
Se fue un hombre bueno… Un venezolano integral. Quien sí supo valorar al país y a su gente., Igual a la democracia. Por ello trabajó incansablemente, desde que siendo un muchacho vendía mutuales de 2 bolívares en la Tribuna C del Hipódromo de El Paraíso y luego un abogado recién graduado que ingresa al Banco de Venezuela, institución a la cual llegó a ser su presidente, el más joven por cierto, que tuvo tan prestigiosa institución en un país que requería de emprendedores.
Él lo era en todo el sentido de la palabra. Estimaba su deber dar el ejemplo. Y lo dio de frente en cada una de sus actividades, muchas, que le correspondió desarrollar en los distintos cargos de la empresa privada o en el sector público donde destacó como una de las figuras principales.
En el gobierno su actuación fue importante y decisiva. Siempre en primera línea. Como consejero y ministro; como planificador y gerente; como gobernador y dirigente político. Desde el parlamento, largo y duro fue el esfuerzo para que al país se le dotase de la legislación indispensable, de acuerdo a las realidades de la Venezuela a la que tanto amaba
Fue polémico, sí, porque no dejó que lo impresionara ni el boato ni los aplausos innecesarios. Dijo verdades que molestaron a quienes las escondían desde siempre. Alertó sobre situaciones que la nación pudo evitarse si quienes la dirigieron le hubiesen escuchado. No es que haya arado en el mar o predicado en el desierto, no. Sencillamente que su postura, su advertencia, su recomendación y su propuesta iban hacia el fondo, buscando más allá de lo superficial, de lo acomodaticio que se escondía en las profundidades de la administración pública alejada de las realidades nacionales.
Por eso su empeño de transformarla en una verdaderamente diligente, eficaz, moderna, estructurada y capaz de dar respuesta a los problemas que el país planteaba en permanente marcha
En él, ésa Venezuela necesitada de cambios tuvo a su mejor aliado, porque fue incisivo, porque hurgó, buscó y encontró afortunadamente respaldo en gerentes como también lo fuese Leopoldo Sucre Figarella, el ingeniero constructor de la democracia, muy bien así llamado. Los dos fueron, la historia los refleja, transformadores y modernizadores que planificaron el inmediato futuro del país, cada uno en su tiempo y circunstancia.
Era prudente. Medía cada palabra, cada gesto con la responsabilidad de quien entiende perfectamente su propia dimensión. Pero también frontal a la hora de defender la dignidad, la idea, la palabra, la democracia, en fin, un sistema que siempre apreció fundamental para la buena marcha de los pueblos, siempre y cuando se le emplease a favor de las causas justas, porque en esencia, la democracia, lo afirmaba, estaba preparada para actuar y resolver.
De allí su porfía de toda la vida para que a la democracia se le perfeccionara, se le defendiera y no se le expoliase. Más de una vez lo advirtió con su pasión de demócrata convencido. Había dicho que se consideraba un venezolano que aspiraba un liderazgo político para modernizar y desarrollar una Venezuela distinta.
Reconoció haber aprendido, cuando se inició en la política, que todos los venezolanos pensábamos que el petróleo era inagotable, porque creíamos tener la posibilidad de hacer grandes cosas, y al igual que todos se dejó entusiasmar por la idea construir la Gran Venezuela.
“Todos tenemos”, también dijo, “algo épico, algo técnico”. Quizás por eso trabajó con tanto ahínco, pero terminando por aceptar y entender, después de un proceso de maduración, que no se podía hacer una Gran Venezuela sin hacer primero un gran venezolano. Porque, aceptaba, buscando esa Gran Venezuela, se descuidó el hacer ese gran venezolano. A cambio, la dirigencia toda cometió el grave error de construir una sociedad menos justa porque cerró, lo reiteraba, la igualdad de oportunidades.
Combatir esa situación fue su propósito. Revertir ese malhadado proceso era posible ocupándose de la gente porque, sostenía, no habrá programa económico alguno si primero no se prepara al venezolano física y espiritualmente para soportar la producción. “Hay que analizar lo que está sucediendo en el mundo”, pedía a todos, al tiempo que advertía que al país le advendrían severas situaciones. Y no se equivocó.
Previó que Chávez terminaría siendo un desastre. Como gobernante y como líder de una revolución que, a la postre, resultaría una peligrosa y equivocada aventura y su gestión la más corrupta de la historia nacional. Y tampoco se equivocó.
