Venezuela, por ahora país pobre, porque ha sido atracado innumerables veces y pocos, muy pocos, poquísimos de sus ladrones, que son muchos, muchísimos, están presos, sigue viviendo la más terrible de sus tantas crisis a lo largo de su desbarajustada historia republicana.
A la fecha, el único remedio, lo afirman los especialistas, que observan con asombro y pesar al mismo tiempo lo que le ocurre, es un cambio pacífico y constitucional, surgido de unas elecciones realmente libres. No hay otra salida…
Venezuela venía siendo abiertamente democrática, donde la libertad reinaba soberana y el pueblo vivía alegre, adelantaba su progreso y desarrollo, hasta que en 1999 irrumpieron los sediciosos movidos por la ambición que, desesperadamente buscaban el poder por la vía del golpe y de la traición a la constitución.
Viéndose obligados a la legalidad, fueron a elecciones y, prometiendo el oro y el moro, ganaron el respaldo popular que los creyó buena gente.
Venezuela, desde entonces –hace ya largos y sufridos veinticinco años- dejó de ser libre para convertirse en lo que es hoy: un país cada día escenario de situaciones increíbles, donde crece la pobreza y hay muchos rebuscando entre la basura qué comer; y abunda el corrupto, ya sin pena alguna, mostrando su “buena suerte” gracias a su poderoso “enchufe”: la delincuencia sigue haciendo de las suyas y se asaltan las cárceles buscando capturar los “pranes” que, “”pitazo” de por medio, se han fugado frente a las narices de los guardias vigilantes, como le pasó a un tal Tareck al Aissami al cual su amigo, el genio de la lámpara, escondió de tal modo que nadie, quizás sus paisano sirios, podrían saber dónde.
Venezuela, ahora, debiéndole a todo el mundo, empeñada como está en todos lados, al extremo que ya nadie quiere fiarle, porque no tiene cómo pagar la gigantesca deuda, externa e interna, cuyos intereses la agobian inexorablemente, se retrata en el escenario internacional como una nación-experimento; como un laboratorio en el cual sus afiebrados alquimistas, desde hace dos décadas y media, vienen con desespero convirtiéndola en un ejemplo de lo que una ideología puede transformar lo bueno en malo y lo malo en peor, así dicho, de manera muy sencilla, pero cierta.
Y hay pruebas suficientes, de cualquier calibre y tamaño, unas más perversas que otras, todas dañinas, que la llevaron de plano a ubicarla entre las naciones desde siempre más problematizadas políticas, económica y socialmente del planeta.
Venezuela, que no merecía un régimen como el impuesto, a quien sus electores situaron en las alturas confiados en que la revolución prometida vendría a solucionar y no a acrecentar la problemática, que no se niega, existía, pero a millones de distancia de la que se originó cuando los nuevos gobernantes cambiaron la democracia por el socialismo, se adentró en un campo minado.
Su inexperiencia, su desafuero, su carrera por apoderarse de todas las instituciones para inocularles sus postulados, pateando lo que funcionaba y arrojando a la hoguera principios, doctrina y leyes, para sustituir todo por la tropelía revolucionaria, de inmediato colocó al país en vía directa al precipicio.
No valieron las innumerables veces que voceros, en todo el mundo, advirtieron que el camino de los revolucionarios de nuevo cuño no era el correcto, sino el más peligroso para los venezolanos.
Venezuela entonces se convirtió, de la noche a la mañana, es un satélite de Cuba y de Rusia. También de Irán, de China y de Turquía.
Nadie puede negar lo que es cierto. La actuación en política internacional fue de ataque contra los jefes de Estado y sus naciones que se rigen por principios democráticos. Lenguaje ofensivo y belicista, por un lado y, por el otro, de humillante rodilla en tierra ante regímenes dominadores de pueblos que tienen años sin vivir en libertad, o de otros que, gracias a la democracia también llegaron al poder y desde allí poder subyugar a su gente. Lo cual no es mentira.
Venezuela está sufriendo lo arriba señalado, y no es exageración, sino dura verdad, que profundamente duele.
Pero es bueno recordar que la democracia tiene, entre sus múltiples virtudes, la del aguante, que no de resignación, sino de preparación para la liberación.
Y es lo que quedó demostrado el 22 de octubre cuando millones de ciudadanos dieron el primer paso y le gritaron al mundo que querían cambio y lo demostraron eligiendo como su única líder a María Corina Machado.
Valiente, inteligente, diligente, sorteó todos los obstáculos que el régimen le imponía y su mensaje se fue sembrando en el corazón de la gente que de modo extraordinario, acudió a votar masivamente, para humillante derrota del oficialismo que no puede ya superar la gigantesca ventaja que la candidata a la presidencia de Venezuela le lleva. Y, de ñapa, crece día a día en todos los rincones de nuestra geografía.
El cambio, definitivamente. lo representa, lo empuja, lo dirige y lo hará realidad María Corina Machado.
Su “Tierra de Gracia” es el instrumento. Allí están planteadas las acciones que ese cambio para Venezuela requiere. Son medidas que habrán de tomarse en todos los campos de la administración pública que, en su conjunto, bien pensadas, transformarán la Venezuela de hoy pobre, sometida, expoliada y triste, en una Venezuela otra vez rica, alegre y libre.
AngelCiroGuerrero