A cuatro semanas del 28 de julio, el país está como nunca antes dispuesto a salir a votar. Es la única y mejor respuesta que el venezolano puede darle a la troika gobernante, después de 25 largos años de sufrimiento.
Esa emoción, que se aprecia en cualquier caserío, aldea, pueblo y ciudad del mapa nacional, desde luego va creciendo por lo que se supone que, cual avalancha, el día de las elecciones, millones de votos darán sepultura, y para siempre, al socialismo del siglo XXI, la enorme y gigantesca farsa que la fallida revolución roja-rojita intentó sembrar en Venezuela.
Ése y no otro será el resultado definitivo. Así lo está afirmando el cada vez progresivo movimiento ciudadano que, desde hace mucho tiempo se inició en el país y tuvo el 22 de octubre el extraordinario triunfo democrático de la sociedad civil frente al régimen cuando, en demostración de valentía, decisión, inteligencia y fuerza, eligió a María Corina Machado como la verdadera líder de la oposición venezolana.
Desde luego que hay variadas lecturas acerca del porqué de esa avalancha –que muchos opinan será un tsunami-. ¿Razones? Entre las principales: el engaño en que el liderazgo revolucionario mantuvo en las dos décadas y media especialmente a las clases populares. Las falsas promesas de crear una sociedad igualitaria en donde un hombre nuevo, creado en revolución, vendría a sustituir al siempre humillado, al que nunca tuvo nada, a la víctima del poderoso, prometiéndole el anhelado bienestar, le fueron creídas a los propagadores de tanta felicidad. Pero, a la hora de la verdad, todo quedó en puras mentiras. A cambio, el pueblo recibió mayor carga de olvido y hoy en día su sufrimiento lo alivia, por así decirlo, la esperanza cierta de salir victorioso de la jornada del 28-J.
Porque ese día el pueblo recobrará la libertad. Anótenlo.
La catarata de anuncios, decididos en su mayoría de manera irresponsable en cualquier escenario, porque se buscó el aplauso y hacer crecer como fuese el culto a la personalidad, terminaron haciéndole un daño terrible al país y a su gente. El Estado creció, no de modo favorable, sino que ensanchó perniciosamente su problemática y, naturalmente, comenzaron a presentarse las dificultades, a pesar de la bonanza, en dólares, que producía, entonces, el buen manejo petrolero dejado por la democracia.
Hasta 1998, no se había visto, por ejemplo, que un gobierno decretase tantas medidas que, una tras otra, terminaron afectando a la nación, por más advertencias que le hicieran a los recién llegados, los mejores especialistas dentro y fuera del país.
La administración pública se problematizó a los más altos niveles. Se designaron ministros y una legión de viceministros, en su mayoría desconocedores del manejo de las tareas asignadas. A la Cancillería llegaron los amigotes y las amigotas que sustituyeron a los señores y a las señoras diplomadas en relaciones internacionales y con años de productivo ejercicio.
En las Fuerzas Armadas cundió el despelote y se quebrantaron normas que regían, por ejemplo, los ascensos. Sin olvidar que la economía fue perdiendo peso e importancia, hasta arribar al estado de deterioro en el que se encuentra.
El BCV, milloncito tras milloncito, fue afectado al extremo que estuvo a punto de que un terremoto interno le moviera sus cimientos, incluyendo sus bóvedas.
Los programas sociales, de años democráticos, se “revolucionaron” todos y, en su mayoría comenzaron bien, pero terminaron muy mal. Uno de ellos, bandera, fue Barrio Adentro. Otro, que resultó mentira, el de Los Niños de la Calle que, no los había tantos y a partir del nuevo gobierno se multiplicaron, consecuencia del hambre y la pobreza que creció a niveles altamente peligrosos.
¿Acaso es incierto que mucho pobre todavía anda rebuscando en la basura qué comer? Y de los servicios públicos, mejor no hablemos, pues el miedo a quedarnos sin electricidad, sin agua y gas, tiene en zozobra –por no decir desesperados- a millones de venezolanos.
Tampoco de la represión que el régimen niega, pero la opinión pública denuncia y los tribunales investigan. No los de aquí, sino los de la Haya y los de Roma.
Por eso, se siente, que la mayoría nacional está, emocionada, a la espera del 28, el último domingo del venidero julio, que será recordado como el día en que más de las tres cuartas partes de los venezolanos dieron el segundo grito de la independencia para iniciar la conversión de Venezuela en la Tierra de Gracia, que nos devolverá el progreso y desarrollo, la paz y la libertad.
AngelCiroGuerrero