La guerra en Ucrania ha puesto de manifiesto la decisiva dependencia de Rusia en el suministro energético de Alemania, la principal potencia económica europea, que se vio obligada a reorientar su política hacia Moscú mientras surgen dudas sobre las prioridades en sus relaciones con China.
Cuando Rusia invadió Ucrania el pasado febrero, Alemania importaba de Moscú más de la mitad de sus necesidades de gas, principalmente a través del gasoducto Nord Stream 1, así como la mitad del carbón mineral y un tercio del crudo.
No obstante, el entonces recién investido canciller, Olaf Scholz, que muy a regañadientes acababa de paralizar el proceso de certificación de Nord Stream 2 ante la presión de sus aliados, reaccionó declarando una «Zeitenwende» o «cambio de era», término que es el leitmotiv de sus discursos desde entonces.
El socialdemócrata dejó claro desde el principio que un embargo al gas ruso no estaba sobre la mesa, pero encargó al ministro de Economía y vicecanciller, el verde Robert Habeck, la tarea titánica de reducir a contrarreloj esta dependencia, con el objetivo de eliminarla hasta 2024.
Sin embargo, esta meta se alcanzó antes de lo esperado, ya que en junio la rusa Gazprom redujo en un 50 % el flujo de gas por el Nord Stream, aduciendo razones técnicas, y el suministro se redujo de forma progresiva hasta detenerse por completo a finales de agosto, aunque desde entonces Alemania todavía recibe pequeñas cantidades de gas ruso por otras vías.
Berlín ha desplegado este año una actividad frenética, aumentando las importaciones por gasoducto de Noruega, Bélgica y Países Bajos e iniciando la construcción de terminales de gas natural licuado (LNG), las primeras de las cuales estarán a finales de año listas para importar de países como Catar.
Los socios de Gobierno verdes se tuvieron que tragar sapos como la reactivación de una veintena de centrales de carbón que habían pasado a la reserva para ahorrar electricidad y el alargamiento hasta la primavera de la vida útil de los tres últimos reactores nucleares de Alemania, que debían ser desconectados a final de año.
Contra el pronóstico inicial, los esfuerzos del Ejecutivo consiguieron llenar hasta los topes los depósitos de gas, que a inicios de diciembre se encontraban al 98,24 % de su capacidad, y el consumo se redujo de forma significativa, en un 16 % a finales de noviembre, aunque influyeron también las temperaturas inusualmente altas.
A pesar de todo ello, la vertiginosa subida de precios obligó al Estado a rescatar a empresas importadoras de gas en apuros, como Uniper -el principal cliente extranjero de Gazprom- y forzó a parte de la industria a reducir la producción, mientras que los ciudadanos se enfrentan a subidas del 100 % de los costes de calefacción y a una inflación galopante.
El Gobierno respondió a los pronósticos de recesión con una batería de ayudas, entre ellas la reducción del IVA del gas, y con la creación de un paraguas anticrisis de 200.000 millones de euros en tres años del que se financiará un freno a los precios del gas y de la electricidad
La dependencia de crudo ruso también ha proporcionado algún que otro quebradero de cabeza, pero gracias a un acuerdo con Polonia y a la nacionalización de una refinería clave que se encontraba en manos rusas está previsto que sea posible cumplir el embargo europeo.
Scholz repite una y otra vez el mantra de que la respuesta a la crisis energética no son la desglobalización y el proteccionismo, sino la diversificación de las relaciones comerciales y de las importaciones de materias primas, sin obviar el historial de los socios en materia de derechos humanos.
Sin embargo, su política con respecto a China ha sido blanco de críticas y ha causado divisiones con los Verdes, que desde los Ministerios de Economía y Exteriores son partidarios de poner por delante los derechos humanos y las consideraciones medioambientales y de evitar la repetición de los errores del pasado con Rusia.
Así, aunque el Gobierno ha prohibido algunas inversiones chinas en fábricas de semiconductores en Alemania, bajo la guía de Scholz autorizó la compra de una parte de una terminal del puerto de Hamburgo por el gigante chino Cosco.
Esto ocurrió justo antes del polémico viaje de investidura del canciller a Pekín, en el que le acompañó una nutrida delegación de multinacionales alemanas y fue el primero de un mandatario europeo desde el inicio de la pandemia.
De cara a China hacen falta sentido de la proporción y pragmatismo, defiende Scholz, en vista de lo cual, está por ver si la Alemania posterior a la invasión de Ucrania, más vulnerable, obligada a reinventarse, está dispuesta a hacer nuevos sacrificios en favor de sus valores.
Notiespartano