Cuando comencé a visualizar mi plan de vuelo en el bachillerato promediaba los años 62 y en Los Robles se hablaba de la competencia académica entre los liceos Nueva Esparta de Porlamar y el Liceo Rísquez de La Asunción.
A mis coterráneos robleros le encantaba el liceo Nueva Esparta porque tenían un autobús que los llevaba y los traía al pueblo y al liceo de La Asunción había que irse en colitas porque no tenía el Risquez autobuses que fueran a Los Robles a buscar los 4 alumnos que estudiaban en esa institución.
Por eso mi papá hizo diligencias con su amigo el profesor Ramón Padilla para conseguirme un cupo en el Rísquez que era complejo porque por razones de lo que llamaban la zonificación a los robleros nos correspondía estudiar en Porlamar.
Decidí irme a estudiar al Rísquez porque quería salirme de la marabunta roblera que se armaba cada tarde cuando se esperaba el autobús y aquello parecía un mercado persa en la Plaza de Los Robles con griteríos intermitentes y cuando pasaba Julián Ferrer con su bicicleta de vender chicha le gritaban de todo lo que hacía enfurecer al chichero del pueblo.
Le decían “Guategato”, le gritaban que se le caía la plancha en la chicha y es fiesta que hacían con el pobre chichero me fue alejando de la posibilidad de estudiar en el Liceo Nueva Esparta.
Eso no me gustaba porque era humillar al ser humano y los estudiantes cuando estaban en grupo se alborotaban y ofendían a los pobres seres humanos.
Ese alboroto del mediodía mientras esperaba el autobús me catapultó a preferir el Rísquez como institución educativa para mis estudios, por la tranquilidad al bullicio y la marabunta y por eso el Rísquez fue mi institución preferida en los 60.
Desde la bodega de mi padre a escasos metros de la Iglesia “Nuestra Señora del Pilar” y muy cerca de la plaza veía cada día los espectáculos liceístas en la Redoma de Los Robles frente a la iglesia que gritaban improperios contra la gente y odiaban sin cesar con la burla como bandera.
Los uniformes color caqui en los muchachos y las faldas azules y una camisa con cuadrículas rosadas y blancas era el uniforme de las muchachas.
A eso de las 12:30 a 1 pm llegaba el bus amarillo que conducía Licho Pavo y que venía de Pampatar de recoger a los estudiantes del pueblo de la sal.
Muchos estudiantes tenían Los Robles para la época y había muchas veces que hacer dos viajes para que se cumpliera la misión de trasladar a los robleros hasta el Nueva Esparta.
Ahí en esa espera los estudiantes fumaban cigarros escondidos, gritaban todo tipo de improperios y buscaban pleito a los pobladores que pasaban. Se metían con todo el mundo.
Unos se unían a los gritos y lanzaban otros sobrenombres que era el hobbie de los más depravados. A Mercedes Rosas a quien le gritaban Mercedes Conoto y a Julián Ferrer a quien apodaban Julián Guevera hacían agarrar rabietas incontrolables cada día y eso generaba conflictos con sus familiares que reclamaban respeto para sus afinidades.
Todos esos acontecimientos hicieron que prefiriera el Rísquez como el espacio para aprender y así me alejé de las injusticias de estudiantes que no hacían honor al respeto y la consideración con los señores mayores de mi pueblo.
Quizás porque de mi alma no brotaba la burla y la humillación como concepto preferí el Liceo Rísquez de mis sueños. Así se lo hice saber a mi papá que al fin me inscribió en el Rísquez.
Así que la colita era la fórmula para ir y venir a La Asunción y siempre pasaba algún alma caritativa que nos diera la cola al cruce del La Asunción.
Cuando no pasaba María Felipa la esposa de Charo Luna que siempre me daba la colita pasaba Chu Picuita Martínez o Damasito “LLavesona” o Matías Mocosita o Juan Monasterios o cualquier roblero que trabajara en la Gobernación o alguna institución del Estado y la esposa de Charo Luna era una mujer bondadosa que nunca dejó de darme el aventón hasta el cruce del Rísquez en su carrito Falcón de dos puertas.
Así arranqué mis estudios de bachillerato y tuve que adaptarme a estudiar en una institución donde no conocía a nadie porque la mayoría de mis compañeros eran de La Asunción, de Tacarigua, El Maco y zonas aledañas.
EL director del plantel era Alberto Bittar y el sub director era Ramón Padilla el amigo de mi padre. Entre los profesores del plantel estaban Nicho Gil de Tacarigua en Biología, Julio Cordero en Inglés, Nelly Ferrer de Coronel en Castellano, Carlitos Silva en Educación para el trabajo, Armando Patiño en Matemática, Alcides Bermúdez inglés , Haidee en Química, Carlos Coronel en Geografía e Historia, Antonio Rojas en Biología, Juan Morales en Educación Física, Baudilio Rodríguez Azul en historia, Régulo Avila en Formación Moral y Cívica, Peruchín Marcano en Castellano Córdova en Educación Física, Edgard Márquez en Biología.
En esos espacios hice amistad con Beltrán Fermín, Carmelo Anés, Edgard Albornoz, Chevo el de Tacarigua, Moisés, y tantos otros que no vienen a mi memoria. Ahí conocí a los más traviesos estudiantes asuntinos entre ellos a Tacho. Osmel, Nicho, Carmelito Anés, Edgard Albornoz y tantos otros.
Las instalaciones del Rísquez eran una belleza arquitectónica de primer orden que mostraba espacios distintos con aulas ventiladas y vegetación abundante que le daban carácter de espacio bucólico al liceo de mis correrías estudiantiles.
