En el alto de Los Chacos había una carpintería que fue una de las primeras de Los Robles donde un hombre grande, panzón y colorado ligaba y serruchaba cada día los encargos de los robleros. Balito. No se sabe cómo llegó a Los Robles ese gigante de la carpintería que junto a su hijo Gilberto sacaban cada día encargos diarios de camas, juegos de comedor, puertas, sillas y bancos de todo tipo. Dicen que vino de Porlamar su pueblo de origen, pero se hizo roblero y se ancló en Los Chacos para toda la vida.
Era músico Balito y en los ratos libres de sus faenas diarias dejaba de lado la sierra, el aserrín, el martillo y el serrucho para dedicarse a tocar su guitarra roja que lo acompañaba cada día en sus faenas. Venía Balito con esa fuerza en las cuerdas y cantaba bajito para acompañarse porque aun cuando su voz no era su fuerte, tenía la melodía de un buen cantante. Pero eso si contaba con un repertorio musical de padre y señor nuestro que lo hacía navegar por los distintos confines de Venezuela y de Latinoamérica.
Entre esas nubes de aserrín brotaban cada día las canciones de las manos grandes y robustas de Balito el carpintero que como pudo enseñó a su hijo Gilberto a tocar el cuatro para formar un equipo imbatible a la hora de rasguñar las cuerdas. Mucho dieron que hablar Balito y Gilberto, uno derecho y el otro zurdo en las bodegas del Negro Chocolate, mi padre y en los espacios del bar de Félix Arocha que eran los sitios más concurridos de estos juglares de las cuerdas.
Balito tomaba whisky con Fanta naranja que era el Orange de la época y que ligaba con Ancestor pata quebrada que era el escocés que se vendía por tragos en las bodegas del pueblo.
Cada mediodía a la hora que bebe agua el potoco era el tiempo libre de Balito Carpintero para dar rienda suelta a sus pasiones por la bebida y se instalaba en la parte interior de la bodega de mi padre donde recibía sus palos secos que ligaba con Fanta para saciar su sed diaria. Llegaba con una franela ahuecada porque según decía se la había comido los grillos y las chiripas que abundaban en su taller. A veces se traía el aserrín colgado en la panza y el lápiz rojo y azul colgado en la pata de su oreja, pues ni cuenta se daba cuando entraba a la carpintería del paso acelerado del tiempo que le pasaba volando en su distracción de armar muebles para su pueblo. Entre nubes de aserrín cantaba bajito casi tarareando, pero nunca perdía el ritmo melódico que era una de las virtudes de éste personaje de la música.
Como el whisky era vendido por palos en esa época a Balito cada vez que terminaba uno se le ocurría decir para dibujar la actividad de cobrar y echar la plata en la gaveta “Negro recoge y tira a primera”, era la frase preferida del músico que se inspiraba a rasgar sus cuerdas ante el asombro de los muchachos de la época que disfrutábamos viendo a Balito y Gilberto en esa toma y dame que alegraba los espacios de Los Robles.
El canto de Balito era entre dientes y solo mordisqueaba las palabras en señal de que no era un cantante profesional, pero si un músico de alta factura que con su guitarra dejó huellas entre los robleros que lo apreciamos y reconocimos como carpintero y músico.
En la casa de Ramón Quijada su vecino se presentaban los toques que incluían al Negro Mago su otro vecino que con el serrucho hacía sacar melodías a un violín imaginario.
Por muchos años estuvo Balito recorriendo las bodegas de Félix Arocha y el Negro Chocolate con su guitarra rojiza y dando anuncios de lo que vendría musicalmente para Margarita.
De repente le perdí la pista a la carpintería de Balito que en sus últimos años de vida estuvo fabricando botecitos de madera que se vendían en la puerta de la carpintería como medio de sustento del músico en las postrimerías de su vida.
Eso si el respeto de Gilberto, su hijo, a la figura paterna era símbolo de los valores y principios que fue sembrando Balito en su hijo para que siempre lo tratara con la distancia requerida entre padre e hijo.
Por eso nunca vi algún gesto de malcriadez de Gilberto ante su exigente padre que le daba órdenes con carácter y lo recriminaba cuando fallaba en las notas musicales y en sus pelones en el toque del cuatro. Solo la muerte separó a estas almas que juntos anduvieron fabricando muebles, cocinas, puertas, ventanas y techos en el pueblo de Los Robles.
Se fue adelante Balito el carpintero y al poco tiempo también se fue su hijo Gilberto que no pudo soportar la soledad de su compañero que era su padre.
Más nunca sonó la sierra en los altos de Los Chacos y ni los barquitos de madera se exhibieron más nunca en esos espacios. Solo nos quedó la imagen de Balito el carpintero y su hijo Gilberto con su carpintería, su guitarra, su cuatro y los barquitos de colores que por años estuvieron bajo la mata de ratón que estaba en la puerta de la entrada de la pequeña carpintería de Los Chacos.
Después vendría la carpintería de Antonio el español que tuvo su carpintería en los predios de Chico el de Apolinar y después de desplazó hacia otro espacio que le alquiló Chico en otro laberinto de los que construía para alquilar.
Cuando paso por la vía hacia La Asunción volteo la mirada para recordar los viejos tiempos cuando los barquitos de madera que fabricaba Balito El Carpintero se exhibían para la venta a quienes se enamoraran de esas piezas de la ebanistería roblera. Por esa zona ya no hay barquitos, pero más allá en Los Chacos está la casa de Carlos Chalbaud que es un ebanista de alto nivel y construye juguetes en madera donde destacan camiones volteo de esos de cargar gasolina, concreto o madera.
De la carpintería de Balito no quedó nada y solo se erige imponente el Colegio Mariano Picón Salas por esa calle de la tristeza donde quedaron guardados lo recuerdos del Negro Mago Arturo Stewart, de Ramón Quijada, de Rafael Caraballo, de Tingo y Carlita y de tantos que se fueron y solo dejaron los recuerdos tirados por las calles de Los Robles.
Encíclica/ManuelAvila