Llegamos esta semana al final de una campaña presidencial que marcará para siempre la historia de nuestra Venezuela. Un final de emociones encontradas.
Por una parte, nos mueve la esperanza y la voluntad de rescatar a nuestra amada Venezuela. Rescatarla de las manos de una camarilla corrompida, inepta y pérfida que nos hundió en la miseria y en la división como nación.
Nos mueve la alegría de poder ser cada uno de nosotros protagonistas de ese anhelado cambio de rumbo. De contar con reservas morales y políticas con la capacidad para conducir y hacer realidad esta lucha.
Nos mueve también la indignación ante el grotesco abuso de la camarilla roja que ha pretendido perpetuarse en el poder haciendo uso de todos los recursos del estado, impulsado una política de represión, persecución, encarcelamiento y hostigamiento a miles de ciudadanos por colaborar o atender al liderazgo democrático del país y participar en la campaña.
Nos mueve la férrea determinación de ser libres, de volver a tener democracia y bienestar. La ciudadanía venezolana entendió cabalmente la naturaleza autoritaria de este régimen político. Cada venezolano siente en su vida cotidiana la existencia de un sistema despótico que violenta, en cada una de sus actuaciones, sus derechos fundamentales.
No solo se admite la existencia de una dictadura por el control absoluto de los poderes del estado. Hasta hace unos pocos años, muchos compatriotas no lo percibían de forma tan nítida, pero en la medida que la cúpula roja fue perdiendo respaldo popular, se incrementaron las prisiones, presiones, chantajes y extorsiones.
Desde suspender servicios controlados por el estado como el empleo, el servicio de gas, la vivienda, la bolsa de comida, el acceso a un servicio de salud hasta la gran cantidad de presos políticos y la brutal censura en los medios, evidencian claramente la falta de libertades.
Hay también un sentimiento en pro de justicia ante tantos daños realizados. Son millares las víctimas del sectarismo, de la violencia institucional y política, de la corrupción y del saqueo. Ciudadanos muertos, heridos, encarcelados, empobrecidos son una herida abierta en el corazón de nuestra sociedad.
Llegamos al final de la campaña electoral más truculenta de nuestra historia. Nunca antes habíamos asistido a una campaña donde todo el aparato del estado estuviese al servicio de una candidatura presidencial.
Nunca antes se había hecho una campaña en medio de una brutal persecución policial, con una censura de medios tan grave como esta. Nunca antes se había adelantado una operación de hostigamiento como el que hemos experimentado en estos meses.
Aun así, vamos con determinación a votar el próximo domingo. Sabemos que es nuestra oportunidad. Que el voto es nuestra arma como ciudadanos de bien que buscamos con pertinencia y paciencia esta solución pacífica a la tragedia en la que nos hundieron.
Vamos a obtener una contundente victoria ciudadana. Vamos a lograr sacar, voto o voto, a Maduro de Miraflores. Eso nos obliga aún con mayor compromiso a transitar la victoria con humildad y sindéresis.
Por muy duros que hayan sido estos años, por muchos sentimientos que tengamos acumulados debemos tener grandeza en la hora de la victoria. Que nadie se sienta autorizado a tomar justicia por sus propias manos. La hora de la justicia llegará.
Al lograr el triunfo nos corresponde cuidar La Paz y la convivencia civilizada para poder iniciar el gran trabajo de reconstruir espiritual, institucional y materialmente a nuestra amada Venezuela.
Llegó el tiempo de iniciar nuestro siglo XXI.