Ya vamos arribando a los veinticuatro años de gobierno socialista, y nada que se aproxime Venezuela al encuentro de una verdadera, estable y decidida situación de paz. La urgencia de alcanzarla es actualmente uno de los más preciados sueños de la inmensa mayoría democrática.
Eso es cierto y negarlo es ir contracorriente.
Han resultado, hasta la fecha, tan innumerables como fallidos, los mensajes promoviéndola. Unos más y otros menos, tales llamados, hay que reconocerlo así, no han tenido efecto práctico, lo cual es en extremo lamentable. Aunque provenientes de todos los factores realmente interesados en lograr, la paz política en el país parece imposible. Tirios y troyanos no ceden un milímetro en sus tozudas posiciones.
Piensan que, de hacerlo, pierde poder el que lo tiene y el que no la oportunidad de tenerlo. Estos últimos siguen soñando que les caerá del cielo, y los dueños del tinglado se pertrechan cada día para impedir cualquier oposición que electoralmente huela a desalojo. Es decir, con su reprobable actitud, ninguno muestra querer a Venezuela.
La paz es tan necesaria, como el agua, la luz, la seguridad, la salud. Digámoslo, es uno de los principales “servicios públicos” al cual se le deja de lado, se le olvida como si fuese un estorbo, un trapo viejo.
Pareciera no importarles a los que tienen la suprema obligación de recatarla, de regresársela a la gente que la reclama con urgencia. Por el contrario, la desprecian. Después se lamentan que la opinión pública, cada vez con mayor insistencia, les va negando apoyo; que el rechazo sea muy alto y peligroso para este tipo de políticos y pocos, muy pocos ya, apuestan por los partidos.
El panorama, por tanto, es muy triste. El descrédito, terrible para una democracia que requiere de estas organizaciones todas llamadas a ocuparse de la gente, según la ideología que defienden. El liderazgo, serio y responsable que aún queda, aunque muy reducido, ya no sabe cómo enfrentar esta verdad, aterrado por la incursión en la nueva política, la de estos tiempos, de tanto irresponsable, totalmente ignaro, que a mazazo limpio llegó y se quedó.
La paz es indispensable, si se quiere avanzar hacia un gran país desarrollado, pues nada se gana con el enfrentamiento, el resentimiento, la venganza, la retaliación, el pase de factura, la denuncia falsa.
Igual con un gobierno que a cada rato evidencia mayor represión y poco entendimiento; que desconoce derechos, leyes y llama a estar en permanente ataque contra el que considera enemigo y no adversario; que si llama a la paz mediante el discurso incendiario, que le resta sinceridad y veracidad, fácilmente se aprecia que lo hace, cada cierto tiempo, cuando se entera por las encuestas que su imagen no está siendo percibida como buena sino evidentemente mala, muy mala.
Hay que advertir que se está a tiempo, todavía, de efectuar un «barajo», como afirma Morel Rodríguez Ávila, capaz de resolver la cruda situación en que vivimos los venezolanos. Es imperiosa la advertencia porque, no se niega, hay que asegurar la democracia. Y la democracia se asegura como sistema de gobierno, teniendo en la paz su principal columna.
La paz abre espacio, gigantesco, a la convivencia y, con paz y convivencia, el país habrá de encaminarse hacia la cima, venciendo dificultades, claro está. De lo contrario, nos espera la sima, Dios nos libre, de donde no podríamos salir más nunca.
Por eso, se impone meditar, y muy en serio, a todos, acerca del daño que se le está ocasionando al país actual y al que vendrá. Si lo queremos unidos o lo queremos destrozado en pedazos, que sería culpa de los que, pretendiendo mayoría porque mal gobiernan, quieren seguir gobernando, y otros porque personal e interesadamente buscan el poder, sin reparar a ciencia cierta la gran equivocación que a ambos les disloca.
El país los viene juzgando, a unos y a otros, responsablemente. Les exige, casi a grito, que se empeñen primero en fundamentar la paz; que le hablen a Venezuela con la verdad en la mano; que no sigan escondiendo sus cartas bajo la manga, que se le descubrirán finalmente; que se preparen mejor para convencer del porqué sufragar por ellos.
Desde luego, que para lograr esa paz y el cambio que se anhela, el oficialismo debe instrumentar y respetar la realización de unas elecciones verdaderamente libres, sin su intervención en el democrático manejo de los resultados. Primer paso para una paz definitiva.
AngelCiroGuerrero