Las perla son muy apreciadas en joyería. Su color blanco brillante y su aspecto esférico las convierte en símbolo de pureza y, tradicionalmente, en recurso literario. Pero ni todas las perlas son blancas, ni tampoco esféricas. Su lento proceso de formación ha despertado la curiosidad de múltiples culturas, y la dificultad de su obtención eleva su valor y le dota de cierto carácter de exclusividad.
¿Cómo se forma una perla?
El proceso de formación de la perla involucra, esencialmente, dos elementos: un molusco bivalvo, normalmente una ostra o un mejillón de río, y un cuerpo extraño, que puede ser una partícula de sedimento, o un grano de arena. Ese cuerpo extraño entra accidentalmente por la abertura de las valvas del molusco y queda alojado en el tejido blando, concretamente en una parte de su anatomía denominada manto. Como reacción o mecanismo de defensa ante el extraño, la ostra produce cristales diminutos de aragonito, un mineral de carbonato cálcico que va recubriendo la partícula; el mismo mineral del que está compuesta la concha.
Aunque en realidad, casi todos los moluscos son capaces de producir estas estructuras, las llamadas ‘concreciones calcáreas’, legalmente consideradas como perlas, la mayoría son formaciones amorfas, mates y sin valor. Solo cuando son de una forma regular y presentan esa pátina nacarada se consideran valiosas.