Estamos muy acostumbrados a ver momias descubiertas en Egipto. Bien a través de las pantallas o en lo muchos museos que cuentan con alguna de estas famosas piezas de arqueología. Por suerte, hace tiempo que dejó de saborearse, pues ya no se consume el polvo de momia como remedio contra enfermedades. Un puñado de arqueólogos y especialistas han llegado a tocar momias y sólo unos pocos afortunados han presenciado el hallazgo in situ de una para captar todas las sensaciones de un descubrimiento tan llamativo, incluso el olor de una tumba egipcia y de la momia enterrada en ella. ¿A qué huele una momia?
Sabemos que el proceso de momificación en el antiguo Egipto contaba con diversos aromas, perfumes y aceites que formaban parte del ritual y conservación de los cuerpos. Carter se maravilló por la corona de flores que le colocaron sobre la frente a la momia del joven faraón. Flores marchitas que aún mantenían algunos colores tres mil años después.
“La cantidad de incienso, de ungüentos sagrados, de telas de lino y de flores colocadas encima de cada uno de los sarcófagos era tal que las sustancias olorosas utilizadas para ocultar el hedor del cadáver se habían solidificado y convertido en una especie de petróleo pegajoso y parecido al betún, que Carter debió retirar con cuidado para no dañar las capas de oro. «Al calentarlo, desprendía un olor penetrante más bien fragante y agradable, algo parecido al de la brea». Se trataba de un perfume que no se había respirado en más de treinta siglos”.