Según el Diccionario Oxford, ‘fake news’ (noticias falsas, vamos) fue el término del 2017, pues se había producido un increíble aumento (del 365%) de su uso desde el año anterior. Y, desde entonces, las cosas no han mejorado mucho, si tenemos en cuenta la cantidad de bulos que se propagaron durante la pandemia o las imágenes que nos cuelan continuamente gracias a la Inteligencia Artificial, como la del Papa con un abrigo de Balenciaga, que se compartió miles de veces en redes sociales.
Aunque la inmediatez y las redes sociales hayan potenciado la propagación de bulos, datos inconexos o noticias perniciosas hasta el punto en que tenemos que empezar a dudar de nuestros propios sentidos, lo cierto es que las ‘fake news’, por mucho que podamos pensar, no nacieron ayer. A o largo del tiempo se han propagado diferentes bulos que han llegado hasta nuestros días: es más que probable que Nerón no quemase Roma, tampoco sufrieron ese destino las brujas de Salem y el doctor Guillotin no inventó la guillotina, por poner algunos ejemplos.
Y una de esas falsas noticias que ya se dudaron incluso en su momento es la de la Donación de Constantino. Vayamos al principio: dicha donación fue un decreto imperial apócrifo atribuido a Constantino I, cuya autenticidad ya se ponía en duda como decimos durante la Edad Media. La idea era que se reconocía como soberano al Papa Silvestre I y se le donaba la ciudad de Roma, las provincias de Italia y todo el resto del Imperio romano de Occidente (creándose así los Estados Pontificios). Todo esto coincidió en el momento en que Roma y Constantinopla estaban en pleno proceso de ruptura y se sucedía el conflicto entre la iglesia occidental y la oriental.
Es decir, el mito del poder terrenal del Papado se basó en este documento tan controvertido con el que presuntamente el emperador Constanino el Grande había cedido el gobierno de Roma a la potestad religiosa y efectiva del Papa Silvestre en pleno siglo IV, como si fuera un monarca. Supuestamente, el Papa podía haber podido intervenir de esta manera en los asuntos políticos de Italia y del Imperio Romano de Occidente, además de una sucesión de territorios adicionales que iban desde Grecia a África, pasando por Judea o Tracia.
El documento, de ser real, implicaba el poder temporal de la Iglesia sobre occidente y sobre aquellos que aspiraban a dicho imperio. La donación fue mencionada por primera vez a principios del siglo IX, en una comunicación del papa Adriano I a Carlomagno. Sin embargo, no fue usada como verdadero argumento oficial hasta la llegada del Papa León IX, que lo esgrimió como argumento para que Miguel I Cerulario (patriarca de Constantinopla) reconociese la sujeción del Imperio bizantino a la sede papal de Roma, puesto que a esta le correspondía la jefatura universal del cristianismo.
No fue usada como verdadero argumento oficial hasta que León IX la esgrimió para que Miguel I Cerulario reconociese la sujeción del Imperio bizantino a la sede papal de Roma