entonces el desprestigio tiene fundamento comprobable.
-Desde luego. En estas conductas desarregladas, en estos comportamientos incongruentes con la misión del abogado, por reñir con toda idea de honor y virtud profesionales, está la raíz de buena parte del desprestigio y la desconfianza con que muchos nos miran.
-Un cuadro, como usted dice, desolado y abrupto, yermo y desértico.
-Tan cierto es que vale la pena reflexionar sobre el consejo que Su Santidad Paulo VI dio a la Asociación de Juristas Católicos el 15 de diciembre de 1965: «No sólo hay que convertir la profesión en algo bueno, no sólo se la debe santificar, sino que la misma profesión ha de ser considerada como santificante, como algo que perfecciona».
-Todo lo que usted examinó ante una Aula Magna repleta de autoridades y de alumnos, de abogados y jueces, ¿no es válido para los demás profesionales?
-Mis reflexiones son aplicables, lógicas mis propuestas y dolorosas mis verdades
-Maestro, ¿lo que usted tan frontalmente examina no tendrá, acaso, origen en nuestra conducta como estudiantes y en la manera en que la Universidad nos acepta como tales y nos forma como profesionales?
-Mire usted: el hombre es un ser pluridimensional y hay que considerarlo, por lo tanto, en toda la riqueza de su realidad. Esta plenitud, insusceptible de ser desdoblada en aspectos parciales, sin que el todo se amengüe y desnaturalice, habrá de tenerse como un hecho vivo. Nada que incurra en el modismo estrecho y unilateral podrá servimos de métodos para edificar hombres enteros.
¿Qué métodos debemos emplear a cambio?
-No debemos propender a estimar en el hombre una parte, sino en conjunto armónico y coherente de su integralidad. Estas ideas se me ocurren a propósito de la misión que la Universidad debe cumplir con respecto a quienes buscan en su seno el hallazgo de un camino, la invención de un derrotero, el descubrimiento de una meta, que han de ser vitales y humanas y divinas, para que adquieran fisonomía y perfiles de destino.
-De no ser así, ¿a qué peligro estaríamos sujetos?
-Si la Universidad se dedica sólo a formar al hombre técnico, al hombre económico o al hombre estético, no habrá formado al hombre. Apenas si conseguirá construir expertos o peritos. Es necesario, por lo tanto, proceder con un criterio totalista que por su amplitud nos permita evaluar con tino y certidumbre la trascendente proyección humana.
-¿Estará la Universidad realmente comprometida a realizar tamaña evaluación?
-Debe estarlo. De todos modos, aconsejo la necesidad de revisar, con espíritu reflexivo y crítico, si nuestra enseñanza superior cumple cabalmente con las exigencias deontológicas y si, a la vez que impartimos ciencia, fraguamos conciencia. Tal vez nos demos cuenta, luego de ese análisis, que no cumplimos con este último objetivo.
-¿Y si de todos modos resulta así?
-Ello sería grave, porque entonces la Universidad llegaría a ser, en último término, con-causante de la crisis que sacude hoy en día no sólo a los abogados, sino a todas las profesiones en las que ella nos doctoran. Usted se pregunta, «con franqueza áspera y desnuda, si todos en nuestras universidades nos dejamos presidir por ese espíritu comunitario y coordinativo que es indispensable para que éstas devengan en pacíficas y fecundas o si por el contrario, desconociendo el derecho ajeno, las hacemos campo continuo de rudas fricciones». Y también me pregunto si será hora de reflexionar sobre la mejor manera de cómo todos, por sobre las diferencias que puedan disociarnos, podríamos asumir una actitud de noble desprendimiento, para que en la estimativa de nuestros valores culturales, la Universidad siga ocupando el rango primario y la jerarquía más alta, en el que se produce un nuevo alumbramiento, cada vez que la ULA echa a la vida un nuevo grupo de profesionales que, querámoslo o no, van a ser la proyección exterior de lo que aquí vivieron y aprendieron.