La Dirección y Control de Estudios estaban ubicadas en la entrada principal y ahí estaban las coordinaciones de los años superiores. Recuerdo a Carlos Coronel en la seccional cercana a la entrada hacia el otro compartimiento del edificio, a Rosa Vásquez la profesora de sicología en la seccional que estaba cercana a la dirección.
Eran pasillos grandes y pulidos con una placita en el centro con el busto de Rísquez, los techos de construcción antigua de caña brava eran parte del atractivo de la paz espiritual del plantel, donde una música margariteña selecta era una de mis atracciones en cada recreo.
Había una cancha en pleno corazón del plantel donde el bullicio de los estudiantes contrastaba con la paz de cada salón de clases.
Ahí vi jugar voleibol a Ramoncito Fermín, Edgard Márquez, Federico Lunar, Jorge Córdova y recuerdo a Cruz “Cucho” Marcano y Viarney Heredia como dos baluartes del volibol de eso años.
Ahí se realizaban encuentros liceísticos de alta factura que eran el atractivo de esos tiempos, pero sobre todo cuando el Risquez y el Nueva Esparta tenían aquellos duelos a muerte donde Juan Rodríguez y Juan Morales dos asuntinos se enfrentaban en guerra de estrategias para imponer su categoría de escuela de voleibol.
Pero no solo eran los juegos de estudiantes, sino los encuentros entre profesores de las dos instituciones que tenían el mismo atractivo que cuando se enfrentaban los estudiantes.
Al frente de la cancha estaba la cantina y a un lado el comedor. Y cercano a la entrada al otro edificio estaba un anfiteatro pequeño donde se realizaban las actividades culturales del liceo y donde siempre vi a muchos estudiantes acostados para exhibir su flojera como marca de fábrica.
Había una cancha de baloncesto que estaba cercana a la salida y que tenía tableros de concreto, piso de asfalto y unos barandales de metal. Estaba rodeada esta cancha de matas de uva de playa y tamarindo.
Desde ese espacio se podía visualizar los terrenos del Inam con su campo de beisbol, su sede principal y la piscina que le daba carácter de espacio deportivo con su cancha de baloncesto y voleibol que tenía la misma construcción de sus tableros de baloncesto que la cancha del Rísquez.
Los pasillos del Rísquez eran inmensos y había que caminar bastante para recorrerlos y la música de fondo de esa institución era permanente en los recreos con canciones de Francisco Mata que se quedaron grabadas en nuestros sueños estudiantiles.
No faltaban canciones reconocidas como Haidee la Pecosita y muchas melodías que daban la sensación de un espacio de la paz estudiantil.
Ahí vi las bellacadas de Tacho, Carmelito, Osmel y estudiantes de La Asunción que como estaban en su territorio hacían de todo en un liceo donde la libertad era controlada por la disciplina impuesta por los docentes de la época.
En el Rísquez jugaba Voleibol y por ratos iba al campo de beisbol del INAM y juega mis partidas en horas de salida. Un día me precisó Arevalito Aguiar para que jugara para el Deportivo Matasiete que era su club de beisbol y no pude hacerlo porque mi padre no me lo permitió y lo mismo hizo con el equipo Colindante cuando Carlos Alberto Piñerúa me había conseguido un cupo para jugar con ese equipo juvenil de La Asunción por lo cual mi condición de pelotero se vio limitada a jugar pelota caimanera en Los Robles y solo salí a Pampatar a Jugar con el equipo de Playa del Ángel en una sola oportunidad porque para mi padre era más importante era que trabajara en la bodega de su propiedad que destacara como pelotero.
No puedo olvidarme de mis profesores Baudilio Rodríguez Azur y sus trabajos en pinturas que Chente Rosas me hacía y que al profesor de historia le fascinaban, a Armando Patiño, Nelly Ferrer de Coronel, Julio Cordero y su estilo de pronunciar el inglés, el carácter de Alcides Bermúdez, de Antonio Rojas y su maletín sansonite, las corcheas y semi corcheas de Augusto Fermín y tantas experiencias estudiantiles que marcaron nuestro crecimiento como ciudadanos.
Después de haber estudiado tres años en el Liceo Rísquez de mis sueños un día me llamaron a la dirección del plantel y Alberto Bittar me anunció que por razones de zonificación no podía continuar estudiando en el plantel.
Así que no tuve otra opción que tragarme mi tristeza y llevar la noticia a mis padres que no podía continuar estudiando en el Rísquez. Así que terminé mi bachillerato cuarto y quinto año en el Liceo “Nueva Esparta” donde estaban mis amigos Yoel Guerra, Engels López, Ana Román, José Luis Solano, Cucha González, Alexis “Chino” Cheng y tantos otros compañeros de generación. Pero nunca estuve conforme porque no era el liceo que soñé como mi centro de estudios.
Así dejé con tristeza el Rísquez de mis sueños y solo me quedaron los recuerdos de sus pasillos, sus canchas, sus salones, sus áreas verdes y su música de fondo que marcaba la diferencia con cualquier liceo del país.
Y que sorpresa me dio la vida que después de estar alejado de la educación cuando me fui a estudiar derecho a la central terminé estudiando el Pedagógico de Caracas para ser docente por más de 30 años en liceos y universidades y cerré como Director de Educación de la Gobernación de Nueva Esparta como digo “La vida no está marcada por los parpadeos de caprichos y sueños, sino que el destino de los hombres es parte de su esencia, de su naturaleza y de lo que el fatum tenga escrito en alguna piedra donde los dioses decidieron escribir el hilo de tu trascendencia”.
Encíclica/ManuelAvila