Es lo que, en estos tiempos cruciales para preservar lo poco que nos queda de república, los venezolanos les piden a los aspirantes a la Presidencia, entre muchas otras condiciones y virtudes, pero principalmente razones, claro está: razones.
Ese especial pedimento se les formula porque no se contentarán con que los candidatos les muestren sólo la credencial de políticos. Ya se sabe que muchos la exhiben pero no todos la justifican.
Bien por falta de inteligencia, eficiencia y efectividad, tanto como de cordura, respeto por el pluralismo, por los Derechos Humanos y la condición tan especial, porque que no la tiene todo el mundo, la de querer, entender y trabajar esforzada e incansablemente por alcanzar, del mejor modo posible, el bienestar del país y de su gente, que se traduce en una mayor y mejor calidad de vida.
Un reto, un severo compromiso que no cualquiera es capaz, sincera y verdaderamente, de aceptar y mucho menos cumplir.
Lo anterior se afirma, dada la descomunal, gigantesca y perjudicial crisis que dejará como única herencia una revolución que llegó diciendo que transformaría lo malo en bueno, pero que en la práctica fue peor que el famoso rey Midas.
Una verdad, sin duda irrefutable.
Están obligados a demostrar, desde luego, valor para aceptar, enfrentar y resolver la crisis que el país vive actualmente, la más grave y peligrosa de toda nuestra historia contemporánea, en gran modo culpa de nosotros mismos por habernos faltado decisión, sinceridad y coraje para entendernos y unirnos, alrededor de un programa efectivo y posible que ofertase los cambios que el país demandaba.
Si lo hubiésemos entendido, y a tiempo, con toda seguridad la perniciosa revolución no habría logrado alcanzado el al poder, al que llegó precisamente por el voto que la democracia les facilitó, con la legalidad y la constitución contra la cual ellos, los golpistas, a punta de fusil, y causando gran número de víctimas, irrumpieron la trágica madrugada del 4F.
Planteado así, porque es la verdad, cruda, dicha sin ambages, insistimos: si los politiqueros no se imponen entonces con su manejo personalista y un caudillismo atosigante con el cual venían manejando los hilos de la democracia, los del poder fundamentalmente, y todos los sectores de la vida nacional; si no hubiesen parcelado sus ,ambiciones, que defendieron con tanta fuerza y de haber cumplidos cada una de las obligaciones contraídas con el pueblo, la revolución habría quedado derrotada en las urnas, tal como fue vencido el héroe comandante, ya desaparecido para siempre, en su refugio de La Planicie.
Sí. Hay que reconocerlo, y aunque aceptamos como igualmente válidos los innumerables, prolijos y enjundiosos análisis e interpretaciones que, a lo largo de casi dos décadas y media, intentan explicar cómo y por qué llegaron los revolucionarios, sin embargo es dable aceptar lo anteriormente señalado, que es lo que sigue pensando el pueblo, incluyendo la buena parte que se fue detrás del mesías y que se ha ido regresando, frustrada y rabiosa porque ellos querían progreso y no atraso, mejores condiciones de vida y no sufrir, como nunca antes, toda clase de calamidades.
Desde luego, y se acepta, que en el transcurso de la era democrática se cometieron muchos errores. Hubo gobernantes que fallaron. Es cierto, pero por sobre sus equivocaciones mucha gente responsable trabajó, con pasión de carbonero para lograr que Venezuela prosiguiera su marcha hacia el milenio que se avecinaba con notorios niveles de progreso y desarrollo.
Pero, una vez en el gobierno, a partir de 1999, el comandante Fidel, digo, el comandante Chávez mandó a parar .Y en efecto, así sucedió. Lo importante, lo prioritario y lo urgente, era implantar la revolución; crear un hombre nuevo, sin preocuparse por haber hallado primero la arcilla.
Se abrieron entonces las compuertas, que estaban bien selladas, y resurgió el odio, el resentimiento y la venganza, tal cual lo reconocieron pública y descaradamente los hermanitos Rodríguez. Lo demás es historia, dolorosa y cruel, por la inmensa mayoría de los venezolanos conocida.
Capacidad, decencia y honestidad, son valores de los que precisamente carecen los gobernantes actuales y de ello sobran los ejemplos. La operación caiga quien caiga -que no todos los principales han caído- es solo una muestra de lo atroz que ha sido el comportamiento del liderazgo oficialista.
Citemos un solo caso: Aun cuando los demócratas dejaron en caja los recursos y también los planes, que ya estaban previstos iniciar para reestructurar todo el sistema eléctrico nacional, la revolución dilapidó los reales en no se sabe qué. Guri fue el aviso.
Por respuesta, para esconder su interesada desidia, el gobierno culpó a un pobre rabipelado y después a un solitario terrorista de volar una de las torres principales del sistema. Si invierten cuándo, cuánto y dónde la democracia dejó todo organizado para ser ejecutado hace 22 años, hoy en día los venezolanos no estarían en gran medida alumbrandose con velas.
Hablar de decencia es necesario, porque a la vista está que en el gobierno revolucionario hace mucha falta. La moral se dejó de lado, la corrupción le pasó por encima; la aplastó. La mentira del oficialismo es tan grande como dañina y lo grosero de su lenguaje para atacar, humillar, ofender y calificar de traidor de la patria, terrorista y vendido al enemigo al que no comparte la ideología que el gobierno quiere única, rompe todos los esquemas y cada vez se hace más intolerable, dentro y fuera de país.
Finalmente, de la honestidad, ni hablar. Todo el país sabe que, lamentablemente, en el oficialismo no existe.
Por eso, a los aspirantes a presidente, se les pide que entre sus credenciales, la capacidad, decencia y honestidad la muestren llevándolas en la frente, único modo de creerles que nacieron con ellas y no porque se las han tatuado.
AngelCiroGuerrero