-Muy cierto, muy lógico, muy necesario
-Por supuesto. En el proceso de restauración del hombre a la Universidad le compete un papel primordial e inexcusable. Ella debe difundir luz, sin olvidar jamás que ésta no sólo brota de la minuciosa pesquisa del microscopio, sino que se halla diáfana y esplendente en el milagro eterno y habitual de la revelación. Ella debe regar ideas y esparcir enseñanzas, pero, por sobre todo, debe constituir la herramienta fundamental en la grande y ya inevitable empresa de devolverle al hombre su esperanza.
-¿Usted lo cree posible? ¿No será más bien una utopía? Recuerde: hoy en día hemos perdido todo, hasta la conmiseración.
-Cierto. Pero aún confío en el hombre. Sucedidos como vivimos en un mundo de incomprensiones e intolerancias, ¿no habrá llegado la hora de limar las asperezas que nos separan; allanar el foso que nos aísla y derrumbar los muros que nos escinden? Cada abogado que egrese de nuestras Universidades debe recordar que Dios ha puesto su Ley en nosotros y la escribió en nuestros corazones. Según lo anunció el Profeta Jeremías: procuremos realizar esos mandatos, que son los mismos recibidos por Moisés, en medio de la zarza de fuego incombusto.
-Maestro: en su ausencia se han suscitado eventos extraordinarios para el país. Incluso el soberano -que así llaman al pueblo ahora- votó por una nueva Constitución y eligió ya sus constituyentes. ¿Creía usted necesario sustituir la actual por otra Carta Magna?
-Nos queda asumir con decisión y valentía la empresa de darle al país el cambio de rumbo que proclama, patéticamente, en esta hora dramática; y una reconciliación auténtica con los ideales y valores que engrandecieron nuestra marcha social, para obviarle a la nación el riesgo de que vague incoherentemente y errática hacia el porvenir, seducida por la inmediatez del pragmatismo, debe ser el compromiso y la tarea taxativa de todos aquellos a quienes nos duele Venezuela y su destino.
-Pero todo el mundo acordó que la democracia tiene inmensas fallas, que deben corregirse para fortalecerla de inmediato.
-No lo niego, pero debemos recordar que Jefferson, el redactor de la Constitución norteamericana fue, entre los padres fundadores de ese gran país, el que tuvo un concepto más preciso y elaborado de la democracia, equivalente al de soberanía, en la escala de sus valores políticos. La concebía como el único instrumento capaz de establecer el necesario equilibrio entre el disfrute de la libertad y el derecho a la igualdad, y como el entorno más propicio para la realización de ideales republicanos y la búsqueda de las metas y redención y justicia, hacia las que el hombre propende.
-La acusan, pobrecita, de ser originaria de toda clase de males.
-Culpa, y mucha de lo que acontece con nuestra democracia la tienen los políticos que no han entendido cabalmente la política, que es el arte de gobernar y de gobernar bien a la sociedad, sino que la ejercen con ligereza y desaprensivamente.
-¿Qué aconseja para fortalecerla y evitar así su posible sustitución por un régimen totalitario?
-Con una pedagogía que hallara en las conductas de la dirigencia el modo más convincente de captar aliados y hasta seguidores entusiastas, podríamos lograr que las nuevas generaciones, presas de la perplejidad y la desorientación, como lo añoraba un gran demócrata latinoamericano, «amaran la democracia con el viejo amor romántico de los antepasados que por ella -apenas su visión entrevista- sembraron huesos y dieron humus fecundo al bosque joven de nuestra república
-¿Funcionaría? ¿Está usted seguro?
-Estoy seguro de que así ocurrirá y por eso, a quienes preconizan su derrumbe y a cada instante anuncian su catástrofe y su ruina, me atrevo a decirles, con convicción, que nuestra democracia, y los partidos que la sustentan, a pesar de sus debilidades y de sus manchas, no ha traspuesto el fatídico dintel del Dante, ni se hallan abandonados contra toda esperanza.
AngelCiroGuerrero