En mi hotel de Ciudad de Panamá redacta, casi a la medianoche, las notas de nuestra visita al Sha en Isla Contadora cuando José Félix saltó de la cama, al lado de la mía, al escuchar en su pequeña radio de pilas la fulminante noticia: a escasas dos horas y a muchos kilómetros de allí, en una calle de edificios viejos, de caserones de madera, teja y barro cocido, el ejército había entrado, a sangre y fuego, al local del Partido Demócrata Cristiano de El Salvador y ametrallado a los brigadistas de las Ligas Poluares-28 de Febrero, que mantenían allí, secuestrados, a doce rehenes, entre ellos la hija de un miembro de la Junta de Gobierno Salvadoreña; la esposa del ministrito de Educación del régimen y a un vendedor de baratijas.
Los democristianos, decía la noticia, que venían retrasando las negociaciones, habían urgido al gobierno a darle pronta y drástica solución a la toma del PDC. El pretexto buscado (porque en Panamá así lo conocí) fue originar una balacera en la calle (que, muy bien pudo ser protagonizada por miembros de la UGB oficialista) y ocasionar la muerte de un policía.
Cometido este primer asesinato, soldados y seguridad asaltaron la sede democristiana. Desde luego que los muchachos (el mayor jefe de la “Operación Toma del PDC”, tenía escasos 22 años), resistieron respondiendo al fuego, pero sitiados, y ya con cuatro de sus compañeros destrozados por las gruesas balas de las ametralladoras se rindieron entre la desesperación y la rabia.
Un total de 25 heridos fueron llevados por los soldados a los Puestos Asistenciales de la capital salvadoreña. Los cadáveres de los combatientes de las LP-28 –tal como se observa en la radio foto publicada por todos los diarios del mundo- fueron tirados en el piso de una camioneta.
Cuadras más allá, otros 11 cadáveres permanecían todavía en las calles céntricas, cercanas al Ministerio de Educación. También eran todos estudiantes. Quizás algunos de los que acompañamos en “la toma” del edificio ministerial, durante la cobertura que de la guerra civil hicimos en El Salvador.
Los masacrados en el local del PDC sí los conocimos. Y los entrevistamos cuando acudimos a esa sede partidista, el primer día de nuestra llegada a la convulsionada El Salvador. La noticia, escueta, aterradora, me paralizó. Recordé, cómo golpeándome las sienes, lo que me había dicho el líder de la acción:
“No queremos sangre, ni respondemos a provocaciones. Lo que sí queremos es que los democristianos de la Junta contra- revolucionaria de Gobierno liberen a nuestros hermanos presos. Si vienen a matarnos, aquí moriremos…”.
Me dio rabia. Y vergüenza. Abrí, violento, el sobre que había cerrado ya para enviar a Caracas, busqué desesperado las fotografías donde estoy entrevistando a los dirigentes de la toma y sentí que no era justo que, en un país de este continente, amargo, se asesinara a los jóvenes, mientras los mayores ordenaban tranquilamente su ejecución. Y una vez más creí que la injusticia y las pasiones políticas beben sangre.
No importa en este momento cuál es la mejor de las trincheras, cuál es la ideología cierta; si me importa sentir en carne propia que quizás en el local de un partido que se ha convertido en principal cómplice de la represión del pueblo salvadoreño, se hubiera quebrado la vida de un niño (de 12 años), que me brindó café, en bolsita de plástico, cuando fui a entrevistar a los revolucionarios que se tomaron el local que se tornó en escenario del asesinato; bolsita de plástico que le entregó su madre, a través de la reja, la misma que fue derrumbada en los minutos iniciales de la tragedia.
Y recordé también los muchos otros niños que vi tirados en las calles de Managua y de pueblos y caseríos nicaragüenses, destrozados por los morteros o las balas de la P.50 de Somoza. Entonces soñé que sobre la injusticia y las pasiones políticas la libertad plena, algún día, habrá de llegar a tierra salvadoreña.
AngelCiroGuerrero
Este texto lo escribí en Ciudad de Panamá, hace ya 44 años, al conocer la triste noticia del asesinato de los muchachos que tonaron la sede del Partido Demócrata Cristiano en San Salvador. <la matanza ocurrió en febrero de 1980,