Desde niño, el científico Jonathan Barichivich intuía que el «Gran abuelo», el alerce que su familia cuidó con mucho mimo en Los Ríos (sur de Chile), era especial. Ahora, más de tres décadas después, acaba de descubrir por qué: con cerca de 5.500 años, podría ser el árbol más viejo del mundo.
El hallazgo se produjo casi por casualidad, cuando Barichivich estaba estudiando el impacto del cambio climático en los alerces, una especie de conífera típica de la Patagonia y amenazada por distintos factores, como incendios, tala o sequía.
«Obtuvimos una pequeña muestra del árbol y, aunque no era el objetivo inicial de la investigación, pudimos estimar su edad. Nos sorprendió mucho descubrir que es mucho más viejo de lo que pensábamos, pues creíamos que tenía entre 3.500 y 4.000 años», cuenta a Efe frente a este gigante de casi 30 metros de altura.
Convertido en la estrella del Parque Nacional Alerce Costero, a 800 kilómetros al sur de Santiago, el «Gran abuelo» sería más viejo que «Matusalén», el pino de California (EE.UU.) que hasta ahora ostentaba el récord, con 4.853 años.
Antonio Lara, profesor de la Universidad Austral de Chile y coautor de la investigación, explica a Efe que ambos son ejemplares «no clonados», es decir, no están conectados a otros árboles por un sistema de raíces comunes, a diferencia por ejemplo de la pícea noruega «Old Tjikko», de al menos 9.550 años.
«Los árboles no clonados viven menos, por eso es tan extraordinario este hallazgo», asegura.
El resultado final del estudio será divulgado en los próximos meses, aunque la revista «Science» publicó recientemente un adelanto que revolucionó el mundo científico.
Un método inusual
La dendrocronología es la ciencia que estudia, entre otros aspectos, la edad de los árboles a través de sus anillos. Para contarlos, normalmente se perfora el tronco hasta el centro y se extrae una muestra de no más de cinco milímetros de ancho. Así ocurrió con «Matusalén».
En el caso del «Alerce Milenario», como también es conocido el «Gran abuelo», el dispositivo perforador no pudo llegar al centro por la inmensidad de su tronco, de más de 4 metros de diámetro.
«Llegamos solo al 40 % del radio total. En esa pequeña muestra, contamos 2.400 años. La pregunta es cuántos años hay en la otra mitad a la que no pudimos acceder y la respuesta no es una simple suma», indica Barichivich, que actualmente trabaja en el Laboratorio de Ciencias del Clima y del Medio Ambiente de París.
Usar una perforadora mayor para alcanzar el centro pondría en riesgo al árbol, así que desarrollaron un modelo estadístico para calcular los años restantes, que combina información de otros cientos de alerces del parque y que estima que existe un 80 % de posibilidades de que sea más viejo que «Matusalén».
Barichivich es consciente de que su método no va a gustar a toda la comunidad científica, pero dice que el escepticismo en tono a lo nuevo «es el proceso natural de la ciencia»: «Hay una especie de colonialismo americano en la ciencia, en cómo construimos el conocimiento y cómo se valida».
«Esto no es un campeonato, no nos gustan los récord. Este árbol tiene valor por muchas más cosas, más allá de su edad», añade Lara.
Tres generaciones de «guardianes»
El «Gran abuelo» está estrechamente ligado a la historia de la familia de Barichivich, a los que en la zona se les conoce como sus «guardianes».
Fue el abuelo del científico, Aníbal Henríquez, el que «se encontró» con el alerce en la década de 1970 cuando trabajaba como guardabosques del parque. Luego le tomó el testigo su madre, también guardabosques, y ahora le toca a él.
«Ha sido parte de nuestra vida y nosotros quizá también nos hemos convertido en parte de la vida del árbol», cuenta.
Su lugar privilegiado en el bosque valdiviano, en una especie de valle a una hora de caminata desde la entrada del parque, sin otros alerces a su alrededor, le han protegido de la tala y los incendios, aunque su estructura es débil y apenas vive el 30 %.
Sus mayores enemigos ahora son el cambio climático y el turismo, que se ha incrementado considerablemente en los últimos tiempos. Para el primero, la solución se antoja complicada.
Para el segundo, en cambio, la estatal Corporación Nacional Forestal (Conaf) ha decidido cerrar temporalmente el parque hasta diseñar una nueva estrategia que permita la llegada de visitantes sin poner en peligro al ejemplar.
«El turismo y la conservación son plenamente compatibles, pero este debe ser ordenado y regulado», reconoce a Efe Pablo Cunazza, de Conaf.
El «Gran abuelo», concluye Barichivich, «es una cápsula del tiempo» que transporta «un mensaje hacia el futuro» en sus anillos: «Nuestro rol es protegerlo y permitirle que siga avanzando con su mensaje».