Bajo el nombre de ‘alergia al sol’ se engloban distintas patologías que tienen como denominador común la aparición de síntomas cutáneos debidos a la radiación ultravioleta. Por suerte, existen tratamientos eficaces y se puede prevenir.
La existencia de la alergia al sol es motivo de controversia. Los propios expertos, fundamentalmente dermatólogos y alergólogos, no se ponen de acuerdo. Hay quien opina que no existe como tal porque sus mecanismos patológicos son distintos a los de la alergia al polen o a alimentos. Otros consideran que, en realidad, lo que realmente importa es tratar las reacciones que puede desencadenar el sol y esa denominación resulta muy útil en el día a día.
Entre los que consideran que sí existe se encuentra Juan José Liñana, alergólogo del Hospital Vithas Valencia 9 de Octubre, quien puntualiza que, a diferencia del resto de alergias, en este caso “se desconoce la causa”. Está claro que se trata de algo “que desencadena la radiación ultravioleta en la piel, algún producto que se produce y que supongo que en algún momento se llegará a encontrar”. De hecho, hace años se hallaron indicios de esa sustancia misteriosa en experimentos en los que se logró reproducir la reacción en personas no afectadas inyectándoles suero (el líquido que se obtiene tras permitir la coagulación de la sangre y eliminar el coágulo resultante) de individuos que sí eran alérgicos al sol. Tras recibir ese suero, presentaban los síntomas característicos de esta alergia cuando se exponían al astro rey. “En esos experimentos, que ya no se hacen, no se pudo identificar la proteína que produce la reacción”, indica el alergólogo.
Un mismo nombre para distintas dolencias
Para complicar un poco más las cosas, bajo el paraguas de alergia al sol se suelen englobar varias patologías. Tal y como explican desde el Comité de Alergia Cutánea de la Sociedad Española de Alergología e Inmunología Clínica (Seaic), “coloquialmente se conoce como alergia al sol a un grupo de trastornos que cursa con una reacción exagerada de la piel tras la exposición a la luz solar, bien sea desencadenada o agravada por dicha exposición”.
Entre estos trastornos, que son poco frecuentes, los más comunes durante el verano, y especialmente durante los primeros días de exposición al sol, son la erupción polimorfa lumínica y la urticaria solar. “La erupción polimorfa lumínica afecta a entre un 10% y un 20% de la población general, habitualmente durante la tercera década de la vida, y algunos autores afirman que se observa cada vez en personas más jóvenes, probablemente debido al cambio en los hábitos de exposición solar”, apuntan los expertos de la SEAIC. Se caracteriza por la aparición de ardor, ronchas, granitos y a veces ampollas en las zonas expuestas al sol, generalmente en la cara, escote, antebrazos y piernas. Suele ir desapareciendo en sucesivas exposiciones solares, a medida que la piel se broncea. Generalmente no reviste gravedad ni se suele asociar a síntomas generalizados. Las lesiones duran entre dos y seis días.
La urticaria solar consiste en la aparición de ronchas o habones que cursan con picor. Generalmente, las lesiones desaparecen sin dejar huella al cabo de tres horas, aunque pueden durar un tiempo máximo de 24 horas. Este tipo de urticaria es poco frecuente (representa menos del 1% de todas las urticarias) y predomina en mujeres que se encuentran en la tercera y la cuarta década de la vida. Típicamente tiene lugar en las zonas expuestas al sol, si bien aquellas que habitualmente están más acostumbradas a la exposición lumínica, como la cara y el dorso de las manos, podrían no verse afectadas debido a un fenómeno que se conoce como desensibilización. Cuando la superficie expuesta al sol es muy amplia, pueden observarse síntomas sistémicos, como dolor de cabeza, mareo, hipotensión y, en casos más graves, una reacción sistémica conocida como anafilaxia. Afortunadamente, estas manifestaciones graves son muy poco habituales.
Asimismo, tal y como indica Liñana, “hay otras patologías, como las porfirias o el lupus, en las que actúa el sol”. Las personas que tienen porfiria cutánea desarrollan ampollas, picor e inflamación en la piel cuando se exponen al sol. En el caso del lupus, se ha comprobado que los rayos ultravioleta pueden activar o empeorar la actividad de esta afección en la piel y en otros órganos.
Cuidado con los cosméticos y medicamentos tópicos
Existen otros problemas achacables a la radiación solar, como las reacciones fotoalérgicas en las que la luz del sol actúa como un activador de un alérgeno específico -que puede ser un medicamento tópico, como antiinflamatorios y anestésicos, o bien cosméticos y perfumes aplicados sobre la piel-, desencadenando un eccema (zona con enrojecimiento, picor y descamación) que aparece tras varias horas de la aplicación y tarda hasta una semana en desaparecer. “El diagnóstico se realiza mediante una historia clínica completa llevada a cabo por el especialista y las pruebas de fotoparches (aplicación en forma de parche -habitualmente en la espalda- de la sustancia sospechosa durante un periodo de 48 horas). En cuanto al tratamiento, se recomendará la evitación del alérgeno específico y el empleo de corticoides tópicos”, especifican desde el Comité de Alergia Cutánea de la Seaic.
Prevención y tratamiento de la alergia al sol
Las medidas de fotoprotección solar adecuadas (ropa con protección UV, cremas solares con factor de protección de al menos 50 y medidas de barrera como sombreros y gafas de sol) suelen ser suficientes para prevenir la erupción polimorfa solar y los casos leves de urticaria solar. Para este último trastorno, los antihistamínicos suelen ser muy útiles.
En los casos más graves puede ser conveniente el uso de fototerapia o la desensibilización, que se realiza de manera controlada por el especialista y consiste en la aplicación de dosis repetidas de la longitud de onda de la luz a la que está sensibilizado el paciente. Este tratamiento induce una tolerancia transitoria, por lo que deberá repetirse cada cierto tiempo. En los casos rebeldes a los tratamientos convencionales, pueden emplearse otros tratamientos, como inmunoglobulinas, ciclosporina A e incluso anticuerpos monoclonales.