Creyó razonadamente en la descentralización y argumentó a su favor ante destacados líderes políticos, parlamentarios decimonónicos y jefes de Estado remolones a ceder poder y a perder espacio. Y triunfó. Pero precisando, eso sí, que el país tenía que desarrollarse a través de las estructuras que conforman sus gobernaciones y sus alcaldías, provincia adentro; siempre que para lograr los beneficios claros de la descentralización se preparara la burocracia regional para asimilar lo positivo que generara para sus regiones esa medida política, finalmente la más importante que el país alcanzó en el siglo XX.
Cuando se declaró ferviente partidario de la reforma constitucional que estableciese mecanismos para que las gobernaciones pudiesen cobrar sus impuestos, muchos le cayeron encima, pero sobrevivió y sus consejos terminaron siendo aceptados por lógicos, naturales y positivos.
Es que hablaba de manera abierta, sin cartas bajo la manga.
Por eso decía que en Venezuela suceden cosas inauditas. Por ejemplo: el hombrillo en la vía rápida de las autopistas; los ricos que viven en el valle; los pobres en los cerros y la botellita de agua mineral costando más que un litro de gasolina.
Para él, ningún país ni ninguna sociedad tienen soluciones mágicas, pero si recursos materiales y humanos indispensables para que esas soluciones se encuentren, viables, por supuesto, y al aplicarse generen los beneficios esperados.
Él, que era un hombre disciplinado, de muy buenas lecturas, hablaba con una seguridad que envolvía, que atrapaba e invitaba a transitar el difícil camino de los cambios, de la modernidad en suma, que proponía.
Venezuela para él era pasión. La soñaba grande, próspera, una tierra de gente feliz, que si bien se movía entre dificultades, tenía tanta fuerza el venezolano para superarla que, lo lograba, lo cual lo distinguía de otros pueblos. Eso lo llevó a tener una concepción estratégica de la Venezuela del futuro; la Venezuela que imaginaba distinta, poderosa, capaz de brindar la felicidad que él anhelaba tuviesen todos y cada uno de los venezolanos porque, aseguraba, el país tenía tantos recursos que los venezolanos podíamos ser felices, simplemente si nos lo proponíamos siempre y cuando sus gobernantes entendiesen esa aspiración como una obligación necesaria de ser transformada en realidad.
El 22 de noviembre de 1992, en el programa Primer Plano, por RCTV, Marcel Granier le preguntó por qué Carmelo Lauría otorgaba tanta importancia a la productividad. “Porque sin ella el país no podrá salir adelante”, respondió. “A las puertas del año 2000, Venezuela tendrá que estar creando 2 millones 800 mil nuevos puestos de trabajo y produciendo entrte 8 y 10 mil millones de dólares adicionales a los que estamos generando actualmente. En consecuencia, si no tenemos una alta productividad caeremos, como país, a unos niveles en los cuales lo que administraremos será sólo miseria y conflictos”.
Para evitarlo, recomendaba que “necesariamente el país requiere de una alta productividad”, porque “las más recientes estadísticas reflejan que en Venezuela apenas el 33% de la población trabajadora está en el sector de los bienes transables. Es decir, alrededor de 2 millones de venezolanos son los que producen bienes”. Y al preguntarse qué pasaba con la productividad indicaba que “en Venezuela, dentro del concepto práctico, la productividad no será posible si nosotros no establecemos un sistema de formación del venezolano distinto al tradicionalmente empleado para su capacitación, que permita nutrirlo y, por igual, dotarlo de los demás restantes servicios públicos”.
-Se supone que eso le corresponde hacerlo al Estado, le replicó el entrevistador. “¡Claro, pero no ha sido!, aclaró el entrevistado. “En cambio ha existido una equivocación global de la dirigencia, con mayor responsabilidad, por supuesto, del sector oolítico, en creer que la Gran Venezuela se hacía construyendo las grandes industrias siderúrgicas o siendo propietarios de CANTV y de las compañías de electricidad”.
Para Lauría lo sucedido “resultaba una mentira. porque lo que se hizo fue crear focos de privilegios y de corrupción y, demostrado está, que eso genera la gran angustia que existe en estos momentos. En realidad lo que hemos debido hacer fue dedicar el dinero del petróleo a mejorar la calidad de vida de la gente. Pero no lo hicimos. De allí que, entre otras fallas, hoy en día de cada cinco a seis millones de personas que están educándose, solamente 172 mil hacen el nivel técnico”. Y puso un ejemplo demoledor:
“¿Cómo surgió Italia después de la guerra? La recuperación italiana se logró fundamentalmente porque, finalizado el conflicto, todos los trabajadores fueron obligados a recibir dos horas diarias de educación técnica y quien no acudía a recibirlas, su inasistencia la descontaban del salario…”
Por eso Lauría propuso su “Plan para la Gente” cuando presentó su nombre como aspirante a la candidatura presidencial de su partido Acción Democrática, en 1993 e inició su campaña electoral interna (de la cual fui su Jefe de Prensa recorriendo pueblo a pueblo todos los estados de la república, y Director de Información cuando presidió la Cámara de Diputados) La designación correspondió a Claudio Fermín quien, antes de la reunión del CEN para recibir la declaratoria oficial como abanderado del partido blanco me informó su decisión de designarme Jefe de Prensa de su campaña electoral.
