En Venezuela se dice, desde hace muchos años, que quien no estudió es porque no lo decidió, pues oportunidades no le faltaron ni en el campo ni en las ciudades. Ello es cierto. Los gobiernos democráticos, además de establecer la educación como obligatoria, formalizó todo lo relativo a que nuestros hijos aprendiesen las primeras letras y para ello construyó desde la más humilde escuelita hasta el más moderno grupo escolar, tanto en las zonas rurales como en las principales poblaciones de cada estado.
A través de convenios y mejoras que regularon durante años las relaciones entre maestros y gobiernos, fue funcionando la prestación fundamental educativa, como un derecho amparado por la constitución nacional para todos los venezolanos.
La educación, cada vez más compleja en tiempo y circunstancia, siempre fue preocupación de la democracia que se ocupó, ya dijimos, no sólo de fomentarla sino acrecentarla en todos los sectores de la población, sin distinciones.
El maestro, desde siempre, fue un ciudadano con virtudes, a quien la democracia le guardó respeto, nadie lo niega y el desarrollo de su importante actividad la realizaba en instituciones y organismos que le formaban con mucho acento y dedicación. No fue absolutamente normal la relación entre los gremios educativos y el gobierno, pero se puede decir, con mucho orgullo, que en democracia nunca se llegó a extremos como los que, en ese campo, se han protagonizado en los gobiernos para nada democráticos, donde la persistente imposición del querer dominarlos ideológicamente, impera abiertamente, lo que resulta imperdonable y desdice mucho del gobernante que así actúa.
Larga y dura también ha sido la lucha de la dirigencia del sector educativo, en cualquiera de sus diversos escenarios: la escuela, el liceo, la universidad, por defender sus derechos.
Los titulares del Ministerio de Educación, en otros tiempos, siempre fueron hombres y mujeres de conocida trayectoria pública, con reconocidos títulos dentro y fuera de nuestro país; académicos, intelectuales, gente de prestigio bien ganado, que dejaron cada uno un legado de sapiencia y de excelente administración. Un solo ejemplo: el maestro Luis Beltrán Prieto Figueroa.
Otro tanto puede decirse del liderazgo sindical que, combativo y entendiendo perfectamente su papel, actuaba y reclamaba, sin doblegar nunca la cabeza, batallando democráticamente ante las autoridades por lo que les correspondía y no como ahora, que esa lucha por sus reivindicaciones salariales y por la atención debida a las edificaciones, son objeto de persecución, de absurda discriminación política y hasta violencia.
Bien lo dejó perfectamente en claro la maestra Elsa Castillo. En sus palabras, resumió la angustia y la rabia que al maestro venezolano le produce la intencionada y burlona actuación presidencial con la cual responde a las solicitudes reivindicativas magisteriales
Lo explicó calificando de grosería y falta de respeto para con los maestros por parte del presidente Maduro el “regalo” de los zapatos, a 9 bolívares el par, que no los están solicitando. A cambio, la maestra Castillo le exigió pagarles, completa, la cuantiosa deuda que tiene con cada uno de los profesionales de la educación
Elsa Castillo, luchadora de toda la vida defendiendo el gremio, le dio una clase, una lección magistral si se quiere al presidente Maduro y a la ministra Santaella, muy dados a promocionar que ha sido exitosa su tarea en el campo educativo. Una sola mentira: la revolución asegura que ha alfabetizado a todos los venezolanos; que ningún otro gobierno ha podido superarlo en la construcción de escuelas y liceos, sin hablar de centros de educación superior.
Habría que revisar, estado por estado, para desmentir claramente tremendo embuste rojo. Por lo menos en Nueva Esparta, Morel Rodríguez Ávila entregó al servicio del pueblo, como ningún otro gobernador lo hiciese en toda América Latina, más de 100 escuelas, con aulas telemáticas e incluso dejando presupuestado los dineros para su mantenimiento; escuelas y equipos, que lamentablemente las gestiones de gobernadores anteriores, como Carlos Mata Figueroa y Alfredo Díaz, abandonaron permitiendo que la desidia se apoderase de las infraestructuras.