Hay que reconocerlo, dentro de la AD fundada entre otros insignes venezolanos, por Rómulo Betancourt, Raúl Leoni, Rómulo Gallegos, Andrés Eloy Blanco, Leonardo Ruiz Pineda, Antonio Pinto Salinas y Alberto Carnevali, Lauría fue líder resaltante, en los últimos treinta años antes de la llegada de los civiles y militares que desde 1999 detentan el poder en Venezuela.
Desde simple militante a gran consejero del CEN, donde las suyas fueron verdades a veces muy explosivas, pero ciertas, para cambiar algunas cosas, planificar mejor situaciones y estrategias para la organización partidista, bien en el gobierno o en la oposición. Fue muy escuchado por la directiva accióndemocratista, y sus señalamientos ampliamente respetados por la militancia. Podría decirse que después del doctor Gonzalo Barrios, -quien dialogaba los domingos con la prensa sobre la marcha del país, su complejidad política y el suceso económico,- los análisis, igualmente certeros, advertencias y recomendaciones de Carmelo Lauría siempre fueron bien recibidas por la opinión pública nacional.
Recuerdo muy bien que el 14 de setiembre de 1990, en ocasión del cuadragésimo aniversario de la fundación de AD, Lauría dijo en Maturín ante una asombrada dirigencia y una entusiasta multitud, que “ya era impostergable aceptar como cierto que el partido había cambiado”.
Como prueba señaló que “esa interrelación tan expedita y franca que se daba entrte líderes y militantes, fue acorralada, superada y trastocada por una actual, donde las características del liderazgo predominante ya no son las primigenias de sinceridad y entrega permanentes, sino sustituidas por quienes han confundido sus posiciones dentro de AD con aspiraciones individuales. Es decir, por quienes han adoptado su calendario personal, y pretenden que el partido sea ya no instrumento para el beneficio colectivo sino coto de caza e incluso, mediante el atropello, imponer sus particulares condicionamientos…”
Esa manera franca y sincera fue la que me unió, durante quince largos años a Carmelo Lauría de quien, con inmenso orgullo, fui más que su asistente, su secretario y su jefe de prensa, su amigo y compadre. Él y su esposa, la doctora Silvia Mijares de Lauría, fueron los padrinos de bautizo de mi hijo Andrés Alejandro.
Meses antes de su muerte nos pusimos de acuerdo para ayudarle a compilar recuerdos para sus Memorias que me anunció comenzaría a escribir. Y en esa tarea me ocupé registrando los originales de sus notas de prensa, artículos, foros, entrevistas en programas de radio y de televisión, discursos, cartas y documentos en fin, que tengo archivados en mi biblioteca y guardo como un tesoro.
Y hoy, cuando escribo estas líneas no disimulo alguna lágrima porque no pude viajar para estar presente en sus exequias, puesto que la tormentosa situación climática me impidió salir de Margarita y llegar hasta su féretro para decirle adiós. Él queda en mi corazón.
En esta hora de infinita tristeza le envío mi abrazo a Silvia, a sus hijos y hermanos de este gran venezolano que se nos muere cuando el país más necesita de hombres de su talla y compostura, a quien acompañé por todos los caminos, pueblo a pueblo, por la cordillera andina, la central, la de la costa; en “bongo” atravesando el Apure, en “voladora” por los Caños del Delta y allá abajo, en Amazonas, cruzando el Río Negro, y en avioneta monomotor sobrevolando la selva guayanesa, en la Zona del Cuyunì, hacia campamentos mineros, porque hasta allá llegó Carmelo Lauría Lesseur, honesto consigo mismo “al querer conocer la otra Venezuela”, me decía. “La que si Dios quiere ayudaré a gobernarla mejor”.
Este texto fue escrito el 30 de noviembre de 2010, un día después del fallecimiento, a los 74 años de edad, del doctor Carmelo Lauría, quien había nacido en Caracas el 24 de agosto de 1936. De nuevo lo publico a 15 años de su sensible desaparición, en sincero homenaje a esta figura que, sin duda alguna, la Historia la registra como un Gran Venezolano.
AngelCiroGuerrero